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De ordeno y mando

Nunca será bastante lo que hagamos por nuestros ancianos, en una Cuba que envejece demográficamente. Esos veteranos  nos trajeron hasta aquí y han sostenido esta sociedad con no pocos sacrificios. Por eso hace falta todos los días escucharles y servirles. Hace falta que esa devoción a nuestros abuelos llegue hasta el último detalle.

Lo digo porque la loable idea de crear el Sistema de Atención a la Familia (SAF) —esos modestos comedores subvencionados estatalmente para nuestros viejos más vulnerables— no puede naufragar en criterios inflexibles, que no escuchan el sentir de sus destinatarios.

Uno de esos beneficiados, Jesús Rodríguez Vega, escribe desde calle 6, No. 45, entre 1ra. y 3ra., en el reparto Chibás, del municipio capitalino de Guanabacoa. Y primero elogia el SAF de ese barrio, «con unos trabajadores maravillosos, con una atención esmerada hacia las personas de la tercera edad».

Por eso mismo, Jesús censura la decisión, un «ordeno y mando» de la dirección del Sistema, que le ha complicado la vida a esos comensales tan singulares. Sucede que los ancianos habían hecho costumbre de buscar el almuerzo y la comida de una sola vez, con el fin de ahorrarse molestias bajo el sol y la lluvia, en muletas, sillas de rueda o haciendo malabares físicos para llegar al comedor, y de improviso, ha llegado la disposición de que los ancianos tienen que ir dos veces al comedor: a la hora de almuerzo y a la de comida.

«No se consultó a nadie para aplicar la medida, señala, y que yo sepa, vivimos en un país democrático. Cuando se toma  una medida que va a afectar a un grupo numeroso de personas, lo primero que se debe hacer es consultar con ellas».

Refiere Jesús que se entregó una carta a la administración de la unidad, la cual les informó que se discutiría el asunto en la provincia, «pero no sabemos nada y todo sigue igual», sentencia el remitente.

«Como no hay respuesta, ni nadie ha venido a dar una explicación convincente, lo hacemos público. Y si no se resuelve seguimos reclamando y exigiendo respeto para los que un día fueron jóvenes y han dedicado toda su vida a luchar por la Revolución y para la Revolución», concluye Jesús.

Y Rafael Rubie Garzón escribe desde Trocha 578, en Santiago de Cuba, en representación de ancianos, ciegos, débiles visuales, impedidos físicos y jubilados que comen en el mercadito comunitario La Maltera, de esa ciudad.

Precisa Rafael que el 10 de diciembre el administrador de la unidad les aplicó la misma medida del caso del reparto Chibás, en Guanabacoa, referida anteriormente.

Afirma el remitente que la medida unilateral ha traído disgusto entre los ancianos, «pues venir una sola vez nos cuesta trabajo, dígame usted dos veces…».

Y para colmo, Rafael señala que la comida que el Estado destina con la mejor de las intenciones para personas de escasos recursos, allí en ese comedor se cocina pésimamente, al punto de que a veces ni se puede ingerir. «Estamos muy disgustados todos y vamos a seguir quejándonos», finaliza el anciano.

Convoyadas

Eusebio Aroche Guzmán (Felipe Poey 455, apto. 1, entre Carmen y Vista Alegre, Víbora, La Habana) cuenta que el pasado 30 de diciembre adquirió una tarjeta Nauta para navegación wifi en el hotel Presidente, del Vedado, por valor de 4.50 CUC. Y cuando fue a pagar, le exigieron 8.50 CUC.

Le explicaron que los cuatro adicionales a los 4.50, eran para consumir en el bar y debían ser gastados justamente el mismo día de adquisición de la tarjeta. Eusebio consultó el asunto en una oficina de Etecsa, pero, según él, no tenían respuesta para esa situación. Le dijeron que el servicio de wifi era ofrecido por el hotel Presidente, y ellos no tenían responsabilidad sobre cómo comercializan las tarjetas de navegación en dicho lugar.

Eusebio quiere saber si es correcto que la administración del hotel Presidente adicione ese costo de forma obligatoria, y si en realidad ellos tienen algún convenio con Etecsa para comercializar ese servicio.

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