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El Plan La Escuela al Campo se renueva

Desde 1966 miles de adolescentes y jóvenes descubrieron en el país el sentido del trabajo y la solidaridad en días de Escuela al Campo. ¿Sigue teniendo este ejercicio escolar la misma connotación formadora? JR busca respuestas

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Unos 32 000 estudiantes santiagueros y 13 336 guantanameros apuestan este curso por su formación integral como seres humanos en las montañas de sus territorios, como parte del Plan La Escuela al Campo. Casi 20 años después, la abogada santiaguera Vivian Suárez no borra aquellas imágenes. El levantarse antes que el Sol, entre el frío y el croar de las ranas y los kilómetros recorridos para estar temprano en el cafetal; la humedad del morral retando el equilibrio del cuerpo, y el grano derramado una y otra vez loma abajo, obligándola a recogerlo nuevamente; la desesperación por recolectar las dos latas que tenían como norma, única forma de evitar la vergüenza de ser incluida entre los rezagados, el bochorno del matutino...

Así sería en séptimo, octavo, noveno grados y también, con un poco más de experiencia, durante el Preuniversitario.

«Fue muy difícil —rememora—, pero siento que me formó. Gracias al trabajo que tuve que pasar, sobre todo en los primeros años, aprendí a valerme por mí misma, a perseverar en un empeño, a asumir la disciplina de los horarios, las normas, la competencia entre los compañeros... Eso me fue muy útil después, cuando tuve que enfrentarme a la vida laboral, una vez graduada».

Las experiencias de Vivian, con algún que otro matiz, años más o menos, replican las de millones de cubanos que se abrieron a los rigores de la vida, conocieron de la dureza de los días del lomerío y emergieron mejores, sin darse apenas cuenta, mientras daban su aporte como parte del Plan La Escuela al Campo.

Con cuatro décadas de aplicación ininterrumpida, la concepción pedagógica de vinculación estudio-trabajo que pone en práctica la escuela cubana ha dejado huellas palpables en la formación integral de estudiantes y jóvenes, en el desarrollo de valores como la laboriosidad, apuntan estudiosos del tema.

Los rigores del campo y el valor de la laboriosidad también se expresan en un aporte económico que es significativo. El aporte de los bisoños, según reconocen campesinos, directivos y expertos, trasciende los marcos de un mero ejercicio pedagógico para constituirse en una fuerza decisiva, sin la cual sería ya imposible enfrentar con éxito las contiendas anuales, con sus altibajos, picos de maduración tardía o adelantada.

Sin embargo, más allá del alboroto de preparar la ropa de campo y la maleta de madera o la mochila cada comienzo de curso en secundarias, politécnicos y preuniversitarios; más allá de los dolores de cabeza de la familia para asegurar la retaguardia por poco más de un mes y cumplir con la importante tarea educativa; hoy, con el pasar de los años, el proyecto parece, en algunos lugares, haber devenido un frío ejercicio formal, cual café que pierde su aroma.

¿Tiene el asistir a La Escuela al Campo la misma connotación que en otros tiempos para padres y alumnos? ¿Sigue intacta su labor educativa? Tras las respuestas anduvo JR por campamentos, hogares y planteles del extremo suroriental cubano.

TRAGO AMARGO... PERO NECESARIO

¿Juntos y revueltos? La cercanía del fin de semana acentúa la concurrencia en los entornos comerciales de la ciudad de Guantánamo.

El Mercado Centro, el del EJT, el del Sur, la cafetería El Pueblo, la dulcería El Progreso y la red de tiendas en moneda libremente convertible se convierten en puntos habituales de familias en busca de provisiones.

Puertas adentro de la tienda Los Muchachos, Elvira Pérez Limonta dejó buena parte de su salario. Unas raciones de pollo y un litro de aceite bastaron para sentir el agujero en su bolsillo.

Sabe que no será suficiente, pero al menos este domingo su sobrino Yunier Pérez Pérez probará una sazón distinta en las montañas de Maisí, el municipio cubano mayor productor de café.

Dice que el muchacho no se pierde un Plan La escuela al Campo, muy a pesar del «asma casi crónica certificada por el médico. A él le encanta irse al lomerío y parece que es buen recogedor del grano.

«Así se crece», remata esta cuarentona de piel oscura y sonrisa afable, para quien «muchas veces los padres con actitudes sobreprotectoras truncan sueños de realización espiritual en sus hijos».

