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¿Por qué pagar por el error de otros?

La pregunta la hace Marisel Hidalgo Salomón a la causante del problema que denuncia, la Dirección Municipal de la Vivienda (DMV) de Guanabacoa, en la capital.

Cuenta Marisel que, en 2009, su tía Marta María Domínguez hizo trámites para asumir la titularidad de su vivienda (sita en calle San Joaquín No. 425, entre Obispo y Molino, en ese municipio), que hasta entonces estaba a nombre del fallecido padre de esta. Se firmó el contrato en Arquitectura; visitó la casa el arquitecto de la Comunidad, midió e hizo el dictamen técnico, pagos mediante… Y la DMV dictó la Resolución 1631/0930/12/09.

El 10 de febrero de 2010 se firmó el contrato de compraventa con el Banco Metropolitano (sucursal 279) y se liquidó el precio de la transferencia de la vivienda. Y al fallecer la tía el 1ro. de diciembre de 2013, su esposo Ivo Salomón Glardy, único heredero testamentario, decidió adjudicarse la titularidad de la casa.

El 8 de enero pasado Marisel acompañó a su tío a la Notaría de Guanabacoa. Allí la notaria, al revisar los documentos, planteó que todo estaba en regla, excepto que en el contrato de compraventa no constaba la tasación de la casa. Y les aconsejó que acudieran al arquitecto de la Comunidad, pues era necesario el dictamen técnico.

Fueron a Arquitectura y allí la especialista les dijo que el dictamen técnico se archiva junto al expediente de la vivienda en la DMV; que fueran a esa dependencia el 16 de enero, que ella estaría de guardia, para buscar el dictamen en el expediente y ver qué especialista lo confeccionó.

El 16 acudieron a la DMV. La especialista fue al archivo para que le buscaran el expediente, y a los pocos minutos retornó informando que el mismo no aparecía. Entonces, les hizo un nuevo contrato con Arquitectura, para que les confeccionaran un nuevo dictamen y volvieran a pagarlo. Pero les anunció que había demoras en las visitas, pues se acumulaban muchas personas para obtener un dictamen técnico.

Desde calle San José No. 422, entre Pocito y Luz, Lawton, municipio capitalino de Diez de Octubre, Marisel hace ciertas preguntas que solo se podrían responder desde la sinceridad y una depuradora investigación: «¿Dónde está el expediente de la vivienda de mi tío? ¿Qué grado de confiabilidad ofrece una DMV si pierde expedientes? ¿Por qué esperar a que vayan a elaborar un nuevo dictamen técnico y, además, hay que volverlo a pagar? ¿Quién omitió el dato de la tasación en el contrato de compraventa, el Banco Metropolitano o la DMV? ¿Por qué pagar por el error de otros?».

Un galletazo

«¿Ha probado usted galletas de sal que se venden a 25 y 60 pesos la bolsa en los mercados y bodegas de nuestra ciudad?, ¿Se las ha podido comer?», me pregunta en su carta Gerardo Rodríguez, vecino de calle Atlanta No. 410, apto. 4, entre Alegría y Sanguily, en el reparto capitalino Víbora Park (Arroyo Naranjo). Y le respondo que sí, al punto de que por poco pierdo un diente con lo que parecía un fósil de la primera galleta que se horneó en la historia de la humanidad.

Gerardo confiesa que ha persistido en comprar más de esos paquetes, pensando que ocasionalmente ha tenido mala suerte. Pero jamás las nuevas adquisiciones, con su pésima factura, lo sacan de la duda.

Y recuerda que cuando las galletes de sal dejaron de venderse normadas en la bodega, anunciaron públicamente que se liberarían en el mercado, con precios mucho más altos y con calidad, debido al incremento de nuevas tecnologías en la producción. Pero lo cierto es que siguen terriblemente duras y mal horneadas, o zocatas.

El último paquete que compró Gerardo tenía un peso neto de un kilogramo. En el envase venía estampada la dirección de la fábrica: calle Independencia, km. 5 y ½, No. 11122, Boyeros, La Habana. También podía leerse «fecha de elaboración 28 de noviembre, turno 1» y el teléfono 644-7212. Más de la mitad de las galletas estaban crudas, y el resto casi todas duras.

Gerardo intentó comunicar con el teléfono de la fábrica en numerosas ocasiones. «Es que me sale una voz muy amable y suave —no como la galleta— que dice que “si conoce la extensión, márquela. De lo contrario, espere a ser atendido por la operadora”. Y me imagino que esta nunca esté en su puesto de trabajo, porque no responde».

El lector asegura que volverá a escribirme para revelar que con gran gusto ya se había comido un paquete de galletas de sal entero, sin desechar ninguna. ¿Volverá a escribirme? ¿Cuándo será?

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