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Una lección de real participación popular en el ejercicio del poder

Autor:

Juventud Rebelde

Hay sobradas razones para que todos los patriotas hagan suya la convocatoria de la UJC, las organizaciones estudiantiles y los CDR al voto unido

Apenas nueve días faltan para dar otra lección de real participación popular en el ejercicio del poder. Las elecciones, el próximo domingo 20 de enero, de los 1 201 delegados a las asambleas provinciales y de los 614 diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular, por parte de todos los ciudadanos cubanos con capacidad legal para ejercer su voto directo, libre y secreto, suscita la expectación de muchos.

Uno de los aspectos que más llama la atención en estos días finales antes de acudir a las urnas es la convocatoria al voto unido que ya han hecho la Unión de Jóvenes Comunistas, las organizaciones estudiantiles y los Comités de Defensa de la Revolución y, que desde ya, todos los revolucionarios, todos los patriotas, hacen suya.

Motivaciones, muchas. Pero, hablemos primero de lo que establece la Ley Electoral. Según su artículo 110, «en la elección de los Delegados Provinciales y de Diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular, el elector puede votar por tantos candidatos como aparezcan relacionados en las correspondientes boletas, escribiendo una «X» junto a los nombres de los candidatos a los que confiere su voto. Si el elector desea votar por todos los candidatos puede escribir una «X» en el círculo que aparece en el encabezamiento de la boleta».

Que así sea corresponde a todas las autoridades electorales responsables del proceso de elecciones generales en que está inmerso en el país, y que se caracteriza por su carácter ético, transparencia, honestidad y respeto absoluto a la Ley y demás documentos normativos que lo rigen.

De tal suerte los electores decidirán por sí mismos a quién le otorgarán su voto para que los represente en los organos de poder del Estado. Solo que en ese ejercicio se decide también el derecho a la soberanía, la independencia, la autodeterminación de una nación que eligió por el apoyo de la mayoría su sistema político e institucional.

Pero ¿por qué hablamos del voto unido? ¿Se corresponde con la letra de la Ley y otros documentos normativos la convocatoria de las organizaciones de masas y estudiantiles a tomar esa decisión en la soledad de la urna? ¿Por qué sigue estando tan vigente la convocatoria que hiciera por primera vez el Comandante en Jefe Fidel Castro en 1993? ¿Cuánto han cambiado Cuba y el mundo de entonces a la fecha? ¿Se trata solo de un tecnicismo para facilitar el conteo de los votos a las autoridades electorales o de una estrategia revolucionaria, de lo que más le conviene a la Revolución, en momentos en que «el imperio más poderoso de la Tierra y de la historia» apuesta por nuestra autodestrucción?

No hay revolución sin estrategia

«Nosotros tenemos muy sólidas razones para fundamentar la idea del voto unido como una estrategia revolucionaria, como una estrategia política, como algo muy moral, como algo muy justo, como algo muy legal. Es el derecho que tenemos todos los revolucionarios a exigirnos, a pedirnos; el derecho que tenemos los patriotas a exigirnos, a pedirnos algo, pero por una razón profunda, y debemos hacerlo así, y nos sentiríamos más felices de que lo hiciéramos así: que nadie lo hiciera como un acto de disciplina, sino que todo el que lo haga, lo haga como un acto de conciencia; que todo el que lo haga, no lo haga como quien cumple con una consigna, sino como quien cumple con una estrategia revolucionaria...»

Esta es una de las explicaciones que el Comandante en Jefe Fidel Castro hiciera en aquel duro pero histórico año 1993, en pleno período especial, en las vísperas de unos comicios similares a los que se nos avecinan. Fue el 20 de febrero en la segunda reunión de trabajo con los candidatos a diputados a la Asamblea Nacional y delegados a la Asamblea Provincial del Poder Popular de Ciudad de La Habana y otros invitados, en el Teatro Lázaro Peña, de la CTC.

Otros procesos vinieron después. Nuevas convocatorias al voto unido se hicieron igualmente porque en estos casi 50 años a Cuba, a la Revolución y a su pueblo, el imperialismo no le ha dejado otra opción que la de defenderse todos los días hasta con las uñas. Entonces fue el período especial, y creyeron que nos hundiríamos; hoy, la administración norteamericana de turno, una de las más obcecadas en los intentos por desaparecernos, se afila los dientes para tragarse de un bocado todo lo nuevo y lo reconstruido después de la década de los 90.

Muy poco han cambiado sus propósitos, y para peor. Por ello, antes, después, y mañana, para lograr su invulnerabilidad, «la Revolución siempre debe tener estrategia para poder cumplir sus objetivos, y la estrategia del voto unido fue lo que le dio solidez a las perspectivas de triunfo de muchos magníficos compañeros que no eran ampliamente conocidos por las masas».

Eso dijo Fidel en otro momento histórico, en la clausura de la sesión de constitución de la Asamblea Nacional, en su cuarta legislatura, y del Consejo de Estado, en el Palacio de las Convenciones, el 15 de marzo de 1993.

Ese voto unido que nos piden hoy debe venir del corazón, hijo de la solidaridad y el compromiso, de la sensibilidad y la confianza, sinónimos además de libertad, cultura y civismo. Y eso nos sobra.