No obstante, coincide en que no son pocas las dificultades para ir a visitarlos: «Tengo ansiedad por verificar las condiciones de vida en esos campamentos; pero, además de la comida, está el transporte; a veces sitúan pocos camiones, debe ir solo un familiar por alumno, y los caminos son muy peligrosos», sostiene.

«En ocasiones algunos padres no asisten a la visita y es muy triste lo que pasa. La angustia del adolescente que espera se torna en llanto. Cuando eso ocurre, generalmente, es porque nadie de la familia tuvo posibilidad de ir», opina Elvira.

Una encuesta realizada por este diario entre padres de las más diversas profesiones y sectores sociales de las provincias de Guantánamo y Santiago de Cuba, constató que para la familia la participación de sus hijos en este período es algo así como un trago amargo, pero necesario.

Con la convicción que da la experiencia de lo vivido, en su gran mayoría reconocen los aportes de dicho ejercicio en la formación de los jóvenes, lo que justifica el esfuerzo que hacen ellos y el país, pero concuerdan en que parte del sentido formador se ve hoy limitado por múltiples razones, entre las cuales las económicas tienen un gran peso.

En detrimento de la posibilidad formadora del Plan La Escuela al Campo está la difícil situación que presenta el acceso a los campamentos.

«Las malas condiciones de los caminos, consecuencia del período especial, hacen imposible la entrada de los camiones hasta los campamentos, sobre todo los más intrincados», comenta en lo que coge aire para continuar, Pedro, un robusto mulato trabajador de los ferrocarriles.

«Por eso las madres y otros familiares con algún problema de enfermedad no pueden venir a visitar a los muchachos, o hemos tenido que inventar las visitas a medio camino: los muchachos caminan un tramo, nosotros otro, y nos encontramos a mitad del trayecto, para que no sea tan duro el recorrido, sobre todo para los que contamos más añitos».

CRECER ENTRE VERDES

Maisí, en el extremo oriente cubano, desprende suspiros. El espectáculo de ver nacer el Sol desde el mar Caribe regala momentos inenarrables. Muchos afirman que, despejado de brumas el horizonte, la vista choca con las montañas de Mole San Nicolás, a casi mil metros sobre el nivel del mar, en Haití.

A ese sitio del mapa cubano, con exuberante naturaleza, cuevas y paisajes paradisiacos, legendario también por sus tesoros arqueológicos, llegan todos los años miles de adolescentes con sus profesores a apoyar la zafra cafetalera.

A Osdalvis Serrano, de primer año de Construcción Civil, esta vez no la intimidó el asma bronquial ni la amigdalitis que en anteriores convocatorias la confinó al espacio de la Escuela Secundaria Básica Sergio Eloy Correa. Ahora atendió las recomendaciones del facultativo e hizo las maletas: «Quise venir esta vez, superar los miedos y demostrarme a mí misma que puedo hacerlo. Es mi modesto aporte a la economía del país».

Sin que la fama le suba a la cabeza, Mildre Machado Cremé disfruta el elogio de sus compañeros. De ella dicen que es la mejor recolectora del campamento. Se mete al cafetal y sale siempre con su canasta llena: «A veces recojo hasta cuatro latas en el día. He adquirido habilidades, le fui cogiendo la vuelta», afirma algo tímida.

Lady Monje Castillo, profesora del Politécnico Julio A. Delgado Reyes, en la ciudad de Guantánamo, asiste por cuarta ocasión a esta experiencia. «Lo más difícil es convencer a los padres de que sus hijos estarán bien aquí», sostiene la joven docente.

«Algunos no lo permiten —prosigue—, y entonces empiezan a aparecer los certificados médicos. Nosotros hacemos el trabajo político durante todo el curso para persuadir a las familias y a los estudiantes del significado de esta etapa para sus vidas.

«El alumno aprende a ser más independiente, a vincularse con actividades productivas, en este caso muchos despuntan como buenos recogedores de café».

La profesora Yurisleysi Ramírez Orozco cree que estos muchachos y muchachas desarrollan el valor de la laboriosidad durante el poco más de un mes que dura cada etapa. «Mientras más café tengan los campos más motivados se sienten.

«En las noches ven el Noticiero de Televisión, participan en actividades recreativas en las que emulan entre brigadas. Claro, la nostalgia agarra a muchos. No resulta raro verlos lagrimear ante un teléfono, cuando tienen la posibilidad de llamar a sus familias».

