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¡Guadarramas está en los tribunales!

A sus 77 años, José Ramón González Guadarramas no pierde el espíritu juvenil que lo ha guiado por los caminos de la fiscalía, la judicatura, la pedagogía y la comunicación

Autor:

Mónica Sardiña Molina

 

SANTA CLARA, Villa Clara.— Varios detalles hacen único al Tribunal Provincial Popular de Villa Clara: la cercanía de la Carretera Central, que regala una panorámica del edificio a santaclareños y viajeros; la influencia del estilo neoclásico en una arquitectura ecléctica, dueña de la sobriedad y rectitud inherentes a un palacio de justicia; el monumento que rinde honor a José Miguel Gómez; y el mobiliario capaz de transportar a otras épocas.

Entre tantos valores patrimoniales, una figura quijotesca camina con soltura por su segunda casa. La complexión delgada, la exuberancia del bigote y la sabiduría que atesora y comparte tras más de medio siglo dedicado a la justicia lo vuelven inconfundible.

¿Quién no conoce a José Ramón González Guadarramas en el ámbito jurídico villaclareño y cubano? César, entre la familia y los amigos de antaño; profesor Guadarramas, para colegas y discípulos; y profe Guada, en la voz de la más joven generación de jueces de la provincia.

De la fiscalía a la judicatura

La curiosidad, casi inconsciente, nació entre los libros de historia y derecho romano que encontró en la biblioteca de su tía Tana. Ingresó en las Fuerzas Armadas para cumplir el servicio militar y llegó a la Fiscalía Militar en 1969, donde ascendió, desde secretario hasta segundo jefe de la Fiscalía Militar, en la región de Villa Clara, Cienfuegos y Sancti Spíritus.

Siguiendo el consejo del primer teniente Héctor Canciano Laborí, se graduó como licenciado en Derecho en la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas (UCLV), y en 1984 se trasladó a los tribunales.

Cinco años después, fue nombrado presidente del Tribunal Municipal Popular de Placetas, y una vez creadas las instancias territoriales, presidió las salas Tercera, Sexta, Segunda y Cuarta de lo Penal del Tribunal Provincial, radicadas en los municipios de Placetas, Santo Domingo, Remedios y Manicaragua, respectivamente.

«Mi vida ha sido el derecho penal, el juicio oral. Me gusta combatir el delito. Creo que se debe a esa realidad que conocí antes de la Revolución, cuando la gente, pasando hambre, pedía en vez de robar. No considero al derecho penal el ombligo del mundo. De hecho, es ingrato, porque el acusado quiere que lo absuelvas y la víctima quiere que vayas al extremo con ese acusado.

«Muchos lo ven como el sancionador; sin embargo, es el defensor por excelencia de la sociedad, porque protege los derechos de las personas, sus bienes y la estabilidad y tranquilidad de la nación.

«Siempre fui muy exigente y preocupado por el equipo a mi alrededor, el que me permitía alcanzar más de un 90 por ciento de sentencias confirmadas y buenas, y un 1 o 2 por ciento de juicios suspendidos. Primero, respetaba a los demás y me exigía, para luego exigir a otros.

«El juez tiene que ser, sobre todo, muy humano, muy noble, y no creerse nunca que está por encima de los demás. No trabaja con números, sino con
personas, y una mala decisión afecta a toda la sociedad. Los errores se pagan caro, mucho más, si se cometen por desidia o por falta de estudio».

Entre tantos imprescindibles, Guadarramas atribuye especial importancia a los secretarios. Justamente, por desempeñarse primero como tal, valora mucho mejor su trabajo. «He dicho que el juez es el cerebro y el corazón, pero el secretario es el resto del cuerpo. Sin ellos, los tribunales no pueden funcionar, y los mejores jueces que hemos tenido han sido secretarios antes».

De regreso en Santa Clara, llegó a la Sala de los Delitos contra la Seguridad del Estado, donde permaneció hasta su jubilación, en 2014. Sin embargo, ni el entonces presidente del Tribunal Provincial Popular ni los que vinieron después le han permitido alejarse.

En los últimos años, la afición por la informática lo condujo a las redes sociales, y de las publicaciones espontáneas nació la responsabilidad de la comunicación organizacional. Después de más de una década alejado de los juicios orales que tanto le apasionan, le resulta inevitable extrañarlos.

