Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

No hay mar de olvido que apague 100 fuegos

Convocados por JR, decenas de cubanos regalaron una «Camilada» al Héroe de Yaguajay. Hasta la punta de su risa vayan los textos más ocurrentes Camilo, donde esté...

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Juventud Rebelde

Cuando a los cubanos nos enseñan en primer grado las palabras que comienzan con «K» aprendemos a decir kilogramo y kilómetro. Pero ningún libro andante o durmiente se atreve a poner en crisis la ortografía para decir que el nombre tuyo comienza con esa letra casi inútil. Prefiero escribirte con «K» por tu kilométrica sonrisa y tus kilogramos de Co...raje.

Kmilo, cuando éramos tan niños nuestra imaginación volaba por encima del avión al que te enviábamos un grito y un gesto de adiós.

(...) Desde preescolar, o incluso antes, nos dicen que los ríos y arroyos desembocan en el mar. Cada 28 de octubre echamos al agua una flor para ti con la buena fe de que llegará a la punta de tu risa. En primer grado te las envié por el Canal Magistral del Sur del Jíbaro. Por el Arroyo Naranjo de La Sierpe te las hice llegar desde segundo a noveno grados. Durante el preuniversitario navegaron por el río Yayabo. Y en la universidad pude tirarlas en el «malecónico» mar.

Siempre pensé que todos teníamos al menos un canal por el que podían navegar nuestras flores tuyas. Después supe que algunos, por falta de ríos, decidieron reírse de las carencias y se les ocurrió teñir de azul un estanque. ¡Cómo debes haberte reído con esa ocurrente salida!

También te reirás a mares cuando escuchas a cualquier niño de este país definiéndote como el Héroe de «Guayajay». O quizá lloras a lágrima viva —porque los héroes como los hombres también lloran, ¿verdad?— cuando te lanzamos una flor al mar.

(...) Sé que el lema de tu vida eran unos versos de Espronceda: «Y si muero, ¿qué es la vida?/ Por perdida ya la di, /Cuando el yugo del esclavo/ como un bravo sacudí». Pero quisiera regalarte un poema de Quevedo que se adapta a tu imagen y semejanza: «Érase un hombre a una sonrisa pegado,/ era una sonrisa superlativa...» ¿Y tú de qué te ríes?

Los héroes casi siempre son muy serios. Por lo menos eso cuentan las imágenes que se conservan. Sin embargo, tú, sonriente siempre, logras inspirar confianza y, no sé por qué, también respeto. ¿Será por eso que eras el único que hacías reír al «matasanos» argentino cuando lo tumbabas de la hamaca? Muchas «camiladas» que hiciste por el «más Acá», y que por el «más Allá» debes seguir haciendo.

Te fuiste demasiado pronto. Por más que te buscaron no se encontró ni tu cabellera lisa, ni tu sombrero alón. Ni tu cuchillo de filo, ni tus barbas de león. Te escapaste de este mundo con la picardía de las travesuras infantiles. Una más de tus mil anécdotas.

PD: Me han llegado noticias de que por el Otro Mundo hay algo muy efectivo contra el mal humor. Se dice que cada vez que alguien muy pesado llega al «más Allá» se le aplica una dosis exacta —a cada cual según su pesadez— de algo que todos llaman «CCG». Unas píldoras de sonrisa concentrada. Por cierto, coincide con las siglas de tu nombre completo. ¿Esto es cierto, Kmilo? (Randy Saborit Mora, Sancti Spíritus)

Leyendas de fuego

(...) Ni el solsticio del estío/ ni el gris que anuncia el otoño/ impidieron el retoño/ en el mar y el lomerío./ De Cuba, de todos, mío/ es el legado genuino/ hacedor de este camino/ Camilo, tú eres leyenda / y un Genio en esta contienda/ heredó tu humor más fino./ (...) Vengan, deshaciendo ocasos/ con Tecla y sombrero alón,/ ¿escenario?, el Malecón/ a fundirnos en abrazos./ Palmo a palmo, paso a paso/ adalides, fuegos cien,/ y otro Gigante: sostén/ raíz, tronco, rama fuerte./ Con ustedes va mi suerte/ les amamos, vamos bien. (Yanet Medina Navarro, Pinar del Río)

Ojalá seas tú

Hace muchos días quería escribirte al menos unas palabras, mi hermano. Sintiendo que pasa el tiempo y no recibo noticias tuyas, rompo el hielo yo...

