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Mejor evitarlo

El pasado 20 de septiembre, la lectora Edenia Artze narraba aquí su disgusto cuando, el 31 de agosto del presente año, y tras una feliz visita a su único hijo, que reside en Suiza, llegó al Aeropuerto Internacional José Martí. En la revisión de Aduana, una funcionaria le dijo: «Señora, párese ahí, que tiene que esperar…».

Edenia fue disciplinada, pero pasaba el tiempo y comenzó a inquietarse, pues es una persona mayor. Sacó la hornilla eléctrica que traía. Pasaban a su lado otros pasajeros para la revisión, y ella allí. Cada vez que se acercaba a la funcionaria, y le rogaba que la atendiera, que no se sentía bien, en mala forma le respondía: «Señora, le dije que tiene que esperar…».

El avión había aterrizado a las tres de la tarde, y a las siete de la noche todavía Edenia allí, de pie y sola. Y sin explicaciones. Sufrió una crisis nerviosa, y entonces otra empleada la acogió y le buscó una silla. Fue cuando la atendieron.

Edenia no entendió por qué le decomisaron la hornilla, pero le dolió mucho más que la maltrataran así.

Al respecto, responde Jorge Luis Bubaire Quintana, jefe de la Aduana en el Aeropuerto Internacional José Martí, que se esclarecieron los hechos mediante las imágenes fílmicas del circuito cerrado de televisión, la visita e intercambio con la propia Edenia, y entrevistas a funcionarios de la Aduana que participaron en el despacho.

Asegura que, ciertamente, la pasajera permaneció en el salón de Aduana del aeropuerto por más de cuatro horas y 27 minutos, aunque una de esas horas se mantuvo esperando sus equipajes.

«Desde el primer momento en que la pasajera Edenia se presentó en el control de Aduana, precisa, la intención fue priorizarla. Sin embargo, quedó demostrado que el trato brindado por la jefa al frente del área no fue el correcto, pues no agotó todas las alternativas posibles.

«A la funcionaria le exigiremos responsabilidad, proyectándose la medida disciplinaria de democión del cargo por seis meses, lo cual está sujeto a la aprobación del órgano colegiado correspondiente».

Informa que, a partir del proceso de remodelación de la Terminal 4 del aeropuerto, ese día la mayoría de los vuelos eran atendidos en la Sala Este. Y en ese horario coincidieron cuatro arribos, con un total de 489 pasajeros.

Acota además que quien le proporcionó la silla a Edenia, y se mantuvo permanentemente atenta a su estado, fue la supervisora de la Aduana, encargada de la atención a los pasajeros durante el despacho de vuelos.

En cuanto al decomiso de la hornilla eléctrica, explica que Edenia importaba un artículo prohibido por la Resolución 143 de 2013 de la Aduana, General de la República, que establece en su Resuelvo Segundo: «Los equipos electrodomésticos que a continuación se relacionan, así como sus partes y piezas fundamentales, podrán ser importados sin carácter comercial por las personas naturales, siempre que cumplan los requisitos técnicos siguientes: (…) inciso b) de las cocinas y hornillas eléctricas, las denominadas vitrocerámicas de inducción, de cualquier modelo y que su consumo eléctrico no exceda los 1 500 watt, por foco».

En tal sentido, apunta que a Edenia se le darán por escrito las conclusiones de su reclamación.

Significa que el Consejo de Dirección de la Aduana del Aeropuerto, encabezado por él, visitó a Edenia en su hogar y le ofreció disculpas. Tal experiencia, refiere, se analizó por el colectivo de trabajadores de la Aduana allí, puesto que laboran por brindar un trato amable y cortés a todos los pasajeros, pues «conductas como esa no caracterizan a nuestros funcionarios», subraya finalmente.

Ojalá se saquen lecciones del episodio, pues cordialidad y compostura son dones inapreciables para ejercer cualquier función, por rigurosa que sea, y algunos confunden autoridad con autoritarismo. Hay maltratos imperdonables, aunque luego se tomen medidas, más o menos drásticas, con quienes los ejercen desde un puesto clave. Al final, el daño está hecho, y la gente juzga a una entidad por el proceder de alguien. Por eso, hay que evitarlo.

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