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Frente al espejo

Cerrar paso a los pillos

¿Quién no se ha asomado alguna vez a la discusión sobre la calidad de los servicios y los productos en nuestra sociedad?

La publicación de la serie de reportajes sobre adulteraciones en la red comercial (Apariencias que engañan y ¿Dónde está el culpable?, Yailín Orta Rivera y Norge Martínez Montero, 25 de febrero y 3 de marzo) ha despertado el interés de muchos lectores. Hoy los dejamos con una opinión que resume aspectos recurrentes de este debate y nos aproxima a otros, también sigificativos:

«Los felicito. Pienso que están realizando una labor encomiable y de interés social.

«He conocido que siempre existieron inspectores de pesos y medidas, calidad, etc., pero me entero por ustedes que este tipo de actividad aún existe. No he tenido el privilegio de coincidir con ninguno de ellos. Son invisibles, y muchos ciudadanos hemos sido víctimas de faltantes en el peso y otras medidas de mercancías que compramos...

«En este momento es casi inadmisible que a un administrador al que se le ha comprobado la responsabilidad en la venta de un producto adulterado se le imponga como sanción una simple multa... Esto solo constituye una medida formal. Tampoco vamos a llenar las cárceles, pero se imponen medidas ejemplarizantes, como que no ocupen responsabilidades de dirección nuevamente, ni pasen a una plaza en el mismo sector donde cometieron violaciones, pues por sus manos siguen pasando recursos del Estado.

«Coincido con ustedes en que también los productores, las entidades y organismos tienen que jugar su papel, pues las medidas de control están todas escritas y de lo que se trata es de aplicarlas. Y si un directivo es incapaz de cumplir con sus obligaciones de control y supervisión, no debe continuar ejerciendo dichas funciones, aunque la tarea sea de todos». (Ángela Blanco)

Hace un tiempo reí bastante leyendo una crónica de Rosa Miriam Elizalde (Cartas son Cartas, Erratas, 3 de mayo de 2005) sobre los errores que puede introducir el corrector automático del editor de textos Word. Al decir de Rosa, cuando estos errores trascienden públicamente, «añaden nuevas e incómodas anécdotas a la Historia Universal del Disparate Periodístico».

Los invito a que lean aquella crónica y así me ponen a salvo de extenderme.

En la edición del 6 de marzo, el lector Saturnino Rodríguez Riverón leyó, en la página 6, Cultural, «un artículo titulado Leer, porque sí (Gertrudis Ortiz Tula). En el mismo hubo un error en el apellido del autor Daniel Pennac, a quien se apellida Penca. Pensé que se trataba de una errata, pero en el artículo se menciona al francés en cuatro ocasiones, siempre con el apellido cambiado...».

Lo ocurrido al editor de esa página acaba de ocurrirme a mí mientras escribo esta disculpa. El programa me cambió Pennac por Penca incluso después de agregar el término correcto a su Diccionario. La memoria puede traicionarnos, pero la plana lo recoge todo. Observar más es el salvavidas del editor.

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