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Vida y gloria del andarín Carvajal

El andarín Carvajal está en el imaginario de los habaneros, que suelen recordarlo, sobre todo los más viejos, con una frase: «Caminó (o caminé) más que el andarín Carvajal». Incluso ya anciano recorría kilómetros y kilómetros sin dar muestras apenas de cansancio. No podía dejar de hacerlo. Corría y «pasaba el cepillo». Los magros ingresos que conseguía de ese modo lo ayudaban a vivir.

Félix Carvajal Soto amaba sincera y desinteresadamente el deporte y pese a carecer de orientación en sus entrenamientos, tenía condiciones excepcionales para las carreras de fondo. De haber nacido en otra época tal vez hubiera sido mucha la gloria que habría dado a Cuba. Pero a Carvajal le tocó vivir lo mejor de su existencia durante las  décadas iniciales de la República. Los Gobiernos de entonces no lo ayudaron y poco consiguió de la iniciativa privada.

Olimpiadas de San Luis 

Cuando se acercaban las Olimpiadas de 1904, en San Luis, EE. UU., pidió ayuda al Gobierno del presidente Estrada Palma para que le costease el viaje y poder representar a Cuba en las competencias. Nada obtuvo y aun así el andarín Carvajal se las arregló para arribar a la cita olímpica. Hizo exhibiciones y colectas y embarcó con destino a Nueva Orleans para desde allí proseguir hasta San Luis. Pensaba hacer ese trayecto en tren, pero —aseguran algunos autores—  perdió el dinero del pasaje en prostíbulos y juegos de dados. No se dio por vencido. Emprendió a pie los 1200 kilómetros que lo separaban de la ciudad olímpica. Fueron unos diez días sin descanso y sin más comida que la que le ofrecían familias generosas y las frutas que podía coger en el camino.

Llega minutos antes de que se iniciara la carrera de maratón y logra inscribirse en representación de los colores del patio. Encuentra otro inconveniente: no tiene ropa apropiada para la carrera. Un atleta norteamericano acude en su ayuda y con una tijera corta las patas del pantalón del cubano para convertirlo en una especie de short y al cortar las mangas deja su camisa convertida en una suerte de camiseta. Solo sus pesados zapatones no hallaron sustitución.

Ninguno de los componentes de la mesa de inscripción arrienda ganancia a aquel aspirante flacucho y de apenas 1,52 metros de estatura que de seguro, afirman, no llegará a la mitad de la competencia. Veintisiete de los 38 atletas inscritos ocupan sus puestos tras la línea de salida. El trayecto escogido es complejo y difícil; incluye no pocas elevaciones y tramos sin pavimentar en que debe avanzarse sobre la roca viva, dificultades a las que se suma el calor, la falta de agua y el polvo que levantan los autos en que viajan jueces y periodistas.

Encabeza el cubano la justa durante los diez kilómetros iniciales y sigue al frente de la competencia en los diez kilómetros siguientes. Pero el hambre acalambra su estómago cada vez con más fuerza. Lo tientan los manzanos que crecen a los lados del camino. No resiste la tentación y se detiene a comer sin importarle que las manzanas estén verdes. Come hasta saciarse y vuelve a la carrera. Las manzanas verdes, el estómago estragado y el hambre vieja le pasan la cuenta. El dolor de estómago se le hace insoportable y los retortijones apenas le permiten dar un paso. Sale Carvajal de la pista y se agacha detrás de un árbol. Cree que el malestar ha pasado y vuelve a la carrera. Pero debe salir de la pista una y otra vez. Cuatro de los contendientes le pasan por el lado, pero queda al fin en tercer lugar cuando los jueces retiran el primer premio al campeón norteamericano al comprobar que hizo en automóvil parte de la travesía.

Concluye la olimpiada y el andarín Carvajal decide permanecer en Norteamérica. Superada la amargura del fracaso, se mide en otros torneos y competencias. A su regreso a Cuba, 14 meses después, Rafael Santa Coloma lo fotografía para la revista El Fígaro. El pie de foto da cuenta de las medallas de oro que ha obtenido en competencias celebradas en San Luis, Washington, Chicago y Missouri, en tanto que la instantánea lo capta junto al trofeo más importante que cosechó en la gira: la copa de oro y plata ganada en una de las competencias. Precisa el texto: «Todos estos premios han sido ganados compitiendo con los mejores andarines conocidos, y todas las carreras fueron de 25 a 40 millas, como también han sido disputadas en Estados Unidos. Los premios del señor Carvajal que hoy se encuentra en La Habana, donde se propone demostrar su habilidad, se exhiben en El Pincel. (…) Satisfacción para los cubanos debe ser el triunfo de un compatriota en el extranjero».

Un maratón de 2300

No puede Carvajal, pese a sus éxitos, romper la indiferencia oficial. Sigue con los modestos empleos que apenas le dan para vivir y lo que la gente buenamente quiere darle tras cada una de sus carreras. Se acercan las Olimpiadas de Atenas y un grupo de cubanos entusiastas clama por la participación en ella de dos deportistas del patio: Ramón Fonst y el propio Carvajal. Cuba vive bajo la segunda intervención militar norteamericana y el andarín no quiere humillarse ante el procónsul extranjero pidiéndole para los gastos del viaje. Para allegar el dinero necesario corre días enteros por las calles de la ciudad y «pasa el cepillo» tras cada carrera, aunque no faltan habaneros pudientes, como Manuel María Coronado, director del periódico La Discusión, que se suman a la ponina con contribuciones de consideración. Esfuerzo inútil. Cuando el andarín llega a Atenas, ya la carrera de maratón acababa de celebrarse.

