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¿Que la guagua va en reversa?

«Parecía que la guagua no iba a llegar nunca. Después de dos horas y 40 minutos en aquella parada, Pastor Martínez Soledad, su esposa y Rafael, un amigo jubilado, por fin divisaron la ruta 58...».

Así comenzaba la historia publicada en esta columna el pasado 20 de noviembre, un viaje «aderezado» por la indisciplina de pasajeros que llenaron el ómnibus antes de la primera parada oficial —obligando a quienes hicieron su cola a viajar de pie e incómodamente hasta Cojímar, niños incluidos—, a más de que otros hicieron el viaje coreando «letras irrepetibles» y a toda voz, y obligando a los demás a respirar el humo de sus cigarros.

En su misiva a esta sección, Pastor también denunciaba que el chofer se había «llevado» numerosas paradas y, cuando hacía ademán de detenerse, los mismos pasajeros que desconcertaban con su bullicio proferían: «¡Oooooyeeee! ¡Chofeeer! ¡No paressss!». En menos de 15 minutos el ómnibus hizo su primera parada en la discoteca conocida como La Costa, en Cojímar, donde se bajó aquel grupo de insolentes. En ese momento un matrimonio que viajaba cerca del conductor le preguntó por qué había obrado con tan poca consideración y tanta irreverencia para con la gente que estaba esperando. Este les respondió que él no podía hacer nada, y se limitó a seguir escuchando su reproductora y acatar las órdenes dadas por la muchedumbre.

Y a guisa de resumen del caso, apostillaba este redactor que «más allá de la responsabilidad del chofer y los pasajeros, y de la postura que debieron asumir, si dejamos que la vulgaridad y el irrespeto tomen espacios de todos, sucederá como con el marabú, que ya no se sabe qué hacer para desterrarlo de nuestros campos. Tal vez las autoridades facultadas debían valorar medidas concretas para evitar estas indisciplinas».

Y llegó la respuesta de la Empresa de Ómnibus Urbanos de La Habana. Expresa Ángel Luis Fonseca Zamora, su director general, que «en la investigación practicada se comprobó que es cierto que hubo un franco (un término de tiempo sin viajes) desde las 8:30 p.m. a las 9:30 p.m.» y que el chofer del ómnibus 2029, Ovidio Arencibia Martínez, reconoció que «al llegar a la parada fue incontrolable la subida de los pasajeros (…), que en su mayoría iban al centro nocturno La Costa, en Cojímar», situación negativa que «ocurre todos los fines de semana».

Añade Ángel Luis que «se le entregaron medios de comunicación a todos los conductores de la confronta para comunicarse con la Policía Nacional Revolucionaria en caso necesario». Aunque este viaje fue de los denominados «cierre de línea» —organizativamente hablando—, «ocurrió este hecho desagradable y afectó a los pasajeros. Es cierto que este chofer no es de esa línea y no previó alguna medida con la PNR —tampoco tenía comunicación—, y se dejó llevar por estos jóvenes indisciplinados, haciendo paradas oficiales y no establecidas».

Añade el directivo que declararon con lugar la queja de Pastor respecto a la demora en la salida del viaje y al chofer se le aplicó la medida disciplinaria del descuento del 25 por ciento del salario del mes.

Si bien queda por despejar una contradicción —el lector narró que el ómnibus se llenó antes de la parada de origen y otra cosa alega la empresa—, al final el principal saldo de esta historia es que no puede haber pasaje para el irrespeto. El chofer es responsable de lo que suceda a bordo y ha de hacer sentir su autoridad, pero también lo somos —o hemos de asumirlo— usted, yo, él, nosotros…

La perseverancia colectiva puede ayudar significativamente, aunque en ciertas ocasiones —y ojalá sean las menos— solo nos reserven el recurso eficaz de apelar a las autoridades especializadas, recurso también válido para mantener el orden. Con el concurso de todos tendrá vía libre una guagua donde reinen el sosiego y la concordia, dejando puertas cerradas al estrépito y la desobediencia.

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