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Un noche de sábado de los jóvenes cubanos

Un equipo de reporteros de este diario constató que incluso en el día más festivo de la semana, son aún insuficientes las ofertas recreativas para los adolescentes y jóvenes 

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Equipo de periodistas

Ilustración: Jorge Méndez ¿Quién sabe por qué al sábado le cayó encima la alta responsabilidad de ser el día de la semana en que muchos deciden darle más alegría y espiritualidad a la vida? Quizá la razón estribe en que su nombre, que proviene del latín y a su vez del hebreo, signifique descanso. De cualquier manera, es el día en el que, por lo general, ya la casa se hace insoportable, la cabeza está atiborrada y se necesita «aire puro», que en Cuba se puede traducir de mil maneras. Difícilmente lo que no se dé un sábado, en cuestión de diversión y esparcimiento, se logre en algún otro momento. Este es el motivo por el cual reporteros de JR escogió el pasado 3 de febrero para retratar la Isla de noche.

HABANA, HERMOSA HABANA

Hace frío en Cojímar. Aunque gran parte de la ciudad limita con el mar, los habitantes del este de la capital creen tener en la costa a un vecino infiel que negocia con los sistemas frontales y exige abrigarse más de lo habitual. De cualquier forma, Maikel y Sergio, de 18 y 20 años, respectivamente, lo agradecen por adelantado. Es la ocasión para estrenar chaqueta de mezclilla uno, y pantalón de tela blanca y gruesa, el otro. El escaso invierno que les regala la Isla es una bendición para ellos. Sin embargo, no se sienten muy animados. Rumbo al pequeño malecón, donde aguarda el resto del piquete, retoman la conversación sostenida en la tarde, la cual gira en torno a un problema: ¿adónde podemos ir esta noche?

La novia de Sergio había sugerido el Vedado, pero una amiguita suya le quitó rápidamente la idea de la cabeza. Fue Maikel, entonces, quien puso la buena: «¡Vamos a La Costa!». Ahora, ya reunidos y de camino al único centro nocturno de la zona, al cual arriban pelotones de muchachos provenientes de Alamar, Bahía y Camilo Cienfuegos, surgía una nueva inquietud: después que logremos entrar, porque eso allí se llena hasta el tope, ¿qué haremos, además de bailar? Todos los sábados es la misma cosa, ¿no es verdad? Al son de esa interrogante fueron advirtiendo poco a poco la música grabada y el tumulto en la puerta de entrada.

Sergio, quien cursa estudios en un politécnico de la localidad, opina al respecto: «Hace más de cuatro años que vengo a este lugar. Se puede decir que es el único que frecuento. La semana pasada fui con mi novia a un concierto en La Piragua y nos divertimos, pero para regresar fue una tragedia. Hoy queríamos hacer lo mismo, a pesar del transporte, pero nos dijeron que no había nada por allá. Ese es el problema: a veces hay y otras no. Entonces, yo prefiero venir aquí, aunque me aburra un poco».

La Habana del Este es uno de los municipios más extensos del país y su población tiene la particularidad de estar diseminada por no pocos repartos. La distancia entre ellos es considerable. En Guanabo, por ejemplo, la playa es su principal atracción; sin embargo, la vida nocturna no es como la sueñan sus jóvenes. Para disfrutar de un buen cabaret deben manejar divisas.

Algo similar ocurre en las zonas más próximas al túnel de la bahía. En kilómetros a la redonda —con la excepción del ya mencionado club La Costa, en Cojímar— apenas destacan los centros nocturnos con ofertas en moneda nacional. El único núcleo recreativo que va más allá del alcohol y la música es la Casa de Cultura de Alamar. El bien ganado prestigio de dicha institución, la cual convoca anualmente a múltiples y atractivos eventos, no parece suficiente para el público juvenil. Este detalle adquiere ribetes polémicos, si tenemos en cuenta que dicha zona residencial sobrepasa los 100 000 habitantes.

No muy lejos de allí, en Guanabacoa, uno de los municipios colindantes con La Habana del Este, Alejandro Martínez, estudiante del tecnológico Lázaro Peña, y su amigo Dayniel González, carpintero de 21 años, miran tomando una prudente distancia cómo unos 20 o 30 jóvenes se «desarman» al compás de Deja que yo te coja, Caperucita..., en el Anfiteatro.