A veces parece que olvidamos a los amigos cuando no hablamos con ellos, porque no le hacemos ni tan siquiera una nota para saludarlos y decirles que andamos bien, pero yo me río solo recordando las bromas y eso me alcanza para tenerte presente.

(...) Ya no nos vemos con la frecuencia de antaño y me pasa lo mismo con el Che, con Fidel y otros que de alguna manera andan conmigo, pero la Revolución los llevó a otras responsabilidades, más grandes que nuestras vidas. Por eso a veces me siento alejado y te escribo para desahogarme.

¿Y a dónde te envío este mensaje, Camilo? Parece mentira que tú me hayas hecho la broma de no dejar remitente. ¡Mira que jodes! ¿Dónde estás? No me queda otro remedio que mandarla para Lawton, a la casa de tus viejos, con copia a tu oficina. Pero también, como si fuera una de tus bromas, la voy a echar al mar en una botella, para reírme si un amigo se la encuentra y le da por pensar que estás perdido.

Ojalá seas tú. Un abrazo. (Fernando Martínez, Ciudad de La Habana)

¡Al fin, amigo!

Camilo y Raúl: aquellos muchachos «descamisados» en medio de la epopeya. Foto: Raúl Corrales Al fin podemos conversar. Tenía tantas ganas de que llegara este momento que perdí la noción del tiempo que he esperado para encontrarnos. ¡Al fin, Camilo!

Siempre me han dicho que los hombres pueden medirse por sus amistades, por eso estoy aquí, en la azotea de mi edificio, para ver si alcanzo a verte el rostro y sentir el alma limpia y juguetona, al tener tu sonrisa cerca.

¿Te acuerdas de las veces que he tenido problemas, que no han sido pocas...? Pero —¿qué pregunta esa?— claro que te acuerdas, si me diste de tu fuerza y optimismo; y para tener más apoyo, el Che me dio un poco de su persistencia y Fidel de su visión.

(...) Ustedes son mis amigos, mis fantasmas personales, con quienes hablo de lo bueno y lo malo. Por eso siempre están en las teclas de una computadora, o en la punta de mi lápiz, o simplemente en mi corazón libre e inquieto.

Tengo que confesarte que he estado leyendo de tus penas y glorias, que tus amigos me hablan de ti y el pueblo, ¡tu pueblo!, lo confirma todo. Solo me queda decirte: ¡Gracias por existir! (Kirenia García Pérez, estudiante de la UCI)

¿Voy bien...?

Precisamente a ti, Comandante risueño de sombrero alón, encamino mis líneas para hablarte sencillamente de un amigo, mi amigo.

(...) No fue su escasez de cabellos, ni los «Cienfuegos» centelleantes de su mirada lo que me cautivó, sino su sonrisa amplia y sincera. Debe ser «el recuerdo que vive, late, obra, lenta y silenciosamente», como diría el Apóstol lo que llevó a Guillermo Cabrera Álvarez, a escribir un libro de testimonios sobre tu persona.

Tú, fundador de un movimiento necesario e imprescindible para alcanzar la victoria definitiva de 1959: El Ejército Rebelde. Él, padre de un montón de letras salpicadas de amor y patriotismo, que denotan que aunque Somos Jóvenes se nos puede asignar cualquier tarea en aras de servir y defender esta Revolución.

Antes, con fusil en mano, ahora con un lápiz como arma de una Juventud Rebelde, que lo vio crecer como revolucionario cabal y profesional dedicado, tal como la Sierra Maestra los viera crecer a ti, al Che, a Fidel y a otros descamisados que perseguían un sueño de justicia y libertad.

Mi amigo persiguió el suyo y lo alcanzó: convirtió el mundo en un sitio mejor siguiendo tu ejemplo de confiar en los hombres.

Tu obra está cumplida y no perecerá jamás. Cada hombre que nazca la refecundará, porque en el pueblo, como dijo otro que disfrutó de la amistad de ambos —del Guille y tuya—, es decir, Fidel Castro: «hay muchos Camilos».

