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Celia sigue en la memoria de todos los cubanos

Hoy Celia Sánchez, la Flor de Cuba, compañera inseparable de Fidel, celebraría su 87 cumpleaños. JR se acerca a su personalidad

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Juventud Rebelde

MEDIA LUNA, Granma.— Maritza Acuña Núñez no estaba nacida cuando ya Celia Esther de los Desamparados Sánchez Manduley había perfumado, con mucho, la historia nacional. Sin embargo, esta mujer de 48 años siente que conoció desde siempre a esta guerrillera de Cuba.

Esa impresión le brota, seguramente, de haber escudriñado durante más de dos décadas cada objeto, cada foto, cada esquina de la vieja casona de madera —ubicada en la calle principal de Media Luna—, en la que la Flor hizo las primeras diabluras y vivió gran parte de sus primeros 20 años.

En esa observación de «cosas vivas», a Maritza, hoy directora del museo Casa Natal de Celia, le nació un ídolo eterno. Al punto que hoy, al narrar cualquier pasaje estremecedor de la heroína, llora a lágrima viva.

Maritza Acuña Núñez. A una persona tan sensible y estudiosa de la obra de Celia (9 de mayo de 1920-11 de enero de 1980) siempre es edificante preguntarle sobre los gustos, las tormentas..., los detalles de esa imprescindible criatura.

La primera biografía de Celia, de la autoría del prestigioso historiador e investigador Pedro Álvarez Tabío, fue publicada en diciembre de 2003, a casi 24 años de su desaparición física. En el año 1990 ya estaba concluida. En el museo Casa Natal existe un ejemplar para uso exclusivo.

—¿Qué dejó escrito Celia?

—Hasta donde sabemos no dejó nada escrito. Era reacia a escribir y disponía de muy poco tiempo. Prefería ejecutar, hacer.

—¿Cuánto material se conserva de ella?

—Se conservan muchas cosas. Esta casa cuenta con una colección de 231 objetos personales, en los fondos que se encuentran en la Oficina de Asuntos Históricos (del Consejo de Estado) existe un gran número de documentos. Y en su apartamento del Vedado se conserva todo como si ella estuviera viva.

—¿Cómo se le recuerda en Media Luna?

—De manera especial, las personas que la conocieron hablan de ella con mucho amor, con eterna gratitud y un cariño muy intenso, sin dejar de lamentar nunca su desaparición física. La evocan como una figura imprescindible para el pueblo.

—¿Ella se consideraba de Media Luna, de Pilón o de Manzanillo?

—No puedo responder a cuál de los tres pueblos ella se sentía más arraigada; Media Luna fue su pueblo natal, donde vivió toda su niñez y parte de su juventud, una etapa muy feliz de su vida. Manzanillo la acogió durante su juventud, ella confesó que fue muy linda esa época y guardaba recuerdos bonitos, en varias ocasiones dijo que constituyeron los años más felices de su vida.

«Manzanillo resultó también el escenario de su lucha clandestina y la ciudad que supo retribuir su heroísmo. Pilón fue algo especial, a este recóndito lugar lo amó entrañablemente y nunca pudo desligarse de él. También la marcó para toda la vida. Pero, ante todo, era cubana».

—¿Cuántas veces, después del triunfo, retornó a Media Luna y qué hizo?

—Estuvo pocas veces; en dos ocasiones visitó la casa, recorrió el patio y recordó pasajes de su niñez, también conversó con los vecinos del barrio preocupándose por su familia, su salud y otros problemas.

—¿Cómo era la voz de Celia?

—Poseía una voz fuerte, pero no carente de cierto acento de dulzura, una voz que sabía usar de acuerdo con las circunstancias.

—Según dicen, era experta jinete. ¿Era así mismo para la cocina, el bordado... los llamados quehaceres femeninos?

—Fue una mujer muy laboriosa, con destreza para las artes manuales, y exquisita en el arte culinario, desde muy joven estuvo en contacto directo con la naturaleza, amó profundamente el mar y la montaña.

