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El dolor de María Dolores

Desde su infancia, hace ya 45 años, el hijo de María Dolores Peña Vejerano padece retraso mental y esquizofrenia. A esta ristra de males sumó en 1991 un deslizamiento de la cadera. En dicha zona del cuerpo tiene puesto, además, un soporte metálico. Todo ello, bien lo sabe una madre, es ya un fardo difícil de llevar, aun con ayuda. Pero si parte de esta ayuda se retira, entonces el peso se duplica.

Sucede que el 3 de marzo de 2012, según cuenta María Dolores (Ave. 31, No. 3218, entre 32 y 34, Candelaria, Artemisa), le retiraron a su hijo la chequera que le pagaban. «Los compañeros que vinieron del Órgano del Trabajo me dijeron que tenía que entregarla porque yo ganaba 221,00 pesos», evoca la mamá, de 68 años.

María Dolores vive sola con su hijo, cuyo tratamiento incluye cocteles medicamentosos de cinco píldoras de haloperidol, una benadrilina y un diazepam, tres veces al día; y por la noche a esto se añade una levomepromazina. Con una simple matemática puede deducirse cuánto dinero se le va a esta veterana artemiseña en la compra de medicamentos y de los alimentos que su hijo necesita para sostenerse bajo esas dosis de pastillas.

«Con 221,00 pesos no puedo, al ritmo que están los precios», se duele la remitente. Y agrega, con su caligrafía nerviosa: «Quisiera que analizaran mi caso y si pueden me ayuden».

Basura e impunidad

«Mi jardín es un basurero», arranca la misiva de Rafael Álvarez Albistu, y a renglón seguido añade: «Ya es un asunto que va para seis años». Uno, sin ver la loma de desechos, puede imaginarse cuántos tragos amargos habrá pasado este capitalino en tanto tiempo y tanta tempestad.

Ocurre que frente a la casa de Rafael (calle 254, No. 3714, en San Agustín, La Lisa), un buen día, debido a la necesidad de utilizar una zona aledaña para edificar viviendas, ubicaron temporalmente un depósito de basura, y… allí se quedó. Ya sabemos que nada hay más definitivo que ciertas temporalidades.

«Las tongas de desechos en demasiadas ocasiones llegan a dos metros de altura y normalmente sobresalen del tambucho y caen, o son ubicadas por los vecinos en el borde o dentro de mi parcela. Por supuesto que el “olor” y la podredumbre son insoportables», denuncia el remitente.

Lo más alarmante es que, según narra, existe donde poner el colector sin que afecte a nadie, y todas las gestiones en pro de su relocalización han sido infructuosas. No muy lejos de su casa, precisamente donde otros lugareños mantienen un vertedero sin latón, podría recogerse ordenadamente la basura. Sin embargo, nada se hace al respecto.

Y a continuación detalla el calvario de gestiones infructuosas: «Cartas al Poder Popular y al municipio de Comunales; entrevistas con dos delegados de circunscripción, la que ejercía antes esa responsabilidad y estuvo de acuerdo con ponerlo frente a mi puerta y el que estuvo después y lo mantuvo allí... El Jefe de Comunales de la zona ha expresado que no lo mueve a otro sitio si no lo aprueba el Delegado». Agrega el lector que los tribunales no han hecho nada a partir de considerar que ese asunto compete al Delegado y a Comunales.

Mientras tanto, expresa el lector, «tendré que seguir limpiando el sitio, so pena de que los inspectores de la campaña antivectorial, u otros de Salud Pública, un día me inculpen por algún foco que surja en el lugar».

Pero no pierde la esperanza Rafael de que llegue la jornada en que, bajo algún mecanismo persuasivo o restrictivo, al fin el frente de su casa, en la que vive hace más de medio siglo, quede definitivamente limpio.

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