Hoy intento ser, aunque sé que es casi imposible, como el Guille, como tú. La suerte está echada... Voy siguiendo tus pasos... ¿qué crees...? ¿Voy bien, Camilo? (Yenny Elis Caballero Cruz, La Habana)

Jóvenes

Llegué a Pino del Agua. De allí, por un sendero, fuimos abajo, al campamento llamado «La Bayamesa».

Entre jaranas y hacer la posta, pasan los días con sus noches, oscuras como fondo de caldero, frías, lluviosas, místicas. Ocurre así en las montañas.

De noche, en ocasiones, estrellas rutilantes, verdosas, salen como del suelo, flotan en lo alto de la loma y ascienden lentamente, sin ruido, hasta esfumarse. De ellas se decían cuentos horrendos.

Al campamento siguen llegando compañeros, jóvenes bisoños que conforman la columna que recorrerá lomas y llanos: El Hombrito, El Zapato, La Campana, Ocujal, Bella Pluma, El Caldero, el Cuba, el Pico Azul Oscuro, donde se encuentra un busto del Apóstol.

Una noche hay problemas. En lo alto de la loma se escucha un grito de llamada a algunos que duermen, o se guarecen de la pertinaz lluvia.

—¡Norbertoooo... Corraleeee... Pachangaaaa...! —así reiterado por el eco de la oscura noche.

La posta comunica al capitán Arbolay del clamor tremebundo. De inmediato, a grandes pasos, alumbrados con mechones, subimos el escarpado trillo hasta donde se escucha el reclamo. En la ladera, a la distancia de tres o cuatro metros, sujeto por el tronco de un arbusto, un oscuro bulto con giba y ojos brillantes luchaba por salir. Todos ayudamos. Era el gordo Véliz que con la impedimenta había rodado. Aquel muchacho, rebelde apasionado como toda la grey, formaba parte de las Brigadas Juveniles de Trabajo Revolucionario «Camilo Cienfuegos». (Norberto William Leyva, Las Tunas)

Vencedor de la muerte

Eres el hombre de los tiempos presentes./ Caballero que llegas vencedor de la muerte./ Tu legado, tu pasado, la gente/ te recuerda... y urgente./ Yo te quiero decir en mi canto de amor:/ que se sienta de Norte a Sur, de Este a Oeste,/ todo lo que significas para mí y mi generación./ Hay caballeros vencedores de muerte/ que suspiran al verte/ tú, mi gran Sol. (Laura Gabriela, de la Secundaria Básica Antón Makarenko)

Coopere con el artista cubano

Uno de esos días en los primeros meses de 1959 en que Fidel hablaba por televisión al mediodía, se encontraban, como casi siempre, muchos «barbudos y peludos» —que era como le decíamos a los rebeldes que habían bajado de la Sierra— en la cafetería Arcada de la CMQ.

(...) Estaban esperando que llegara Fidel, para subir al estudio donde hablaría. (...) Al llegar yo con mis billetes, lo primero que veo es que cantidad de niños —limpiabotas, cantantes, vendedores de periódicos, limosneros, en fin, todos—, estaban dándose tremendo banquete de arroz con pollo, que ahí era muy caro. Cuando pregunto cómo era aquello, me dicen que fuera donde estaba Camilo y ya, que él me invitaba.

A mí me dio pena decirle directamente que me pagara el almuerzo y le dije: «Camilo, cómprame aunque sea un pedacito de billete», a lo que él me respondió: «No, nosotros no jugamos; pero si tienes hambre siéntate y come, que te invitamos».

(...) Hay dos cosas de ese momento que nunca he olvidado. En un momento Camilo le dice al Che, que estaba conversando frente a él: «¿Qué tú crees de esto, argentino?». Se refería a nosotros, los niños de la calle, que en Cuba había muchos cuando aquello. A lo que Che le dijo: «Todo esto también se acaba, Camilo. Ya oíste lo que dijo Fidel anoche».

Lo otro que recuerdo siempre con alegría, es que yo tenía una gran preocupación por el pago de todo aquello que estábamos consumiendo, porque sí era verdad que los rebeldes cobraban poco, y además, no se iban sin pagar como hacían los del gobierno anterior.

Ya me parecía que se formaría un gran lío. De pronto llegó un rebelde y le dijo algo bajito a los dos Comandantes. En cuanto ellos se pusieron de pie, ¡fue como un resorte!, todos los demás lo hicieron también. Parece que Fidel había llegado y tenían que subir.