«A veces sueño que estoy en una sala, en alguno de los juicios complejísimos que hice. Lo vivo de tal manera que me despierto y no puedo volver a dormir. Cuando era juez, muchas veces soñaba con una sentencia por confeccionar, me bajaba la musa y en plena madrugada me sentaba a escribir, como les ocurre a los artistas, porque nosotros también somos intelectuales, pero del Derecho».

Juez, maestro y viceversa

En el diálogo con Guadarramas aflora la paciencia, el dominio profundo de los temas, el hilo que sujeta las ideas sin enredarse, la precisión de fechas y nombres, y la presteza para enseñar, una vocación que lo «tocó» desde niño.

«Al comenzar la campaña de alfabetización, mi primo Carmelo y yo llenamos las planillas de ingreso a escondidas, porque si decíamos algo en la casa, no nos dejarían ir. No teníamos ni 13 años cuando nos metimos en el ejército de alfabetizadores Conrado Benítez, y creo que ahí me surgió la vocación de educar. Hoy veo a mi nieto menor y pienso que de verdad estábamos locos».

Muchos años después, volvió a las aulas de la carrera de Derecho de la UCLV, para dar conferencias especiales, como oponente de algunos trabajos de diploma y, finalmente, encargado de impartir dos asignaturas.

«Se me unieron las clases, el trabajo en el Tribunal, la tesis de la maestría… Estaba en tantas cosas, que el tiempo no me alcanzaba. Después, se me hizo muy difícil viajar a la facultad, porque empezaba a sentir la edad, aunque a veces me creyera con 20 o 30 años. Dejé de impartir docencia, pero no perdí el vínculo con la academia ni las buenas relaciones con el claustro.

«Me siguen diciendo profesor. Creo que ese es el mejor título. No hice un doctorado, porque el tiempo no me alcanzaba y uno tiene que saber hasta dónde puede llegar. Nunca me gustó empezar algo y no terminarlo, porque eso iría contra mi prestigio y el del organismo que represento».

Tras la jubilación, asumió funciones de capacitación en el Tribunal Provincial Popular, conocedor de las debilidades que había que fortalecer para alcanzar la excelencia, y bien nutrido de la experiencia como profesor universitario.

«En la casa sigo estudiando hasta la madrugada. Aquí soy el más viejo y la gente viene a preguntarme, así que no puedo quedarme detrás. Me satisface llegar a 77 años, todavía con cierta lucidez y que la gente me busque; ver a mis alumnos convertidos en doctores, formando parte de organismos internacionales relacionados con el Derecho.

«Siempre he estado rodeado de la juventud. Los jóvenes te mueven, te levantan el espíritu. Me gusta trabajar con personas arriesgadas y confío, porque yo también soy así. Además, aquí me admiten todas las malacrianzas y los berrinches».

La mente de Guadarramas no envejece. Es miembro de número de la Sociedad Científica de Ciencias Penales y Criminológicas de la Unión de Juristas de Cuba (UNJC), preside el capítulo provincial de la Sociedad Cubana de Ciencias Penales y Criminológicas en Villa Clara, y forma parte de la junta directiva provincial de la Unión de Juristas.

Entre tantas condecoraciones, posee el Premio Provincial a la Ética, la Probidad y Profesionalidad Alejandro García Caturla por la obra de la vida, que otorga la UNJC, y la Distinción al Mérito Judicial, conferida por el Tribunal Supremo Popular; así como la condición de Personalidad Distinguida, concedida por el Gobierno Provincial del Poder Popular.

«Para mí el tribunal es la vida. Me conoce Cuba y ese reconocimiento, incluso en la calle, vale más que cualquier recompensa material. Cuando me preguntan por qué no fui nunca para el Supremo, respondo: “¡Por ingrato!”. El actual presidente del Tribunal Supremo Popular, Rubén Remigio Ferro, me lo pidió, pero yo siempre he preferido vivir el juicio en primera instancia, y la casación no es lo mismo.

«Algunos se asombran: “¿¡Todavía Guadarramas está en los tribunales!?”. Unos hablan bien y otros no, pero nosotros no regalamos casas ni celebramos cumpleaños. A esos que hablan mal también les presto atención, porque quizá podría mejorar en algo. A los desagradecidos les dedico la frase de Sacha Guitry: “Si los que hablan mal de mí supieran exactamente lo que yo pienso de ellos, hablarían peor”.

«Al Tribunal lo veo como mi casa y aquí seguiré mientras tenga salud, pero el día que empiece a perder la inteligencia o la lucidez —a lo que tengo que llegar irremediablemente— diré: “Hasta aquí”».

 

 

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