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Me lo pidieron en la escuela...

Los papás, que andan por la vida atentos al más mínimo requerimiento de sus pequeños, a veces atraviesan situaciones «de apaga y vamos», como decimos en buen cubano, cuando la voz infantil activa «el explosivo» de una compleja búsqueda, con el simple detonante: «Me lo pidieron en la escuela».

De eso trata la misiva del espirituano Wilber Castro Felipe (Brigadier Reeve No. 253 Altos, entre Coronel Legón y Mayía Rodríguez), cuyo hijo cursa el 5to. grado y, según opina Wilber, a veces recibe indicaciones de tareas para las cuales no tiene ni la capacidad ni los implementos necesarios.

«La noticia —narra el papá— llega cuando el niño sale a las 4:20 p.m. de la escuela, y a esa hora, corre… Cito un ejemplo: un día mandan a realizar una casita de madera; tenían que saber cómo se hace y exponerlo en el aula. La suerte es que yo tengo amigos carpinteros y resolví, pero ¿qué pasa con el padre que no tenga ese tipo de amigo?, ¿su hijo cogerá una nota baja?

«Recientemente realizaron un trabajo sobre la obra literaria La muñeca negra, de José Martí, y había que llevar una muñeca. Esta vez no tenía una amiga costurera y hubo que comprar una en 50 pesos CUP. ¿Es justo eso?», reflexiona el espirituano.

Otro aspecto del asunto, comenta, es cuando indican la investigación sobre diversos temas de una envergadura tal que, en la óptica de este papá, pueden estar más allá de las posibilidades de alumnos y padres. Wilber lo ejemplifica con una tarea que tiene el grupo de su hijo para el mes de abril: recopilar datos sobre la Constitución de la República de Cuba y el Código de Vialidad y Tránsito. «Por suerte para mí y mi hijo, yo tengo una computadora y bastante información, pero ¿qué pasa con los padres que carezcan de estos recursos?», cuestiona el remitente.

Evoca el yayabero que preocupado por estos asuntos se reunió con la Directora de la escuela de su niño y le expresó sus opiniones; «a lo que ella respondió que eso era un programa nacional y que ellos no tenían más respuesta que dar».

Es verdad que los niños tienen que prepararse para los grados siguientes, sostiene el papá, pero en esta preparación deben tenerse en cuenta los alcances y dimensiones de lo que se solicite a los educandos.

El asunto, opina este redactor, es bastante complejo y hay que verlo desde múltiples aristas. Porque, más allá de lo razonable de la preocupación que expresa la misiva, están también los casos de pedidos que hace la escuela con un nivel ajustado a las posibilidades del infante y que, después, cuando los niños lo informan y «traducen» a sus papás, y estos, con el mejor afán, los sobrevaloran, terminan siendo grandes encargos.

Por otra parte, en la época de las tecnologías de la información y la comunicación se ha despertado cierta pereza investigativa en niños, adolescentes y jóvenes, que implica que si lo solicitado no está en la computadora personal o del trabajo de papi o mami, el estudiante es incapaz de ir a una biblioteca, de copiar a mano, de sudar las letras... Y eso, a la larga, solo crea holgazanes mentales, no profesionales de altura.

En todo caso, habría que buscar en principio una diáfana comunicación escuela-alumnos-padres y, después, de un lado y del otro, tender a los puntos medios, al equilibrio. De tal forma que ni se le solicite a un menor traer la maqueta de La Habana o un ensayo sobre el Quijote, ni se prive a los licenciados e ingenieros del mañana la oportunidad de crecer, investigar y obtener el supremo goce del conocimiento.

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