Inicia entonces un recorrido por Europa. Madrid, Barcelona, París, Marbella, Roma, Milán… lo aplauden por su desempeño en carreras de larga distancia. Regresa a Cuba, asegura la prensa, con más de 50 premios, pero tan pobre como cuando se fue.

Con motivo del centenario de la independencia, varios países latinoamericanos lo invitan a participar en las carreras de maratón que tienen programadas como parte de los festejos. Con el fin de obtener apoyo económico, pide audiencia al Presidente de la República. José Miguel lo recibe, pero nananina; le niega la ayuda. Cosa rara pues aquel espirituano de vista gorda y manga demasiado ancha, no fue nunca remiso a colaborar con los compatriotas que pudiesen poner en alto el nombre de Cuba en el exterior.

En 1928, en La Habana, corre en torno a la Manzana de Gómez durante seis días con sus noches, alimentándose solo de jugo de naranja. Da 4 375 vueltas comprobadas alrededor del edificio. El 1ro. de enero de 1930 iniciaba otra impresionante proeza al disponerse a recorrer los 1 139 kilómetros de la Carretera Central desde Pinar de Río hasta Santiago de Cuba. Volvía ya a La Habana cuando se topa en Camagüey con el presidente Gerardo Machado que, en compañía de Carlos Miguel de Céspedes, su ministro de Obras Públicas, inspeccionaba la importante vía a punto ya de quedar concluida. Pidió Carlos Miguel a un ordenanza que buscase a los fotógrafos que formaban parte de la comitiva presidencial a fin de dejar constancia del encuentro del corredor y el mandatario. Pero el vehículo que conducía a los fotorreporteros había sufrido un accidente y quedó varado en el camino.

Una hora después, Carvajal encontraba al grupo de fotógrafos. Se alegraron de verlo y compartieron con él las provisiones ligeras que llevaban para el viaje, pero a ninguno se le ocurrió fotografiarlo.

Hacía el andarín el regreso a pie. Añadía a su hazaña el tramo de ida y vuelta de Pinar del Río a Guane. El 23 de septiembre de 1930 terminaba su maratón de 2 300 kilómetros.

Todo por una vaca

Félix Carvajal Soto, el andarín Carvajal, nació en Águila esquina a San Lázaro, en 1867 y niño aún se estableció con sus padres en San Antonio de los Baños. Fue en esa localidad donde se anotó su primera victoria como corredor al derrotar al maratonista español Mariano Bierza, que iba de pueblo en pueblo jactándose de su resistencia. A las siete de una mañana del domingo comenzaron a dar vueltas alrededor del parque repleto de vecinos y curiosos. A las cinco de la tarde, Bierza abandonó la prueba; Carvajal corrió hasta las siete de la noche.

Contaba Carlos Robreño que en una ocasión su padre, el actor Gustavo, encarnó el papel del andarín en una obra teatral de Agustín Rodríguez. El corredor quedó encantado con la actuación de Gustavo Robreño. «Lo único que falta, le dijo, es que ahora te dediques a correr». Ripostó el artista: «Y a ti, lo único que te falta es que aprendas a leer y a escribir». Lo hizo y además aprendió inglés. Su facilidad extraordinaria para los idiomas le permitía, dicen los que lo conocieron, entender y hacerse entender en varias lenguas.

Entre otros empleos menores fue portero del hotel Inglaterra y, en sus años finales, conserje del Ministerio de Defensa. Bajo el puente de La Lisa tenía arrendado un terrenito por diez pesos mensuales donde cultivaba frutos menores, que luego trataba de vender en los puestos de vianda cercanos y si no, terminaba regalándolos a sus vecinos. Allí tenía su choza y el carrito que le mandó a hacer el coronel Batista en la Armería Nacional. Parecía un automóvil, pero tenía ruedas de bicicleta. El andarín lo empujaba de día y le servía de dormitorio si la noche lo sorprendía lejos de su casa. En una bandera cubana que conservaba al lado de su cama había prendido todas las medallas ganadas.

Un día, la vaca de un vecino traspuso la cerca del predio de Carvajal y arruinó su sembrado. Intentó el propietario del animal una disculpa, pero el andarín, que tenía muy mal genio, no se la aceptó y llegó incluso a golpearlo. Insistía en personarse con la vaca en el cuartel de la Guardia Rural para que allí exigieran cuentas a su dueño. En medio de esa discusión se desplomó. ¡Una embolia!, gritaron los vecinos. Eran las siete de la tarde del 27 de enero de 1949. En la Casa de Socorros de Marianao, el médico de guardia, en verdad un estudiante de apellido Cabrera, escribió bajo el número 451 del Registro: «Félix Carvajal, blanco, cubano, de 82 años de edad… Al examen médico presenta los síntomas reales de la muerte…». 

Días antes, ya enfermo y con los dolores propios de una hernia inguinal, circunvaló La Habana con el corredor argentino Guerrero. Terminaron en el estadio del Cerro —Latinoamericano—, donde dieron varias vueltas al terreno antes de que se iniciara el juego de pelota. El público, puesto de pie, lo ovacionó durante largos minutos. Dijo: «Hice esto porque di mi palabra y nunca he faltado a ella y también para que todos vean que el andarín Carvajal corre todavía». 

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