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Ni la mínima idea

El Rengo Alberto, director de la Biblioteca Departamental en Canelones, realizó en 1992 un notable hallazgo. Bibliotecólogo titulado en Montevideo, el Rengo poseía dos virtudes cardinales: era un organizador ejemplar, y desde niño un fanático coleccionista de libros. Ya graduado rivalizaba con los mejores especialistas del Uruguay; y apenas asumió la dirección en la biblioteca de su departamento natal, acometió la tarea de clasificar los fondos de circulación limitada, y con especial celo un grupo de 129 volúmenes amontonados sin ton ni son en un altillo. Una vez catalogados los llamó «Fondo de libros raros»; y una enredada serie de circunstancias lo llevó a descubrir tres poemas ocultos en el lomo de un volumen del siglo XVIII, que en su tiempo perteneciera a un desconocido escribano llamado Fernando Cuevas Montoto. Se trataba nada menos que de tres poemas de Luis de Góngora y Argote, datados en el año de 1578. Los tres estaban dedicados a doña Gabriela de Góngora y Calatrava, una dama cordobesa, prima segunda suya de quien se enamoró a la edad de 17 años, mientras ella rebasaba ya los 23 y se había desposado en 1575.

Seguro ya de tener en sus manos tres poemas inéditos de Góngora, que formarían revuelo entre los corifeos de la chismografía literaria hispana, recortó en uno de ellos el ángulo de un folio donde solo cabían siete letras, y las envió por correo certificado a la Universidad de Pittsburg. Allí profesaba el doctor Kaplan, un erudito de quien el Rengo recibiera clases en Montevideo, sobre técnicas para explorar documentos papiráceos. Dos semanas después, Kaplan le atestiguó que el carbono 14 había validado la antigüedad del papel; y otros análisis más complejos, determinaron que la tinta empleada en el triangulito recibido era de esa misma época.

Al Rengo le ofrecieron varias jefaturas de organismos docentes y de investigación, pero él prefirió ser un modesto referencista. Y por supuesto, fue nombrado jefe de la Sala de Referencias de la Biblioteca Nacional.

Dos años después, el Rengo obtuvo su Doctorado en Pittsburg; y de regreso al Uruguay, el ahora Dr. Alberto Ruiz del Lagar siguió aferrado a su preferida labor de referencista.

Durante el primer gobierno del Frente Amplio, la ancianidad de su madre reclamaba su presencia junto a ella y lo forzó a reasumir su antiguo cargo de Director en la Biblioteca Departamental de Canelones.

El vicedirector que nombraron a pedido suyo, fue un tal Cesáreo Fernández, hábil periodista y hombre de grandes ambiciones políticas. El Rengo le ofreció a Cesáreo ocupar el despacho de la dirección y ejercerla de facto; porque a él no le gustaba dirigir a nadie. Él se limitaría a su trabajo de referencista; pero no le reveló su verdadero propósito en el que ya llevaba ocho meses trabajando en absoluto secreto: escribir un ambicioso ensayo sobre la corrupción palaciega y los funcionarios venales del reino en tiempos de Góngora.

La administradora de la Biblioteca en Canelones era Estela Romano; y de ella se enamoró el Rengo. Estela se dio cuenta pero ya la había seducido Cesáreo que la hizo su amante y la alojó en su propia casa sin romper su matrimonio. Y consentida su bigamia por las dos, disfrutó de ambas y ellas sufrieron en silencio.

Por inenarrables, aquí se omiten las infamias que el sádico tenorio impuso a Estela. Y cuando iba a cumplirse un año, ella decidió suicidarse; pero antes le escribió al Rengo arrepentida de no haber sabido amarlo; y le rogó que usara su gran talento para vengarla de Cesáreo, un monstruo brutal que la ultrajara hasta lo impensable.

El Rengo satisfizo su ruego y planeó una bien urdida y singular venganza: Varias figuras de la política departamental en Canelones recibieron desde Montevideo por correo certificado el siguiente texto anónimo, en mayúsculas manuscritas trazadas con una regla:

EL RAPAZ Y LIBIDINOSO CESÁREO FERNÁNDEZ HA SIDO TAN FATAL PARA LA BIBLIOTECA DE CANELONES, COMO LO FUERA JULIO CÉSAR PARA LA BIBLIOTECA DE ALEJANDRÍA (MÁS INFORMACIÓN EN LAS ENCICLOPEDIAS ESPASA-CALPE, LAROUSSE, LA ITALIANA Y LA BRITÁNICA. LÉANSE LAS ENTRADAS DONDE DICE: «CESAR, CAYO JULIO».)

Benito Negro era un rival político de Cesáreo en sus aspiraciones a cargos en la Intendencia; y en la mañana siguiente a la recepción del anónimo, fue el primero entre varios interesados, en acudir a la amplia estantería donde se alineaban las enciclopedias de pública consulta.

