Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Joaquín Borges-Triana

Los que soñamos por la oreja

Vinieron de Camagüey

El estudio de la historia y del legado de la reciente obra de un nutrido grupo de hacedores cubanos de canciones pone en evidencia que no es tan precisa la definición que en ocasiones se hace de lo que se considera el corpus cultural de nuestro país, no obstante resultar la faena musical (a su manera) otro testimonio del quehacer integral de un contexto, con rasgos propios que lo identifican y que lo convierten en algo distintivo del modelo predominante. Para un caso como este, y como en otros ámbitos, serviría la propuesta interpretativa de Greil Marcus a propósito de los llamados fenómenos culturales de «baja intensidad», esos que existen y hasta llegan a configurarse como todo un movimiento, pero en franca lejanía del modelo dominante y, por supuesto, al margen de los resortes promocionales más convencionales.

Traspolando una conclusión de Ticio Escobar a nuestro contexto, se diría que «la cuestión no está en salvar a las culturas discriminadas haciéndolas subir, camufladas, al pedestal del gran arte, sino en reconocerles un lugar diferente de creación». Algunas veces tal universo es el espejo en el que se refleja la vivacidad de una poética señoreante, que engendra ella misma expresiones que la imitan y al mismo tiempo la transgreden, creando después de todo un clima único.

Alguna vez, ese incorregible inquisidor que fue Miguel de Unamuno insistió en hacer esta pregunta: «¿Qué habría sido de la historia del mundo si en vez de ser Colón el descubridor de América, hubiese sido un navegante azteca, guaraní o quechua el descubridor de Europa?». El célebre pensador estaba sugiriendo el ejercicio de la imaginación investigativa, esa que gusta proponer nuevos problemas intelectivos, y someter a examen, desde las más impensables perspectivas, una realidad ya incorporada al imaginario plural en forma de rígidos esquemas intelectuales.

En el caso de la historia de la Nueva Trova, esta todavía suele escribirse tomando en cuenta apenas «los grandes autores», «las grandes agrupaciones», «los grandes intérpretes». Por lo general, un falso dios nombrado «historiador», «musicólogo», «funcionario»…, decide desde su gabinete qué puede o qué ha podido ser relevante en esa sucesión fantasmagórica de acontecimientos que a diario se nos impone, nos rebasa y hasta simplifica. La historiografía musical cubana ha hecho prevalecer un tipo muy específico de mirada con la ingenua creencia de que los indiscutibles méritos que ostenta una parte de la producción de nuestra música popular son suficientes para suprimir «la otra historia», esa que no es tan excelsa desde el punto de vista de los niveles de popularidad por ella registrada, pero que existió y, a su manera, sirvió de pedestal invisible a la gran Historia. Si viene a verse, personajes de este corte son lo más parecido que hay a ciertos editores literarios, quienes deciden tendenciosamente qué porción de nuestra vivencia tiene derecho a trascender o perdurar en la memoria de quienes nos siguen en el tiempo. De allí que a ratos llegue a pensarse que la Historia no es más que el relato de nuestras exclusiones afectivas.

Todo lo anterior me venía a la cabeza durante la más reciente emisión del espacio A guitarra limpia, organizado en torno a la obra de un grupo de trovadores camagüeyanos, pertenecientes a distintas generaciones pero vinculados por idénticas ansias creativas. Bajo el nombre de Vinieron de Camagüey, Saulo Antonio Fernández, Máximo Rolando Montes de Oca, Ebenezer Semé y Reynaldo Rodríguez se unieron con Dannier Jesús Artiles en el cajón y Ricardo Novoa en el tres, para ofrecer una muestra de lo que por las tierras de los tinajones se anda haciendo en materia de canciones.

La ocasión resultó propicia para, de cierto modo, rendir tributo al ya fallecido trovador camagüeyano Miguel Escalona y a la desaparecida agrupación Canto Libre, de la que Saulo Antonio y Máximo Rolando fuesen integrantes. Con cuatro poéticas diferentes, pero complementarias unas a otras, este concierto fue una reafirmación colectiva en pro del arte de trovar y una apelación a no olvidar a creadores que, ignorados por múltiples razones, también son protagonistas fundamentales de una historia que no se debe perder.

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