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Réquiem por un creador

«¿Al final de mi vida seré escuchado?», clama el ingeniero mecánico Antonio Miguel Izquierdo (Gertrudis No. 279, entre Jorge y D’Strampes, Sevillano, La Habana) quien, con 79 años —y los últimos 12 de su vida laboral trabajados como investigador en el Instituto de Refrigeración y Climatización (IRC)—, no quiere irse de este mundo sin ver algunos de sus temas de investigación aplicados en la práctica.

Él está dispuesto a presentar sus trabajos y discutirlos frente a un tribunal de expertos. Y en caso de ser aprobados, participar personalmente en la dirección de esos proyectos y su puesta en marcha.

Izquierdo confiesa que dedicó todas sus energías a concebir soluciones que ayudaran a minimizar gastos al país. «A algunos de ellos —afirma—, muy particularmente al motocompresor de refrigeración, le dediqué parte de mi vida. Y no soy exagerado si digo que con él perdí gran parte de mi salud física, y sufrí desgaste mental en disgustos, y hasta hoy sigue sin resolverse».

Afirma que es un motocompresor de refrigeración de alta eficiencia a bajas temperaturas, y con elevado factor de potencia para un motor monofásico, que no requiere el relay de arranque. Lo concibió a principios de los años 70, y se construyeron cuatro prototipos, dos de los cuales quedaron bajo su custodia y funcionaron durante 14 años ininterrumpidamente. Los otros dos se mantuvieron a recaudo del Director de la Empresa de Conformación de Metales, donde trabajaba entonces Izquierdo.

También laboró, junto a otros tres compañeros, en el proyecto de un motor eléctrico, en el centro de Investigaciones Metalúrgicas. Hicieron una serie cero de 500 unidades de un caballo de fuerza (de acuerdo con el Sistema Internacional de Unidades, equivale a 746 watt). A esos motores se les hicieron los análisis con resultados satisfactorios, e Izquierdo conserva uno como prueba, a despecho del tiempo y el olvido.

«Realicé asimismo —agrega— 20 unidades de capacitores de arranque para motores monofásicos, y una cantidad para corregir el factor de potencia. En ambos casos se impregnó el papel con cloruro de difenilo.

«Lo otro fue el filtro electrostático —refiere—, el cual recibía el aire succionado de la boca de los hornos de distintos metales, como plomo, bronce y aluminio. La ventaja de estos era que limpiaban el aire a la vez que se obtenían óxidos de metales como pigmentos para la elaboración de esmaltes sintéticos».

Asegura el ingenioso creador que laboró junto a tres compañeros en el proyecto de un molino de viento. A él le correspondió el diseño del mecanismo del paso variable de las aspas.

«Con ello —precisa— se mantenía una velocidad constante, aunque hubiera variación en la del viento. Se probó en la vaquería Niña Bonita y en Maisí. Con él se pueden mover un compresor de refrigeración y un alternador para producir frío para la conservación de la leche y para el alumbrado».

Y, por último, destaca un climatizador de bajo consumo, que mantiene temperaturas entre 23 y 25 grados centígrados.

«Estos son algunos de mis trabajos, que nunca se han puesto en práctica. Tengo otros. Pero ahora, ¿para qué nombrarlos? Espero, repito, que alguien me tome en cuenta y me escuche».

¿Cómo no escuchar y tener en cuenta a un hombre que vivió al filo de la creación y el ingenio, como tantos innovadores y racionalizadores que lo dieron todo, en años azarosos, por la economía y el progreso del país?

Quizá no todos sus aportes sean aplicables hoy, pero quién puede asegurar que no haya viables soluciones nacionales en sus propuestas, extraviadas con la bruma del tiempo y los años. Por eso el respeto mínimo sería que las instituciones correspondientes se acercaran a este incansable, y salvaran el patrimonio de su entrega generosa. Que no se imponga el olvido tecnocrático.

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