Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Camilo, donde esté…

Autor:

Liurka Rodríguez Barrios

Ya llega el día en que las flores y la mar se juntan, y se habla y se dice lo que cada quien creó para hacer más profundo el homenaje. Entonces, todos quieren ver, ser cómplices de esa tradición arraigada en el recuerdo de una nación que ha imaginado, por mucho, que Camilo Cienfuegos se perdió en las aguas aunque, en realidad, renace en octubre y siempre en la sonrisa de su pueblo.

Y vuelven las estrofas que nunca acaban: «Capitán tranquilo, paloma y león, cabellera lisa...». Y otras: «Si buscáis a Camilo, si perseguís la huella fugitiva del claro Comandante Guerrillero, no es en el mar...».

En el recuento, sus años de joven humilde, emprendedor e inconforme con la realidad de su país, tanto que lo llevan a la salida obligada de la Patria y al regreso, entre armas, por su libertad.

Dicen que Camilo, con su sombrero alón y mirada erguida, sobresalía en la algarabía de los barbudos, justo cuando en caravana amanecían triunfantes. Y no es que fuera de altura o arrojo desigual entre tantos valientes. Era, otra vez, su sonrisa como si en ella contara el hidalgo sus hazañas en mil leyendas.

La de aquella vez de diciembre que llegó en el Granma y después esa capacidad casi mítica de burlar el peligro; la trilogía victoriosa de Bueycito, El Hombrito y Pino del agua. Su misión de comandar la Columna Invasora No.2, Antonio Maceo; o el pasaje singular en Yaguajay que solo puede ser contado por un héroe. Y todas, de la misma página de anécdotas, donde simpatía y valor llenaron los textos en los que muchos aprendimos a leer y a admirar.

De Camilo también se conserva la especial relación que lo unía con su compañero de cien batallas, Che Guevara, quien aseguró porque bien le conocía: «Camilo era Camilo, Señor de la Vanguardia, guerrillero completo que se imponía por esa guerra con colorido que sabía hacer». De esa amistad quedó el combate compartido, y aquella voz que salía de la emisora de la Sierra, Maestra de rebeldes: «Atención Columna 2, Columna 2... Camilo, aquí está el Che...»

«¿Voy bien, Camilo?» —preguntó Fidel en los primeros días del triunfo, extendido testimonio de confianza en un hombre que llevaba a cuestas consagración, prestigio, sabiduría... Un hombre que, ante multitudes, dejó claro cuándo habría que ponerse de rodillas alguna vez o inclinar la frente: solo al llegar a la tierra cubana que guarda a veinte mil compatriotas caídos, y para decirles: «Hermanos, la Revolución está hecha. Vuestra sangre no se derramó en vano».

Ciertamente, Camilo alcanzó a ver pocos meses de esa libertad que ayudó a edificar, pero bastó para que le dedicara su mejor entusiasmo.

Se busca aún entre memorias la amarga noticia de su desaparición, en aquel primer octubre de Revolución, cuando su figura gravitaba en la esperanza de que estuviera todavía entre todos.

Pero Camilo ha estado siempre en la ternura de cientos de pioneros que inician sus andanzas inspirados en su ejemplo; en el estandarte de los jóvenes que impulsan una obra fulgurante; en la historia de quienes tuvieron la suerte de descubrir sus pasos; en el verso imbatible de una Patria que le canta y le espera cuando ve emerger su figura inquieta desde los mares.

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