De pronto, Camilo dijo —igualitico que lo decían los que cantaban en las guaguas—: «Arriba, señores, cooperen con el artista cubano. El que no tenga menudo que lo eche entero». Se quitó el sombrero y «pasó el cepillo». De esa manera tan original se resolvió el pago del banquete infantil. (Rolando Peña Portillo, Ciudad de La Habana)

Cabalgata

Beso de mar florecido/ que en su sonrisa quedó/ gaviota de siempre vuelo/ Comandante sin adiós/ Cabalgata de sombrero/ sobre olas de algodón/ como testigos: el cielo/ y un océano de amor. (Elio Félix Blanco, estudiante 7mo. grado, Pinar del Río)

Dear amichi

Hace a long time, leí en una revista nombrada Somos Jóvenes una letter enviada a tu vieja desde los Estados Unidos. En ella salpicabas varios vocablos en otros idiomas, que se te habían pegado de tu contacto obligado con otros emigrantes que al igual que tú, se ganaban la vida en casa de ese vecino burlón y prepotente.

Moi drug, te contaré que aquella misiva tan ocurrente me cautivó y por ello hoy te escribo con lo que considero algo digno de ti.

Aquí te extrañamos cantidad, y tu risa y sombrero son acompañantes permanentes de este país y sobre todo de nuestros pequeños enfants, que cada 28 de este mes te arrojan petardos de flores con sus pequeñas manos al mar, para que cuando las recibas sepas que no estás olvidado.

Bueno, se acerca la hora del afidersen, solo espero que esta «Camilada» te guste.

Sayonara, Comandante. Muchos besos a nombre mío y de mis piquininos. Cuídate. (Zoila Molinet Carranza, Villa Clara)

Del otro lado del monte

En el lejano 1965 comencé en una escuelita de barrio llamada como un mártir nuevitero: Ángel Gutiérrez Núñez. Allí aprendí a amar por siempre a Camilo Cienfuegos.

(...) Mi querida maestra nos contaba que fue muy alegre y sus ojos desprendían chispas de picardía cada vez que hacía una de las suyas. También nos dijo que además de la valentía sin límites que tenía el Comandante, la invasión, con todas sus penalidades, hubiera sido más dura si en los momentos más tensos no hubiera hecho gala de su buen carácter.

Nos enseñó cuando íbamos de excursión que en el monte, en el límite del cielo con el verde de los árboles, estaba él esperándonos; por lo que teníamos que llegar al final si queríamos descansar y estar satisfechos.

Si nos portábamos mal nos regañaba, y nos retorcía las orejas. Luego nos hablaba de lo sencillo y honrado que él era, que aunque hacía bromas era un defensor de las causas justas y una de ellas era la educación.

(...) Pero después del regaño, nos reíamos de lo feo que se puso el ofendido o viceversa... risas sanas y serias que hoy pudiera considerar una de nuestras «Camiladas».

Después de tantos años y de tanto bregar por esta vida, cada vez que encuentro el camino demasiado largo y pesado miro el horizonte, y recuerdo que Camilo me está esperando del otro lado del monte, en el fondo de algún abismo.

(...) Y en octubre todavía guardo la ilusión de la infancia, de que las muchas flores blancas de Santa Teresita florecen solamente para él (...).

Cuando las echo al mar Camilo me mira y abre los brazos. (...) Pero también repite una de sus «Camiladas»: se ríe de los pisotones y empujones para querer llegar primero a la orilla y de algún que otro traspiés, o un tallo que perdió sus pétalos con la brisa y la prisa, después de haber empezado la peregrinación con tanta disciplina. (Olga María Vázquez Comendador, Camagüey)

En la verdad de tiempos nuevos

A mi memoria fluyen tus recuerdos desde la más tierna infancia: «Capitán tranquilo, paloma y león...». Los versos infantiles que recitamos religiosamente y no comprenderíamos hasta mucho tiempo después, son poco menos que una foto. Luego de ese primer descubrimiento vendrían muchos, tantos como ganas tuve de conocerte mucho más allá de las clases de Historia.

Y así conocí al Camilo niño, el que no corrió como los demás cuando el pelotazo al cristal, el que daba a escondidas el dinero de la merienda para los fondos que el padre recaudaba para los sufrientes de la Guerra Civil Española.