—Existen numerosas referencias de la entrañable relación con su padre, pero pocas veces se habla de su vínculo con Acacia...

—Su mamá murió tempranamente, al parir la última de las niñas en el año 1926; es decir, Celia tenía seis años, por lo que no tuvo mucho tiempo para relacionarse con su madre. No obstante, el hecho la afectó mucho, tanto que la niña enfermó por un tiempo de los nervios.

—¿Hay pasajes de ella llorando? Sobre eso se habla poco; en raras ocasiones se la pinta con lágrimas. ¿Por qué?

—Sé que la muerte de su padre en junio de 1958 la golpeó mucho, supongo como es natural que haya llorado, así mismo la desaparición de Camilo y la muerte del Che la marcaron para siempre pues los unía una relación de hermandad y camaradería especial. No he consultado ningún material que la describa llorando; sin embargo, no olvidemos que poseía una sensibilidad extrema y un gran humanismo. Era un ser humano y no podemos mitificarla.

—Cuando supo que estaba enferma, ¿cuál fue su reacción?

—Al saber de su enfermedad se sometió al tratamiento que incluyó la intervención quirúrgica, pero no al reposo y a la vida limitada que debe llevar un paciente con neoplasia pulmonar; por el contrario: se entregó en cuerpo y alma, como siempre lo hizo, al trabajo.

—Algunas personas no se imaginan a Celia disparando un fusil en la Sierra Maestra...

—No sé hasta qué punto se puede asegurar que las personas no se imaginan a Celia disparando un fusil en la Sierra pues, por experiencias que tengo a lo largo de los 23 años de trabajo en este museo, cuando hablamos de ella al público la primera imagen que les viene a la mente es la Celia guerrillera.

«Combatió por vez primera en el Uvero cuando todavía no estaba incorporada definitivamente a la guerrilla, allí estuvo en la primera línea de fuego, y empuñó por vez primera la carabina M-1 que la acompañó durante su estancia en la Sierra y que hoy se exhibe en el museo como la pieza más valiosa de la colección desde el punto de vista histórico.

«Participó, también, en el combate de Pino del Agua y en la batalla de Guisa. Estuvo en las acciones más importantes de la Columna 1».

—¿No tenía enemigos, rencores, abominaciones? ¿Cuáles?

—Sé que su enemigo jurado era el imperialismo norteamericano. No conozco de otros en el plano personal, no me la imagino albergando sentimientos de odio y rencor; pero recordemos que estamos hablando de un ser humano.

—¿De dónde le venía el hábito de fumar? ¿No tenía otros vicios?

—Fumó desde muy joven, pienso que lo heredó de su padre, fumaba constantemente, se alimentaba poco y tomaba mucho café.

—¿No siguió superándose después del triunfo?

—Después del triunfo de la Revolución, casi ya en los últimos años de su vida, matriculó la carrera de Ciencias Sociales en la Escuela Superior del Partido Ñico López, la cual no pudo terminar porque la enfermedad y la muerte se lo imposibilitaron, por lo que la dirección de la escuela decidió otorgarle el título de graduada con carácter póstumo. Este documento se encuentra expuesto en una de las salas del museo.

—Para usted, ¿cuáles fueron sus principales virtudes?

—Entre sus principales virtudes puedo señalar su capacidad de entrega a la lucha y al trabajo, su lealtad y fidelidad al pueblo y a Fidel, su sencillez, modestia y austeridad. Poseía un gran humanismo y un alto grado de exigencia consigo misma y con sus subordinados.

—Aunque a ella no le interesaba mucho, ¿sabía Celia ya que había entrado en la historia de Cuba?

—No creo que tuviera conciencia de eso, su sencillez y modestia se lo impidieron.

—¿Por qué muchos, aún hoy, al hablar sobre ella lloran?

—Esto sucede por el significado que ella tuvo para el pueblo: su hija más querida y su principal esencia.

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