En el campamento guantanamero La Prieta estuvieron, durante la primera etapa, estudiantes del Politécnico de Servicios Sociales Enma Rosa Chui.

Iradelis Durán de la Cruz, de segundo año en la especialidad de Gestión Documental, opinó que esto la ayuda a formarse integralmente como ser humano. «Aprendes a pasar momentos difíciles y a tomar decisiones independientes».

A su lado, otra muchacha que prefirió no decir su nombre, valoró el momento como el ideal para conocer mejor a sus compañeros de aula «... y quién sabe si hasta algún novio aparece», dice pícaramente.

Esther María Lora, profesora de Bibliotecología, jefa de ese campamento, interviene con sus seis años de experiencia en estas lides: «La Escuela al Campo sirve de mucho. Se materializa el vínculo del estudio con el trabajo, además de permitir al alumno el contacto con sus compañeros, la naturaleza y los rigores del campo. Aquí lavan, planchan, cosen sus ropas y son, en definitiva, menos dependientes».

PLAN DE CICLO CORTO Y LARGAS ENSEÑANZAS

Cuentan que el Comandante en Jefe Fidel Castro solicitó al canciller cubano Felipe Pérez Roque, quien realizaba un recorrido por el área, referencias sobre la situación de los integrantes de la misión médica cubana en Centroamérica.

«Comandante, nuestros médicos están bien», explicó el Ministro. «Se sienten satisfechos de su labor; únicamente piden semillas de ciclo corto para sembrar hortalizas y vegetales en los lugares en los que están laborando».

Román Hernández Acosta, jefe del Departamento de Estudio y Trabajo de la Dirección Provincial de Educación en Santiago de Cuba, saborea la historia. El relato, comenta con la autoridad que le dan 24 años al frente de la actividad, es la muestra más elocuente de lo cosechado por este proyecto en 40 años de vida.

«Únicamente gracias a la aplicación del principio de vinculación estudio-trabajo, nuestros profesionales de la salud, en lugares tan distantes, pudieron pensar en semillas de hortalizas, en siembras de ciclo corto. Ahí está la huella del Plan La Escuela al Campo».

El directivo, quien junto a León y Savigne discutirá pronto su tesis de maestría sobre el tema, sostiene que este Plan, uno de los principios rectores de la educación cubana, forma a los adolescentes y jóvenes en valores como la responsabilidad, la honestidad, el colectivismo, la laboriosidad.

«Desde sus dos momentos, uno de educación para la vida y otro productivo, los muchachos aprenden a trabajar, se forman integralmente.

«Allí ves a aquella muchachita que en su casa era difícil que comiera y hoy come de todo; que al vincularse con la naturaleza y conocer de las plantas y su utilidad le perdió el miedo a las ranas y a otros animales.

«Cuando un alumno no ha cumplido su norma y otros le ayudan aprenden a apoyarse, a pensar en el colectivo; allí incorporan la rutina de trabajar doble jornada; cuando se les habla sobre cuánto se recogió en el día y la importancia de su aporte, se educan económicamente; con la emulación, aprenden el valor de la competencia fraternal y el estímulo justo. En fin, se superan».

No obstante, reconoce el especialista, aun cuando en los últimos años no ha mermado la incorporación de los estudiantes ni el gusto de los jóvenes por el Plan, trabas como la actitud sobreprotectora de ciertas familias, alentadas por las dificultades económicas de los últimos tiempos limitan su influencia.

Ante eso, acota, es preciso fortalecer el papel de los docentes a partir del criterio de que la escuela cambia de escenario, se traslada al campamento, pero mantiene su influencia educativa desde el trabajo político en matutinos, vespertinos, actividades deportivas y culturales.

APORTES, TRABAS Y OTROS FENÓMENOS

Con buenos ojos son vistas las movilizaciones de estudiantes y profesores en las zafras cafetaleras. Ese criterio toma cuerpo más por el significado del aporte que por el impacto económico.

Según funcionarios de la Dirección Provincial de Educación en Guantánamo, el pasado año 12 774 estudiantes y profesores recolectaron el 11,6 por ciento de todo el grano de esa contienda. Eso supone alrededor de 150 000 latas de café.

En la presente zafra se prevé alistar a unos 13 300 de 55 escuelas, de los cuales 394 son profesores. Maisí recibe en cada etapa unos 1 700 estudiantes.

