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Bohemia

Bohemia no es una revista. Bohemia es una institución nacional. No es casual entonces que para muchos Bohemia y revista sean sinónimos. Aún hoy, en que tanto se dificulta conseguirla, la gente no ha perdido el hábito de leerla. Quien esto escribe mantiene la costumbre, en un primer intento, de hojearla al revés, esto es, de atrás hacia delante, que también es una forma de leerla. Si bien no encontramos en sus páginas todo lo que esperamos, sus bien estructurados y acuciosos reportajes de investigación se leen siempre con interés, al igual que muchas de sus entrevistas. Sus títulos enganchan por lo llamativo.Muchos de sus números, de antes y de después del triunfo de la Revolución, son objeto de culto por parte de los coleccionistas de dentro y fuera de Cuba. Atesoro algunos de ellos: la edición por el aniversario 25 de la publicación, en 1934, y la que, dos décadas después, dedicó a sus 45 años. El número, de septiembre de 1947, que insertó las fotos captadas por Guayo en la llamada masacre de Orfila. La Edición de la Libertad, de enero y febrero de 1959. La edición del 1ro. de enero del 2000 sobre el siglo XX que se iba, y la especial del 29 de diciembre del propio año con su recuento de la vida cubana desde 1901, y que se complementa en el número subsiguiente. La edición del 24 de noviembre del 2006 sobre el aniversario 50 del desembarco del Granma, que tuvo el acierto de reproducir los artículos de Fidel publicados en la revista en 1955 y 1956.

Cuando yo era niño, las infaltables visitas dominicales de mi tío Oscar constituían una pequeña fiesta porque, aparte de los caramelos para los niños de la casa, traía siempre como obsequio para los mayores el último número de Bohemia. Yo la hojeaba antes que nadie porque me deleitaba, primero, con las fotos de las modelos y bailarinas que mostraban sus encantos en la sección de La farándula pasa, y caía enseguida sobre la tira cómica de El hombre siniestro, de Prohías. En una de ellas, recuerdo, se veía, en el primer cuadro, a un hombre angustiado. En el segundo, el hombre quería suicidarse y conseguía una soga para hacerlo, pero, en el tercero, su estatura no le permitía amarrar la cuerda a la rama de un árbol. En el cuarto cuadro, El hombre siniestro se le acercaba y le hablaba. Le pedía por señas que esperara. ¿Disuadiría al suicida de su propósito? Lo parecía. Pero no. Porque en el quinto y último cuadro El hombre siniestro que regresaba a la escena con una escalera. Y este otro: hay un incendio en una casa y el que la habita clama auxilio por una ventana. Llega El hombre siniestro y le pide fuego para su tabaco.

En los años 70 me leí todas y cada una de las entregas de la sección En Cuba desde 1943 hasta 1960. Tenía entonces mucho tiempo libre y lo aproveché de esa manera en la Biblioteca Nacional, en jornadas maratónicas que se extendían de lunes a viernes entre las doce del día y las ocho de la noche. Fue una gran escuela la de aquellas lecturas. Por esa época conocí e hice amistad con el caricaturista Juan David y los periodistas Loló de la Torriente y Enrique de la Osa, principal impulsor y redactor de En Cuba y director de la revista durante largos años. Ellos también eran la Bohemia, como hoy siguen siéndolo Carlos Lechuga, Marta Rojas y Lisandro Otero.

EL CIEGUITO DE MADRID

¿A qué viene todo eso?, preguntará el lector. Resulta que Bohemia, decana indiscutible de la prensa cubana y quizá del continente, cumplió 99 años. Y viene a mi mente ahora una anécdota que me contó hace muchos años otro gran amigo y gran periodista, Juan Emilio Friguls. Si Bohemia es la decana de nuestras publicaciones periódicas, Friguls, por edad y su larga y todavía mantenida vinculación a los medios, es el decano de todos nosotros.

Empezó muy joven. Cuando, siendo aún estudiante, fue aceptado para escribir la crónica católica en el periódico Información, su director y propietario, el doctor Santiago Claret, le hizo sugerencias y recomendaciones. Entre ellas que jamás elogiara ni resaltara el quehacer de ningún periodista que no perteneciera a la redacción de Información. Andando el tiempo, Sergio Carbó, director y propietario de Prensa Libre, ganó el premio Justo de Lara, el galardón más relevante en el periodismo cubano de la época, con un artículo sobre la Nochebuena cristiana, y Friguls se sintió obligado a reseñar el hecho en su columna.

Información era un periódico de 60 ó 70 páginas, y Claret se lo leía de punta a cabo antes de que saliera para la imprenta. Leía no solo las noticias y los artículos de fondo, sino también los anuncios, los clasificados y las notas necrológicas. Redactores y dibujantes no podían abandonar la redacción hasta que no hubieran recibido la aprobación de Claret por su trabajo. El día en cuestión, Friguls esperaba el OK del director cuando fue llamado a la dirección. Claret estaba hecho una furia.

—¿Me puede explicar el porqué de este artículo? ¿Cómo es posible que usted se atreva a elogiar en mi periódico al director de un órgano de la competencia? —preguntó y sin dar a Friguls tiempo para responder inquirió si conocía el cuento del cieguito de Madrid. Ante la respuesta negativa del joven columnista, contó entonces que en los días de la invasión napoleónica a España, todas las mañanas, en la Puerta del Sol, un ciego anunciaba las victorias del ejército español sobre el enemigo.

Decía: «Hoy que nuestro ejército derrotó al abominable ejército francés, una limosnita por el amor de Dios». Y así un día tras otro el ciego pedía su limosna luego de proclamar la victoria española sobre los invasores. Pero en una ocasión, alguien que le escuchaba a diario pregonar aquellos triunfos, detuvo su camino para preguntarle si el ejército francés no ganaba ninguna batalla.

