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Casa tomada

Eloína González Castillo (Avenida 7, no. 1408, Santa Cruz del Norte, Mayabeque) es una anciana de 78 años de edad, con limitaciones físicas por operación de prótesis de cadera. Ella convive con su hijo, que es hemipléjico, a quien atiende personalmente, como buena madre.

La señora cuenta que colindando con su vivienda existía un taller de electrónica en mal estado, el cual comenzó a demolerse en junio de 2017 para construir la sede del Tribunal Municipal Popular de ese territorio. Y en esos menesteres, demolieron también la cerca de la vivienda de Eloína.

«Entonces, se me informó que iba a construirse de inmediato, refiere. Se nos planteó que esa molestia sería por un período breve. Han transcurrido dos años y medio y no se ha realizado».

Al no existir la cerca, refiere, su propiedad ha sido invadida con materiales, accesorios de construcción y varias brigadas con comportamientos diferentes, que afectan a la madre y al hijo.

Eloína señala que ha comunicado esta situación en varias ocasiones y a diferentes instancias.

«En junio pasado, afirma, tuve un despacho en la Presidencia del Gobierno municipal, donde me comunicaron que esa queja la habían recibido de provincia, y estaba hace tiempo engavetada; que me darían respuesta en 15 días. Y esta es la fecha que no me han dado ninguna respuesta».

Eloína volvió a hacer la queja por escrito a la Fiscalía municipal. «Ya no me queda a dónde acudir», expresa finalmente.

La señora no precisa cuál es la fuerza constructora que desencadenó el problema y debe resolverlo, pero eso sí lo conocen las autoridades de Santa Cruz del Norte, que hasta ahora no han tomado por los cuernos esta embestida a una familia vulnerable. Mientras tanto, la de Eloína es una «casa tomada», y no precisamente por los fantasmas del cuento homónimo de Julio Cortázar.

Los riesgos de las aceras

Pedro Vicente Rodríguez Figueira (Primero de Mayo 86, Manzanillo, Granma) afirma que, así como Cuba envejece demográficamente, así lo hace la ciudad del Golfo de Guacanayabo:

«Con dolencias producto de la artritis, reuma y otros padecimientos, y con caídas y accidentes que son resueltos y minimizados gracias a los buenos oficios de la Unidad de Calzado Ortopédico, que por su alta profesionalidad nos permite caminar más seguros y con menos riesgos».

Pero insiste en otras «dolencias» de la ciudad que impiden a los ancianos caminar con seguridad. «Son situaciones, precisa, que van creciendo sin encontrar sus correspondientes soluciones, las cuales, a mi parecer, no requieren de importaciones».

Acto seguido, Pedro las enumera: bicicletas, autos y hasta camiones encima de las aceras, donde los lavan y friegan; incremento de los caños rotos y de huecos, deficiente colocación de los metros de agua, y excretas de cerdos en aceras y contenes, que crean capas resbaladizas y malolientes.

También los escalones sobredimensionados que dejan muy poco espacio para caminar en las aceras, bloqueo de estas por almacenamiento de materiales de construcción y/o escombros, unidades comerciales estatales y privadas que limpian sus interiores y dejan sus desechos y aguas jabonosas en las aceras.

Otros problemas son los puestos y puntos de venta que ocupan parcial o totalmente las aceras, y equipos de climatización y edificios de más de una planta que drenan  sus aguas hacia ellas; a más de la cantidad de las mismas que están rotas y han perdido la superficie para andar.

«Me pregunto, ironiza Pedro, si habrá que crear un ministerio para poner orden en las aceras».

Como se deduce de esa relatoría, aunque hay condicionantes carenciales gravitando sobre el problema de las aceras, la gran mayoría de los obstáculos y riesgos que enfrentan los ancianos al caminar por Manzanillo, residen en problemas subjetivos, de indisciplinas e impunidades que las autoridades no han resuelto.

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