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Joaquín Borges-Triana

Los que soñamos por la oreja

Un disco que parece de otra época

Cuando en septiembre del pasado año se puso en circulación el álbum debut de la banda anglo-estadounidense Black Country Communion (BCC), los amantes del mejor metal rock de estirpe setentón estuvimos de pláceme. En aquel instante mi gran preocupación era (y continúa siendo) cuánto tiempo permanecerán bajo control los egos personales de las cuatro «es-trellas del rock» involucradas en el proyecto, a saber, Glenn Hughes, Joe Bonamassa, Jason Bonham y Derek Sherinian. Y es que a la par de BCC, ellos mantienen de manera priorizada una activa carrera en solitario.

Por suerte, el instante de la desbandada aún no ha llegado y por esas maravillas de la técnica, así como gracias a la acción de activos hackers internacionales, ya tengo en mi poder la segunda propuesta fonográfica de la agrupación, que saldrá al mercado en el Reino Unido el próximo 13 de junio a través de Mascot Records y un día después en Estados Unidos, vía J&R Adventures.

Otra vez bajo la producción de Kevin Shirley, los músicos han decidido que su trabajo se titule simplemente Black Country Communion 2 y resulta un material que va en la misma onda de la ópera prima del grupo.

Si aquel fue una extraordinaria sorpresa, devenida auténtico discazo, este de 2011 también puede catalogarse como un fonograma con mayúsculas, aunque he de admitir que, al menos yo, lo encuentro todo «demasiado perfecto y calculado», sin mínimo espacio para el riesgo que debe entrañar una obra de arte.

En BCC 2, de nuevo la voz de Glenn Hughes me hechiza con la magia de su canto pletórico en matices, arropada por un respaldo sonoro que hace evocar los tiempos gloriosos del rock de hace entre 30 y 40 años. En el sentido del desempeño de los integrantes del cuarteto, llama la atención que aquí a Derek le han permitido sacar un poco más las manos en los teclados, al comparar lo hecho por él en relación con el álbum anterior.

El primer corte de la grabación, la pieza denominada Outsider, es una trepidante interpretación en la que, para mí, lo más atractivo resulta el solo de órgano de Sherinian, con claras reminiscencias del maestro Jon Lord. Por su parte, Man in the Middle (segundo track del CD) es un potente y variado tema, con ecos que van de Led Zeppelin a Rainbow.

En el caso de The Battle for Hadrian’s wall, BCC nos entrega una exquisita balada en la cual la guitarra acústica lleva el protagonismo a través de sucesivos cambios de ritmo. Nuevamente en algunos pasajes de la pieza, la luz benefactora de LZ reaparece, unido a pinceladas a lo Purple. Viene luego uno de mis cortes favoritos en el fonograma, el titulado Save me, temazo impecable de aire épico-lírico (prestar especial atención a los compases de influencia moruna en los teclados) y que ratifica a Hughes como una de las voces imprescindibles en la historia del rock y del metal.

Llega entonces Smokestack wo-man, otra de las melodías del CD y que siempre al escucharla me carga las pilas con su vivificante energía. Por su parte, Faithless, pieza de casi ocho minutos de duración, resulta otro de los momentos de mayor valía en el álbum. Aquí sobresale el trabajo conjunto de los cuatro integrantes de la banda, en una muestra de dominio total de los códigos del género.

An ordinary son se incluye en el CD a fin de cumplir dramatúrgicamente idéntica función a la que desempeñó Song of yesterday en el debut fonográfico del cuarteto, mas a mi parecer no registra la altura de aquel tema, al margen de sus interesantes cambios de ritmo, tiempo y volumen.

Arribamos así a I can see your spirit, que posee unos riffs guitarrísticos de puro sabor zeppeliniano y cuenta con notable trabajo de Joe y Jason desde la guitarra y la batería. Dicho corte da paso a Little secret, pequeña maravilla destinada para que Bonamasa deje sentada su condición de blues man en el instrumento de las seis cuerdas. Como cierre nos topamos con Crossfire y Cold, ambas de marcado sabor setentón, coda ideal para un espléndido álbum que, sin ser innovador, es un ejemplo de que remedar el buen rock de antaño como referente, a veces (anótese que no digo siempre) puede resultar muy reconfortante para músicos y público.

 

 

 

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