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Otro costo de las guerras de W. Bush

Wanda Borders, veterana de Iraq  y ahora homeless en Nueva York, se siente engañada por la administración Bush. Hassam Elgoarany, un musulmán norteamericano que peleó en Afganistán y en Iraq, ahoga sus pesares y malos recuerdos en alcohol. Cree que así se irán las pesadillas de cada noche, donde se repite el disparo de un francotirador que vuela en pedazos la cabeza de su mejor amigo en la marina.

La corresponsal de la CBS que lo entrevistó en la Villa Samaritana, un albergue para veteranos homeless (sin casa) y con adicciones, supo de esta historia: tras el regreso a la casa, la afición a la bebida le impidió encontrar trabajo, la mujer lo abandonó llevándose al bebé, y Hassam terminó en prisión por un pequeño robo. Cuando salió de la cárcel se transformó en el homeless de hoy, engrosó las filas de los 200 000 hombres y mujeres veteranos de guerra que se estiman deambulan a diario por las calles de Estados Unidos.

Solo 14 000 de ellos reciben los servicios de albergue de la Administración de Veteranos.

La mayoría combatieron en Vietnam, pero la cifra de quienes regresan de Iraq y de Afganistán está creciendo. Traen por igual las cicatrices emocionales, pero no reciben la atención gubernamental que merecen, aunque de vez en cuando sus tribulaciones asoman en la prensa.

Recientemente, la revista Newsweek intentaba explicar la situación: «Jóvenes, alienados y con frecuencia viviendo por su cuenta por primera vez; se incrementan los veteranos de Iraq y Afganistán que regresan a casa para encontrarse que no tienen dónde vivir». Mientras que hace ya un par de años un reportaje del diario The Christian Science Monitor aseguraba que el número de homeless aumentaba en parte por el alto costo de los alquileres y las pagas bajas.

Una sigla fatal los acompaña PTSD (Desorden de estrés postraumático), y los lleva al alcohol o a las drogas, por lo que pierden o no encuentran trabajo, mientras familia y amigos les vuelven las espaldas.

Cheryl Beversdorf, presidente de la Coalición Nacional de Veteranos sin casa, considera que debe hacerse algo ahora y no esperar el tsunami de estos problemas, al tiempo que en el sitio web de esa organización se dan cifras preocupantes:

De los veteranos homeless en EE.UU. el 4 por ciento son mujeres; la mayoría son solteros, provienen de sectores pobres o comunidades desfavorecidas; el 45 por ciento sufre de enfermedades mentales y la mitad abusan de sustancias tóxicas. Agregan que hasta unos 400 000 veteranos han experimentado esa desfavorable condición en el curso del año, pero la Administración de Veteranos solo está dando asistencia a unos 100 000, dejando a los otros en busca de ayuda en otras agencias u organizaciones en sus propias comunidades.

Y la situación de un homeless no se limita a tener que dormir en la calle o encontrar diariamente una cama en un albergue, significa carecer de comidas nutritivas o cuidados de salud esenciales; tampoco les llegan los consejos de salud mental necesarios. Por supuesto, un punto básico para solucionar algunos de estos problemas sería encontrarles trabajo adecuado.

Todo esto sucede en un país extremadamente rico, que gasta semanalmente 2 000 millones de dólares en la guerra contra Iraq, y deja que entre 2,3 y 3,5 millones de sus ciudadanos experimenten vivir en la calle.

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