«Esto está “fula” cantidad. Aquí se forma una bronca con la facilidad más grande del mundo, y nadie hace ná», asegura Alejandro. Y entonces, ¿qué hacen ahí? «Esperando que aparezca algo para ir para el Morro, Guanabo, el Vedado o para cualquier otro lugar?», responde con prontitud Dayniel.

Lo más triste es que, en verdad, por allí no hay otras variantes. O sí: el Museo Histórico de Guanabacoa podría convocar, pero la sólida puerta de madera de color carmelita hace juego con la penumbra de la calle donde está enclavado, y de todas maneras, «ahí no va nadie —afirma Alejandro—, siempre está vacío. Yo no sé ni lo que hay dentro».

Otros, como Carlos Alberto Lorenzo, Madelaine Zerquera, Yusnay Febles y William Caraballosa, «prefieren» quedarse en su territorio. Ellos y una botella de ron se han plantado en la acera de un edificio. Sus edades oscilan entre 20 y 25 años. «Los Orishas y Súmate, en CUC, son inalcanzables, porque «¿de dónde son los cantantes?», exclama Madelaine con cubanísima soltura.

VUELO BAJO

«Este asunto de la recreación es tan viejo como crítico», apunta Yohendris Delgado, de San Miguel del Padrón, situado también en Ciudad de La Habana. «Hace mucho que no tenemos un lugar para bailar, excepto los “bonches”, lo único que nos queda para “matar” el aburrimiento, porque por aquí cerca no hay ni cines, ni teatros, ni nada».

Por su parte, el estudiante de onceno grado, Javier Gómez, agrega: «Deberían existir iniciativas para escoger. No se por qué no funcionan las áreas deportivas por las noches, o por qué no organizan simultáneas de ajedrez en ese horario también. Son variantes que se me ocurren, pero seguro hay muchas más. El problema es que no se buscan».

Y cosas de la vida, las partidas espontáneas del juego ciencia en el afamado Parque Central, de La Habana Vieja, nada difieren de cualquier certamen oficial. Luego de las tres de la tarde ese es un sitio perfecto para «expertos». Sin embargo, el cercano bulevar de San Rafael contrasta por la escasa vida que refleja. Muchos se aventuran en señalar que el nombrado sitio muere, al cerrarse las puertas de las tiendas recaudadoras de divisas enclavadas en sus cuadras. «Ni un helado es posible comerse», soltó desanimada una muchacha.

No es muy diferente la situación en el Cotorro, a unos 20 kilómetros del centro de la capital. Y es que los pocos centros nocturnos existentes no se explotan al máximo y exhiben precios muy altos para los estudiantes. Por lo demás, los que pudieran estar a su alcance, como la Casa de Cultura, el cine y el Coppelia, olvidaron brindar servicio, al menos el 3 de febrero. Ah, pero el parque es otra cosa. Allí se exprimía las neuronas intentando decidir hacia dónde dirigir sus pasos Yunier Frómeta. «Hoy está tocando Pedrito Camacho y el Clan en La Pontusco, pero cuesta 20 pesos, y mis padres no tenían dinero para darme. Me tendré que conformar con ver desde lejos», se lamenta.

Si la distancia no fuera tan larga, quizá Yunier se hubiera aventurado a dirigirse al aclamado Vedado, hasta la populosa calle 23 y a La Rampa, recorrido «obligado» para muchos que durante las noches buscan con lupa con qué divertirse, a pesar de que casi siempre terminan en el Malecón de La Habana, que huele a mar, ron, maní, jóvenes, viejos...; el lugar donde también fueron a parar Alberto, Susana y Carlos, vecinos de 10 de Octubre, y estudiantes de la CUJAE, «empujados» por la ausencia en estos días de las Casas del Estudiante, que antaño eran sinónimo de aceptación y de alegría.