Nuestros candidatos se merecen otra prueba de respaldo popular, como antes le dio el mismo pueblo a través de sus representantes, los delegados a las asambleas municipales del Poder Popular, quienes los nominaron para ocupar los escaños de diputados en el Parlamento y delegados en las asambleas provinciales. Todos son personas con talento, sólidas convicciones revolucionarias, elevada preparación, probada calidad humana y representan la obra de la Revolución en todos los sectores, territorios y grupos generacionales.

Estos hombres y mujeres, propuestos para integrar los más importantes órganos de poder del Estado en los próximos cinco años, son el resultado de un intenso y amplio proceso de consultas, durante el cual se valoraron inicialmente más de 55 000 propuestas, que después se quedaron en algo más de 5 000, y finalmente en 614 para diputados y 1 201 para delegados provinciales.

Hay estudiantes, obreros, campesinos, representantes de instituciones religiosas, intelectuales, artistas, políticos, científicos, médicos, maestros; hombres y mujeres; jóvenes y menos jóvenes; negros, blancos y mulatos. Ellos son una parte de los que encarnan los mejores valores de nuestro pueblo.

Cuba es una esperanza

El sistema electoral de la Isla rompe con todos los cánones establecidos en el mundo en la búsqueda de una real participación popular en el ejercicio del poder. Así lo reconoce José Luis Toledo, decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de La Habana y presidente de la Comisión de Asuntos Constitucionales y Jurídicos del actual Parlamento cubano.

Interrogado por este diario en el 2002 sobre su definición de la democracia cubana, expresó que, «primero, habría que decir que nuestro sistema político e institucional no se puede medir ni analizar partiendo de las premisas preconcebidas y preestablecidas de otros sistemas políticos. El cubano es sui géneris, novedoso y muy ajustado a las características, a las exigencias y a las realidades de estos tiempos». Y así sigue siendo.

Cabría entonces recordar algunos de los rasgos que hacen de nuestro proceso un ejercicio democrático único en el mundo de hoy.

Sobresale el hecho de que no se realizan campañas electorales difamatorias ni a favor de ningún candidato. Lo prohíbe la Ley. Solo cuentan los méritos y las virtudes de los candidatos expuestos en su biografía, que se coloca en lugares públicos.

Distintivo es también el proceso de proponer y elegir. Es el propio pueblo, una vez de manera directa, otra a través de sus representantes, y no el Partido ni ninguna organización quien ejerce ese derecho. Millones de cubanos nominan y eligen a los ciudadanos que consideran los más capaces, los de mayores méritos, los de mayores virtudes, y los de mayores posibilidades para representarlos en los órganos del Poder Popular.

Súmele también el hecho de que la inscripción en el registro de electores de la nación, para ejercer el derecho al voto, es automática, sin ningún tipo de requisito ni costo, a partir de que los ciudadanos arriben a la edad de 16 años de edad, y el voto es totalmente libre y voluntario. Algo que es una quimera en no pocos estados de este mundo.

Esos argumentos son suficientes para impugnar a los paladines de la llamada «democracia representativa», en cuyas elecciones se le escamotea al pueblo su derecho por acciones de corrupción, compra de votos y fraudes, entre otras.

Cabría entonces preguntarse si eso es lo que queremos para Cuba y su Socialismo. A casi medio siglo de Revolución, ¿nos vamos a creer el cuento de que ellos, Bush y sus quintacolumnas, le tienen reservado a este pueblo un «gobierno mejor» y unas «elecciones libres y justas»?

Tanta es su ceguera mental que en el susodicho plan del gobierno norteamericano para destruir a la Revolución Cubana, una de las primeras medidas que se contempla es la de eliminar el Registro Electoral de nuestro país, lo cual indica las intenciones de manipular las elecciones.

Se contempla además la formación de los partidos políticos, que serían los actuales grupúsculos mercenarios convertidos en tales, para que jueguen un papel preponderante en las elecciones a lo yanqui.

Pero, en Cuba es mayoría el pueblo, los revolucionarios y los patriotas, los que están llamados a comprender que, ante tales apetencias, «nos conviene un país unido, nos conviene un país fuerte, nos conviene un proceso sólido que inspire respeto a los enemigos de la patria, que inspire respeto a los enemigos de la Revolución, que vean al pueblo unido, que vean al pueblo decidido», como tan tempranamente expresara Fidel el 6 de febrero de 1993.

En esta hora de compromiso con la Revolución, y con los cientos de miles de personas que en el mundo nos ven como un ejemplo y como una esperanza, además de los argumentos expuestos hasta aquí para sustentar la convicción del voto unido, sería útil prestar atención a estas palabras de nuestro José Martí, un patriota ejemplar:

«Yo no necesito ganar una batalla para hoy; sino que, al ganarla, desplegar por el aire el estandarte de la victoria de mañana. ¿Qué dónde estoy? en la revolución; con la revolución. Pero no para perderla, ayudándola a ir por malos caminos! Sino para poner en ella, con mi leal entender, los elementos quienes, aunque no sean reconocidos al principio por la gente de poca vista o mala voluntad, serán los que en las batallas de la guerra, y en los días difíciles y trascendentales batallas de la paz, han de salvarla».

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