Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Julio Martínez Molina

Látigo y cascabel

Divismos

Hace meses lo escribí en estas mismas páginas: «En el escenario artístico nacional existe un segmento que, aunque minoritario, enrarece ambientes con su Síndrome del Pavo Real».

Autoproclamados como «los más queridos», «los preferidos», «los divos», et al, están desasidos del cordón umbilical que los conecta con la palabra popular.

Puede que en verdad sí sean queridos, incluso notables artistas, y hasta preferidos en algún momento de la zigzagueante simpatía del respetable, pero ¿por qué no tener la paciencia para que, algún día, la gente sea la que los elija para portar tales epítetos?

Los éxitos, las ascendentes cuotas de poder y el halago sin freno obnubilan a algunos seres humanos. Nada resulta más cargante e incluso repelente, desde la platea o desde la sala de la casa, que apreciar los derroches de jactancia y autosuficiencia.

Aquí no se le ha brindado cultura al pueblo por pura mecánica, sino con un fin. Los cubanos piensan, disciernen y, sobre todo, tienen un soberbio patrimonio histórico en el mundo intelectual y artístico. Por ende, rechazan las impostadas poses de los autoencandilados.

Sin embargo, para desgracia nuestra, estos personajes cuentan con legiones de aduladores en el propio giro artístico, a quienes se les cae la baba no más el «ídolo» abre la boca.

A veces, ni siquiera el tamiz crítico de los especialistas en los medios hace algo por contrarrestar la tendencia, en tanto desde páginas y micrófonos se les aúpa y coloca como el non plus ultra en su rama.

Tengo ahora mismo en mi mesa de trabajo reseñas ditirámbicas y totalmente acríticas sobre la presunta excelsa calidad de especímenes semejantes.

Quien escribe —como otros periodistas—, ha alertado en varias oportunidades sobre el peligro de los divismos. La historia ha demostrado que se paga caro cuando se da rienda suelta al ombliguismo y el pavoneo.

Los medios cubanos precisan desterrar de una vez por todas esos modelos de concepción ideoestéticos que los equiparan a los de Univisión, Televisa o lo peor de la Televisión Española.

A nadie, pese a la hoja de servicios que pudiera tener, deben concedérsele horas completas para convocar a sus amigos, hablar de lo que le venga en gana, formular preguntas idiotas o fijar de modo subliminal o abierto pautas de opinión a conveniencia.

Entretenimiento no significa concesiones a la frivolidad, lo banal y lo soso. Nada tiene que girar de forma obligada sobre el sustituible concepto del showman o el hombre (o mujer) espectáculo.

Especial análisis urge la remodelación de las revistas de fin de semana, el momento más aburrido, insustancial y torpemente diseñado de los siete días al aire.

Es menester dar preeminencia a las jerarquías artísticas, y zafarnos un poco de ese fardo de «exclusivismos» de mentiritas, cuestionarios de la prensa del corazón y lances festinados. Hallar una identidad que no requiera de copias, sino que encuentre en el propio cuerpo de nuestra savia popular su aura, su impronta y su objetivo.

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