«Intentamos convidar a Susana al G-Café, que ella no conocía, pero había una cola notable. De todos modos, ese es un espacio para jóvenes, quienes de vez en cuando podemos disfrutar de conciertos en los Jardines de la Tropical, en el Almendares, la Casona de Línea o en el Centro Pablo, pero los adolescentes están perdidos», razonó Alberto.

¡AÑORADO REENCUENTRO!

El estigma de urbe «dormida» que sufre la ciudad de Matanzas desde hace años perdura hoy, aunque se dan señales de humo para que las opciones recreativas reanimen sus noches. No obstante, a las 9:00 p.m., la galería de arte y el Museo Provincial en el centro histórico estaban cerrados. Solo el Teatro Sauto respiraba con la obra Retrato, de la compañía Rita Montaner.

En El Patio, sitio de la Asociación Hermanos Saíz, cerca de 200 jóvenes disipaban energías en una muy animada peña de Los chiflados, dedicada a escuchar y bailar con la música de décadas anteriores, mientras una cantidad muy superior de personas se dejaba cautivar por Azúcar Negra en un concurridísimo Complejo Viaducto, en el Consejo Popular La Playa. A pie, en bicitaxis y en coches tirados por caballos se movían los jóvenes en busca de este centro, opción bendecida.

«Existen otros lugares, que nos gustan, pero ya sabes...», comenta Henry Almirall, estudiante de preuniversitario. Nos podemos dar con un canto en el pecho de tener esto», dice. Una verdad a gritos. Sin el Viaducto, ¿a dónde iría esa marea de adolescentes y jóvenes, si en el resto de los consejos populares sus plazas están silenciosas?

Lo cierto es que en la ciudad de Matanzas funcionan algunos centros nocturnos, con reducida capacidad y que no son precisamente para el público juvenil, y otros como el parque René Fraga o la Plaza 14 Festival continúan añorando su antiguo esplendor, mientras tanto muchos se cuestionan por qué la ciudad es tan aburrida, por qué para divertirse un poco hay que ir a Varadero...

LAGUNAS EN LA PERLA

Populosos consejos populares como Caonao, O’Bourke y Paraíso, donde viven miles de jóvenes cienfuegueros de 15 a 30 años, estaban literalmente «muertos» el pasado sábado 3. Algunos moradores del primero de ellos, deambulaban en una esquina sin iluminación. Ante la interrogante, la respuesta fue común: «Lo único que tenemos en este lugar para organizar actividades es la Casa de Cultura Luis Gómez; y no abre todos los sábados».

—¿Y por qué no toman la guagua y van para la ciudad?

—¿Qué guagua es esa?, se rieron, eso no existe.

Y no mentían. De 105 ómnibus con que contaban en su parque la Empresa Municipal de Transporte en 1989, ahora solo poseen siete. Los carros están sobreexplotados y por la noche su salida se produce hasta antes de las once; y ello de forma esporádica, porque, según sus directivos, se ha comprobado que se invierte mucho más en poner 40 litros de combustible que lo que se recauda con el pasaje.

Con esa filosofía de manual de aeropuerto siempre saldrá perdiendo la juventud de la periferia, que se pierde la mejor parte de la recreación nocturna: la generada en medio de la ciudad, la cual también padece de muchas lagunas; los jóvenes encuestados dan fe de ello. Dicen que la principal fuente de diversión es sentarse con sus novios o amigos en el muro del malecón, a tomarse una botella de ron, mientras escuchan la música proveniente del Rápido de enfrente.

A una buena opción se refiere Yirobys Brito, alumna de Secundaria Básica: «En el Palacio de los Matrimonios la Organización de Pioneros José Martí, en el territorio, ideó un buen pasatiempo. Podíamos bailar, divertirnos..., pero, a decir verdad, no sé si aún funciona», lo que no se pudo comprobar pues el local no prestó servicio ese sábado.

Para suerte, hay una no muy amplia pero sí fiel presencia juvenil en los espectáculos del teatro Tomás Terry, institución que contó en el 2006 con 159 presentaciones artísticas, varias de ellas de primer nivel, lo que no ocurre en las principales salas cinematográficas, Luisa y Prado, donde la selección —opinan los encuestados— no siempre es la mejor, y se prioriza el cine de acción o terror más burdo.

¿CAMBIA, TODO CAMBIA?