Carlos Falcón Fauche, asesor de Estudio y Trabajo en la mencionada entidad, afirma que el aporte de esa fuerza es alto e importante por su estabilidad, seguridad y disciplina.

«Los estudiantes trabajan tanto en picos de maduración del grano como cuando hay poco café en los campos. En cambio, la fuerza interna empieza a retirarse apenas descienden los índices de maduración».

Tal contribución pudiera elevarse si se crearan con anticipación a cada cosecha las condiciones para movilizar más estudiantes. La aseveración toma cuerpo de las opiniones de funcionarios, personal involucrado y hasta de los propios padres.

Falcón reconoce que aunque los campamentos han mejorado en comparación con los que existían diez años atrás, todavía adolecen de la falta de condiciones relacionadas con el completamiento de los colchones en los albergues, la garantía de la transportación en tiempo y el mejoramiento de la vida, una vez insertados en las lomas.

«En otros casos, la ausencia de cercas perimetrales, de pasillos hacia los baños, o el autoabastecimiento, influyen en la cantidad y calidad de esas movilizaciones.

A todas luces, falta en muchos casos previsión y trabajo anticipado. A veces, las condiciones se crean sobre la marcha y los recursos se ubican a destiempo, lo cual deja un sabor amargo en padres y alumnos.

EPÍLOGO INCONCLUSO

Se hacen amigos, y... amigas. A la doctora santiaguera Tamara Diéguez le preocupa el exceso de confianza que en ocasiones se manifiesta en algunos campamentos donde conviven hembras y varones.

Puntos de vista como este, apuntan pedagogos y profesores, tan sinuosos como los caminos del lomerío, son prohijados allí donde la voluntad de docentes y directivos no alcanza para hacer cumplir lo establecido.

Menos dependientes de mamá y papá. Las autoridades educacionales son enfáticas. Cualquier realidad que dé pie a que las relaciones entre los jóvenes se desarrollen fuera de lo concebido en los reglamentos de los campamentos, en los que incluso se prevé la concertación de acuerdos con instituciones de la comunidad, como el Médico de la Familia, para la educación sexual y para la salud de los educandos, limitan la real capacidad educativa de un Plan que por encima de todas las cosas no ha perdido la capacidad de atemperarse a los nuevos tiempos.

Restringen, igualmente, actitudes como las de la escuela que durante todo el año y más aún en la etapa preparatoria no aporta a padres y alumnos los suficientes elementos para juzgar la importancia de este plan para sus vidas. También influyen posiciones como las de aquellos docentes que se quedan en el camino y nunca entran al cafetal a enseñar con el ejemplo vivo. O hechos como la rutinaria vida de campamentos en los que no se explica por qué en una determinada etapa es más importante granear que recoger la norma o en los que se incumple con el estímulo prometido, con su consecuente carga desmotivadora.

En fin, seguir fortaleciendo sus concepciones, esas que en 40 años han evolucionado como la vida misma, es, coinciden los especialistas entrevistados, el mayor desafío actual del Plan La Escuela al Campo.

En tanto, cada comienzo de curso, entre verdes, retos y obstáculos, y sin apenas darse cuenta, la nueva generación crece.

LA ESCUELA AL CAMPO SE RENUEVA

Con la movilización de más de 22 000 estudiantes y docentes hacia las granjas de todo el pueblo, en la provincia de Camagüey, a partir del 22 de abril de 1966 y durante cinco semanas, se inició lo que sería denominado como Plan La Escuela al Campo.

Aquellas jornadas, que en un primer momento apoyaron las labores de la zafra azucarera, se extenderían luego a todo el país hasta alcanzar el amplio espectro del mundo agrícola cubano.

Se consolidaba así la concepción de la vinculación del estudio con el trabajo, devenido principio rector de la pedagogía cubana, cuyos fundamentos teórico-metodológicos se perfeccionan constantemente.

A partir de 1997, a tono con las transformaciones de la agricultura cubana, el Plan La Escuela al Campo se vincula a nuevas formas de producción como las UBPC, CPA, CCS y campesinos independientes.

El surgimiento durante estos 40 años de nuevas variantes como las Brigadas Estudiantiles de Trabajo (BET), las Fuerzas de Acción Pioneril (FAPI) y más recientemente las Brigadas Estudiantiles de Lucha Antivectorial (BELCA) y la vinculación a las áreas de autoabastecimiento de los centros, son la mejor evidencia de que el principio se renueva y fortalece.

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