Al Camilo joven, enamorado y enamorador, sacrificador de sus sueños para ayudar desde temprano a poner la mesa, luchador por instinto, consecuente hasta el extremo entre pensamiento y acción. Al Camilo rebelde, barbudo, haciendo honor en cada segundo a la admiración que sentía por Maceo, siempre el primero, siempre el hombre antes que el jefe, sin rebajar a este último, engrandeciéndolo.

Al Camilo dirigente revolucionario, jefe comprometido con las no menos difíciles batallas que se avecinaban después de la guerra. Y así te nos fuiste, nos dejaste esperando eternamente los Camilos que nos faltaron por ver...

Fantaseo a veces con el Camilo que serías hoy, con las venerables canas que aureolan las cabezas titánicas de los genuinos héroes de pueblo... Serías un hermoso patriarca de los viejos tiempos de lucha, un libro abierto, un gallardo estandarte de hombría luminosa y serena.

Serías tu sonrisa con el rictus amargo que da el conocimiento, el descubrimiento de esta verdad de tiempos nuevos... Pero entonces no habrías vivido tu vida en perenne sonrisa desafiante, quizá, y estos no serían mis más puros recuerdos... ¿Sabes qué? No me importa. En el momento sublime que escogió la historia para cristalizarte siempre podré preguntarte: ¿Voy bien, Camilo? (Eduardo Ramírez Cruz, estudiante de la UCI)

Lo que nos falta hasta su sueño

El hombre regresa sudoroso de la batalla. Huele a pólvora y mugre, pero también a libertad. Puede que para el resto sea un titán que los guió a la victoria, en una invasión por muchos años recordada. Pero para él solo valen las cuotas de felicidad repartidas en su pueblo.

A veces recuerda su barrio de Lawton, las luchas universitarias, el exilio en la tierra de Lincoln, de cuando se enroló el último en el Granma, de cuando le escribía a su linda viejita, cartas de humor rebosantes y firmaba con una K y un número 100.

Tampoco olvida cuando se separaron las columnas insurgentes y él estuvo bajo el mando del argentino (genial combatiente pero célebre por su recia falta de humor y su ironía a flor de piel). Y fue él, Camilo, el único que lo tumbó de la hamaca esa tarde con el caballo; y cuando el silencio de la inminente pelea revoloteó como el nublado en la Sierra, ambos estallaron en naturales carcajadas como si se hubiese acabado la guerra ahí mismo.

La Columna 2, la invasión, Yaguajay y el triunfo lo coronaban ahora. Todavía no podía saber nada de Columbia y las nacionalizaciones, del discurso del 26 de octubre y la pérfida traición de Hubert Matos, de la pregunta de Fidel para tomarle el pulso al camino y del Cessna que voló a la eternidad.

Por eso Camilo tiene dos cumpleaños: en febrero y en octubre, porque se le recuerda con sonrisas en el segundo mes del año y flores en el décimo.

(...) Si pudiera conversar con el Señor de la Vanguardia y tuviera la oportunidad de regalarle algo, estoy seguro que él desearía la fuerza para desterrar la doble moral, la alegría que un especial período de escasez amenazó con borrar y la fe inquebrantable para seguir por más de medio siglo a un líder de justicia.

Le regalaría no flores en el mar, sino balas al hombro, para no perder ninguno de los combates que nos interpone el destino y el imperio. Mi presente no sería un cuadro en la esquina del aula que lo muestre sonriendo, sino una venda para las heridas que se le abren cada vez que alguien traiciona.

(...) En febrero le ofrecería esperanzas de mejorar el mundo; en octubre, solidaridad para seguir compartiendo (a mucha mayor escala, por supuesto) aquella lata de leche condensada que «sangraron» en la Sierra el Che y él. Iniciando el año, le conferiría el grado de Comandante Quijote; y casi terminando esos 365 días volvería a aprender del hombre que nunca ha dejado de ser.

La carga más pesada es lo que nos falta para llegar a ser el pueblo que Camilo soñó y todavía añora desde algún confín del universo. Ese sería mi regalo, nada material, para no ofender a un ser tan humilde que solo tenía sombrero, barba, corazón y mucha alegría para traer luz a su gente. (Helmis Michael Diéguez Hernández, Matanzas)

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