En Ciego de Ávila, la noche del sábado fue algo especial. Los 36 mejores atletas de Cuba habían sido recibidos en la mañana y al otro día, por la tarde, sería el Juego de las Estrellas. Había motivos para festejar.

Quizá por eso, la Noche Avileña (propuesta clonada en casi todas las provincias) tenía un sabor diferente. El tradicional festejo de los sábados, convertido en la principal iniciativa de recreación, volvía a ocupar la calle Independencia y otras arterias. Ahí estaban los restaurantes de comida especializada con sus emplazamientos. ¿Quería usted comer una fabada, o un buen arroz congrís con las tajadas de cerdo asadas y cebollas en salsa? Solo tenía que sentarse.

Más adelante, entre las calles Maceo y Honorato del Castillo había que avanzar a base de los «permisos, por favor». A esa hora, la galería Raúl Martínez invitaba a una muestra de la artista Belkis Ayón. Pero sus salones, vacíos. «Debe ser que lleva 15 días expuesta», explica Ana María Pérez, veladora de sala.

En una esquina frente al Parque Martí, el Museo de Artes Decorativas invitaba a pasar. En cambio, el Teatro Principal traicionaba su hábito de ofrecer espectáculos con frecuencia. El cine Carmen, en un aviso, anunciaba que no habría proyecciones en la sala grande, por roturas, pero que la programación se pasaba para la Sala 7, un recinto más pequeño.

Sin embargo, las personas que esa noche caminaban por Independencia parecían ajenas a esos cierres. Frente al hotel Sevilla se concentraban personas de todas las edades, que bailaban a ritmo de discoteca —los más jóvenes— o compraban algún helado.

«La vida ha cambiado poco», asevera Guillermo Rodríguez, subdirector de la Empresa del Seguro Nacional. «Prácticamente es la misma dinámica de hace 20 años. Caminar desde el Coppelia hasta el Parque Martí y regresar. No hay otras opciones».

Mientras, Maikel Rodríguez Barrios, profesor de la Escuela Comunitaria del Deporte No. 1, expresa que la ausencia de áreas deportivas para los jóvenes es algo que atenta contra sus espacios de realización. «Uno lo ve a diario. Si se van para la Plaza Camilo Cienfuegos a jugar fútbol, corren el riesgo de que los saquen porque dicen que dañan las áreas verdes. Lo mismo pasa en la Plaza Máximo Gómez (antigua Abel Santamaría). En la concreta, no hay donde practicar deportes».

Leonardo Santibáñez Pérez, de 19 años, tiene su propia explicación de lo que sucede: «A veces pienso que quienes conciben la recreación imaginan lo que debe ser bueno para uno sin saber lo que queremos. A lo mejor estoy equivocado, pero es lo que siento».

LAS TUNAS ES LA CIUDAD

A las siete en punto de la noche, Eduardo se estira como un gato en la butaca y cierra de un golpe el libro de texto que ha estado repasando toda la tarde. «Ahhhhhh...», bosteza, mientras se pone lentamente de pie. Desde una de las calles de la ciudad le llegan los bocinazos de los carros, que pasan veloces hacia sabe Dios dónde. En realidad, el muchacho no tiene muchos deseos de salir. «El lunes tengo prueba en la Universidad», murmura. Pero la perspectiva de ponerse de nuevo a estudiar no le entusiasma demasiado. Por fin se decide a dar una vueltecita.

La proximidad de la cremería Las Copas lo seduce. Pide el último en la cola y en cuestión de minutos está sentado a una mesa dentro de un salón que es una joya, tanto por diseño como por el servicio. Eduardo regresa a la calle y toma rumbo al parque. Desde el patio de la cercana Casa de Cultura le llegan acordes musicales. Las inmediaciones del local están colmadas de muchachones.