—Sí —respondió el ciego. Las gana, pero esas las anuncia el cieguito de París.

Al fin accedió el director de Información a publicar el trabajo de Friguls sobre Carbó. Claret tenía ideas muy particulares de lo que era el periodismo. En su diario elogiaba sin reservas al gobierno de turno hasta que cesaba en el poder. Cuando eso sucedía, comenzaba a elogiar, con el mismo ímpetu, al gobierno siguiente. Decía que Información tenía una línea, una sola línea, y era una línea gubernamental, pero que Información no tenía la culpa de que cambiaran los gobiernos.

DIEZ PESOS PARA JUAN GUALBERTO

Claro que aquí no hay cieguito que valga, y la fiesta de Bohemia lo es también de todo el periodismo cubano y en buena medida de los lectores. Es un orgullo esa publicación de tan larga existencia, honda repercusión e influencia en la opinión pública y nutridas tiradas. De julio de 1948 a febrero de 1953, pasó de 125 000 a 259 821 ejemplares semanales. Y la Edición de la Libertad de 1959 llegó al millón de ejemplares certificados. A su fundador, Miguel Ángel Quevedo Pérez, cinco mil ejemplares le parecían suficientes.

Cuando Bohemia nació, el 10 de mayo de 1908, Quevedo era el administrador de la revista El Fígaro. Tomando de modelo a esa publicación, quiso hacer una revista literaria. Por una razón u otra, aquella Bohemia no cristalizó; no vivió más allá de unos pocos números. Tiempo después Quevedo, en ocasión del nacimiento de su hijo, pidió a El Fígaro cinco días de licencia. Se los negaron y renunció a su cargo. Tuvo así más tiempo a su disposición para impulsar su viejo proyecto, y la revista, que tomó su nombre de la ópera Boheme, de Puccini, volvía a estar en la calle, y esa vez para quedarse, el 10 de mayo de 1910. Tenía carácter literario, artístico y social y sus modelos eran L’Ilustration, de París, y la española La Esfera.

Para sacarla adelante, el director apeló a los concursos, los campeonatos, las competencias, las encuestas. Organizó certámenes de belleza y también de ojos y de perfiles femeninos. Carreras de automóviles de niños. Torneos de ciclistas y patinadores. Fue más lejos y promovió en el país el movimiento de los Boy Scout, y, llegada ya la I Guerra Mundial, la idea de una colecta para adquirir una flota de seis submarinos para Cuba. Por entregas, la revista publicaba novelas que podían ser encuadernadas e incluía en cada número una partitura musical. El éxito parecía arrollador. Ante la nueva publicación desaparecían revistas tradicionales como El Mundo Ilustrado y Cuba y América, mientras que El Fígaro decaía y se batía en retirada. En 1914 Bohemia estrenaba edificio propio en la calle Trocadero, y tres años después su director decía publicar otra revista, Mundial, que sería un fracaso económico.

La mala hora llegó también para Bohemia. En la segunda mitad de la década de los 20 las cosas iban tan mal que Quevedo Pérez decidió cerrar la revista. A punto ya de darle de baja en la Secretaría de Comunicaciones, su hijo le pidió, en el propio edificio, que le diera un chance para experimentar con sus ideas. Miguel Ángel Quevedo de la Lastra traía nuevas concepciones. Desaparecerían de Bohemia la crónica social y las noticias de provincia y la publicación se convertiría en una gran revista de información. Claro que no todo fue coser y cortar. Más de una vez Quevedo debió pedir diez pesos prestados al bodeguero de la esquina para abonar la colaboración de Juan Gualberto Gómez, porque no podía permitir que el viejo Patricio, que vivía en Mantilla, volviera a la casa sin su dinero.

ESTE ES DE LA CASA

Como en los tiempos de Quevedo padre, Bohemia, en su nueva etapa, supo atraerse a los mejores periodistas y escritores cubanos. El departamento de surveys que desde fines de los años 40 animó el doctor Raúl Gutiérrez, fue uno de los triunfos resonantes de Bohemia. Como lo fue, a partir de 1943, la sección En Cuba.

Enrique de la Osa y Carlos Lechuga, dos periodistas jóvenes y entusiastas, querían salirse de la redacción del periódico El Mundo. Conversaron con Quevedo. Discutieron. Hicieron planes. Se publicaba entonces en Bohemia la sección Así va el mundo, tomada de la revista Times, y Quevedo quería algo similar pero relativo a Cuba. ¿Serían ellos capaces de hacerlo?

La sección en un comienzo cupo en una página. Ganaría celebridad de la noche a la mañana cuando sus redactores se enteraron de que en la casa del presidente electo Ramón Grau San Martín,en la esquina de 17 y J, en el Vedado, la cuñada y la secretaria del futuro mandatario, negaban la entrada a todo el que no portara un presente para la familia presidencial. Si el visitante en cambio llevaba un cake, una sorbetera de helado o cualquier otro obsequio, Paulina Alsina y Nena Coll lo acogían con júbilo y le franqueaban el acceso al avieso político con la exclamación rotunda de «¡Este es de la casa!».

Y con ese título De la Osa y Lechuga dieron a conocer la información. Grau, ofendido, mandó sus padrinos a Quevedo para retarlo a un duelo. Quevedo se deshizo en explicaciones y los padrinos liquidaron el incidente sin llegar al lance de honor. Pero la sección En Cuba ganó en espacio y credibilidad. Hoy sin ella y sin Bohemia no se puede escribir sobre un buen trecho de la historia de Cuba.

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