Benito siguió las instrucciones del denunciante y comenzó por la Enciclopedia Espasa-Calpe, donde halló en pequeñas y muy parejas mayúsculas rojas el siguiente texto:

AQUÍ SE ALABA A UN TEMERARIO SOLDADO, GRAN ESTRATEGA Y EXIMIO POLÍTICO, PERO SE OMITE QUE CAYO JULIO CÉSAR FUE EL PRINCIPAL RESPONSABLE DE LA DEFLAGRACIÓN OCURRIDA EN LA BIBLIOTECA DE ALEJANDRÍA, LUCTUOSA PARA LA HISTORIA DE LA CULTURA HELÉNICA Y DEL CERCANO ORIENTE; Y CESÁREO FERNÁNDEZ, OPORTUNISTA IGNARO, HOMÓNIMO DEL VÁSTAGO DE CÉSAR Y CLEOPATRA, NO LE VA EN ZAGA POR SU NEFASTA GESTIÓN EN LA BIBLIOTECA DEPARTAMENTAL DE CANELONES.

Con enorme deleite, Benito Negro, veterano cazador de maledicencias, copió íntegra la coletilla manuscrita y pasó de inmediato a la Encyclopédie Larousse. La segunda diatriba del anónimo intruso también lo estremeció de júbilo al leer:

AL QUEMAR LA BIBLIOTECA DE ALEJANDRÍA, CÉSAR MATÓ SIETE SIGLOS DE SABER ANTIGUO; Y CESÁREO FERNÁNDEZ, POR COPULAR A LA LUZ DE UN CANDIL EN EL RECINTO DE LOS LIBROS RAROS, PROVOCÓ EL INCENDIO DE LOS FONDOS MÁS VALIOSOS DE LA BIBLIOTECA DEPARTAMENTAL DE CANELONES, HOY CONVERTIDA EN UNA RUINA INOPERANTE, HUÉRFANA DE RECURSOS.

En la Encyclopaedia Britannica, al texto en inglés se sumaba otra nota en español:

ESTA ENCICLOPEDIA, POR LA LIGEREZA CON QUE TRATA EL INCENDIO DE LA BIBLIOTECA DE ALEJANDRÍA, ES CÓMPLICE DEL SILENCIO QUE HACE YA DOS MIL AÑOS IMPUSIERA AL MUNDO LA RALEA PIRÓMANA DE LA DINASTÍA JULIO-CLAUDIA. Y CESÁREO FERNÁNDEZ, QUE AHORA SE CANDIDATEA PARA CARGOS EN LA INTENDENCIA DE CANELONES NO LE VA EN ZAGA AL GENERAL ROMANO COMO INCENDIARIO.

En la Enciclopedia Italiana, el anónimo escriba había insertado un vehemente alegato:

Y YO, EN NOMBRE DE SOTER PRIMERO, DE TOLOMEO FILADELFO, DE LOS SETENTA SABIOS JUDÍOS, DE DEMETRIO FALÉREO, DE ZENÓDOTO, DE APOLONIO DE RODAS, DE ERATÓSTENES, DE ARISTÓFANES DE BIZANCIO, DE CALÍMACO, DE ARISTARCO, Y DE TODOS LOS SABIOS E INSIGNES BIBLIOTECARIOS QUE TRABAJARON EN ALEJANDRÍA, TE MALDIGO Y HAGO VOTOS POR QUE TU ALMA, LLEVADA POR EL VIENTO PESTÍFERO DE LOS INFIERNOS PASADOS Y FUTUROS, VAGUE ERRANTE HASTA EL FIN DE LOS SIGLOS, Y QUE JUNTO CON LA TUYA VAGUE TAMBIÉN, SIN TREGUA, LA DE CESÁREO FERNÁNDEZ, TU ÉMULO, EL MISERABLE SEMENTAL QUE HA HECHO SU CARRERA POLÍTICA DE VAGINA EN VAGINA, Y QUE POR SATISFACER SU CODICIA DE PODER Y LOS CAPRICHOS DE SUS TESTÍCULOS, SE HA CONVERTIDO EN EL PRINCIPAL ENEMIGO DE LA CULTURA EN CANELONES Y SOBRE TODO DE SU BIBLIOTECA DEPARTAMENTAL ADONDE, PARA COLMO DE TROPELÍAS, ORDENARA TRASLADAR A SU DESPACHO LAS TRES COMPUTADORAS ASIGNADAS A LA SALA DE LECTURAS Y PONERLAS A DISPOSICION EXCLUSIVA DE SUS SECRETARIAS Y CONCUBINAS.

Cesáreo Fernández, arruinada para siempre su carrera política en Canelones, determinó emigrar en busca de nuevos horizontes.

Veinte años después, muerta su mamá, el Doctor Ruiz del Lagar regresó a Montevideo y reasumió la dirección de la Sala de Referencias en la Biblioteca Nacional; y cuando algún paisano suyo llega de visita, invariablemente sale a relucir el tema del loco maniático que arruinó la vida de Cesáreo Fernández. Y cuando alguien le pregunta al Rengo si tiene alguna idea de quién pudo ser aquel loco maníaco tan astuto y encarnado contra Cesáreo.

––Figuráte vos ––responde imperturbable el Rengo––; con la pila de enemigos que tenía Cesáreo quién rayos va a saberlo. Yo no tengo ni la mínima idea.

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