Igual ocurre en la Plaza Cultural, donde el popular grupo Barricada desgrana sus contagiosos ritmos desde la tarima. «Y en el Tanque de Buena Vista está la Charanga Tunera», anuncia un recién llegado con aliento etílico. «Oiga, si quiere escuchar algo de excelencia, lléguese ahora mismo por la Casa del Joven Creador. Es una sorpresa y no se va a arrepentir», le recomienda un diletante que pasa veloz por su lado. Pensaba que todavía estaba cerrada por reparaciones, pero para su sorpresa, en el patio, Frank Delgado centraba un concierto. Sí, el trovador nacido en Minas de Matahambre. ¡Y a lleno completo! Hacía 11 años no se presentaba por acá.

La alta noche comienza a cernirse sobre la ciudad. Tres motoristas con vocación de suicidas pasan como exhalaciones con otras tantas muchachas agarradas a sus cinturas. El cine Luanda ya terminó de proyectar el drama norteamericano El Rey. En su sala contigua varios discotequeros se aglomeran frente a la puerta que cobra en CUC. Eduardo no tiene para eso y opta por retornar a casa. Ha sido una buena jornada. Pero nada de autocomplacencias. En materia de recreación, todavía queda mucho por hacer.

SÁBADO DE PELÍCULA

En Holguín, por décadas, y especialmente los sábados, el céntrico parque Calixto García ha sido punto de concentración de la muchachada que, desde las primeras horas de la noche, comienza a deslizarse por sus iluminados paseos, «olfateando» los posibles itinerarios del ocio tras una semana de estudios.

Y no quiere esto decir que hoy continúen siendo fieles a aquella clásica tradición de «sacarle roscas a los parques», pero lo cierto es que todavía existen muy pocos puntos en esta urbe, de más de 340 000 habitantes y una importante población estudiantil flotante, que puedan competir con el seductor ambiente que se apodera del Calixto y sus contornos, aunque unas pocas cuadras más allá, las calles luzcan tan vacías y aburridas como si estuviera vigente un «toque de queda».

Giselle hubiera deseado cantar en el karaoke del tercer piso del edifico Pico Cristal, y antigua discoteca del mismo nombre, mas sus amigos no querían que se amargara la noche, que se hiciera ilusiones. Juntos todos sus dineros no llegaban a 60 pesos en moneda nacional. A esa misma hora, uno de los lugares más codiciados es el Centro Recreativo Juvenil Siboney, de impecable servicio, precios módicos, buena música y un ambiente muy sano. Sin embargo, habían tardado mucho. El local se había colmado y la entrada era por parejas.

Pasadas las nueve, ya ni pensar ir al Piano Bar, la Caverna de los Beatles, o la cafetería Las Tres Lucías que a pesar de que también funcionan en moneda nacional, son espacios temáticos para personas más adultas. A la Casa del Estudiante, ni hablar. Cuenta con un excelente local climatizado, servicios gastronómicos muy baratos y una sala de computación, pero solo presta servicios mediante la conciliación de las visitas con el centro estudiantil y las organizaciones estudiantiles.

Quizá la novedad más pasada por alto aun por los noctámbulos es la Sandunguera, o el llamado Templo de la Cubanía, una osada iniciativa del Centro Provincial del Cine que ha rescatado del olvido la desvencijada sala del cine Baría. El precio de entrada es de solo cinco pesos en moneda nacional. Con una sobria ambientación de viejos proyectores de 35 milímetros, máquinas de video, carteles y cintas cinematográficas, el proyecto en cuestión propone el disfrute del cine y el espectáculo.

Al final ganó la partida la música grabada que ofrece, en la plaza Camilo Cienfuegos, el carismático promotor cultural Celso Garcés. Allí, entre las estridencias del reguetón de Eddy K y otros ritmos parecidos, algunos chicos trataban de conquistar pareja con sus habilidades para el baile. Entre el calor y la aglomeración, y un evitable altercado entre dos jóvenes se puso término a la distracción de Giselle y sus amigos.

—Mejor nos vamos a ver la película del sábado...

¿EN STRIKE O A LA ROCA?

Mirian Ayslen tiene deseos de fiestas. Casi todos los días sale en medio de la noche del Puesto de Mando de los Trabajadores Sociales sin más tiempo que para el sosiego. Hace unas noches, sin embargo, le provocaba bailar.

Los acordes que llegan desde un club nocturno escalan su anatomía. Imagina su actuación en medio de aquel salón de bailes, mientras contonea el cuerpo como puede y se lo permiten «las normas» de comportamiento público en el parque central José Martí. Pero... «Hace apenas dos años funcionaban clubes en la ciudad, organizados por la FEU y la FEEM como una buena iniciativa en la cuerda de la llamada recreación sana, útil y culta...

«Sin embargo hoy —entra desenfadadamente al diálogo Yurislennis—, hay que “tirarse contra” el Hanoi, la discoteca del hotel, La Lupe, La Ruina o el club Nevada, y ninguno cuesta menos de un CUC. El consumo de dos personas, oscila en casi 20 en esa misma moneda. Súmale a eso, unos 20 pesos para el pasaje al “botero”».

—¿Han asistido a las peñas de la Casa del Joven Creador o las funciones del teatro Guaso?

—La Casa del Joven... ¿qué?... ¿Dónde está eso?, respondió uno.

El diálogo deja ver diversos enfoques de la recreación en esta ciudad de más de 210 000 habitantes. De un lado la visión de que no hay ofertas para quienes no manosean divisas; del otro, el desconocimiento de opciones, servicios y propuestas culturales, desdeñadas, a veces, por la solidez de percepciones idiosincrásicas sobre la recreación.

DESAZÓN NOCTURNA

Con las luces de las 9:00 p.m., la céntrica calle Enramada simula un gran cuerpo aletargado y soñoliento. Sin los apremios del día unas pocas parejas husmean en las vidrieras de las shopping; otros contemplan sin asombros la larga carta menú del Novedades, tan extensa como poco atractivo, y muchos padres enrumban con sus pequeños a casa, después de vaciar sus bolsillos entre vueltas en chivo, bicicletas, caramelos y chupa chupas.

Tan solo un sobrio cartel a la entrada de la sala Van Troi, sede del Cabildo teatral Santiago, y el gesto expectante del portero del restaurante Las Novedades recuerdan que es sábado y la noche convida al disfrute.

Un poco más allá, en la legendaria Casa de la Trova, los trovadores rasgan sus guitarras ante dos o tres habituales y algún que otro turista con ánimo festivo, y el entusiasmo de los estudiantes del Conservatorio Esteban Salas intenta evitar que el ambiente de modorra que les rodea afecte el desempeño de sus compañeros que se presentan en concierto ante una sala Dolores casi vacía.

Para quienes como Dayana y sus amigos, optan por bailar, el camino es el mismo de semanas anteriores. «Luchar por entrar a La Iris, el Matamoros o el Club 300, que en los últimos tiempos también funciona como discoteca; los únicos lugares de este tipo, más o menos seguros, que hay en la ciudad y que a media noche casi siempre se “prenden”, a pesar de ser en divisas».

A ambos extremos de la urbe los cabarets Tropicana y San Pedro, continúan imperturbables, inalcanzables, como opciones únicamente para bolsillos solventes, y con transporte que permita llegar a ellos.

Tal es el retrato cotidiano de la recreación promovida institucionalmente en esta ciudad, situación que se agrava en los municipios y zonas serranas, casi proporcionalmente con la cantidad de kilómetros que les separan de la cabecera provincial.

Insuficiencia de opciones atractivas, ausencia de ofertas en moneda nacional a precios asequibles, especialmente para grupos como los adolescentes, dificultades con las instalaciones de las instituciones culturales, problemas de promoción y divulgación de las ofertas culturales, desconocimiento de otras opciones, lejanía de los centros recreativos, que dadas las dificultades del transporte, los convierten en sitios inaccesibles..., son algunas de las insatisfacciones de la mayoría de los jóvenes entrevistados la noche del sábado. Pero Juventud Rebelde no se da por vencido. Seguiremos desenredando el entuerto. (José Luis Estrada Betancourt, Randol Peresalas, Yelanys Hernández Fusté, Norges Martínez Montero, Amaury del Valle Montero, Hugo García Fernández, Julio Martínez Molina, Luis Raúl Vázquez Muñoz, Juan Morales Agüero, Héctor Carballo Hechavarría, Lisván Lescaille Durand, Odalys Riquenes Cutiño, y Mayté María Jiménez Hernández, estudiante de Periodismo)

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