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Soldado de la vida

Jorge Samper Samper es de esos hombres que viven como agazapados en la humildad del barrio, cuando tienen mil historias que contar

Autor:

Juventud Rebelde

Foto: Michel Contreras Hay hombres que tienen mil historias —o, quizá, una sola historia grande— pero viven como agazapados en la humildad del barrio. Gente anónima que encuentras dondequiera, la saludas, y se va sin dejarte saber cuánta anécdota ha cruzado por su vida.

Jorge Samper Samper es de esos hombres. Para la mayoría de los moradores de Mulgoba, en el periférico municipio de Boyeros, es tan solo un pequeño agricultor de sombrero permanente, breva entre los labios y una corpulencia a contrapelo de sus 68 abriles.

Pero, en verdad, es mucho más que eso. Y aunque él pretende echar un manto de silencio sobre su biografía, pregunta tras pregunta se le salen los que él llama «los cuentos de mi vida», unos cuentos que, como reza en algunas películas, son basados en hechos reales.

«Yo terminé en el MININT —relata mientras mordisquea su tabaco— en el 80, luego de 20 años de servicio. Y siempre, hasta cuando pasé por la Brigada de la Frontera, estuve ligado a la Instrucción.

«Mi vínculo con el mundo militar se inició a fines de 1959, y pasado un tiempito me mandaron a la antigua Unión Soviética a estudiar Criminalística y Trabajo Secreto. Por eso es que desde 1976 hasta licenciarme en octubre del 80, estuve dirigiendo el Grupo Operativo del DTI en Boyeros».

Las responsabilidades lo persiguieron siempre. Ora asumía un cargo aquí, ora marchaba allá. Pero Samper tenía la vocación impenitente del soldado, y aceptó cada misión con el mismo entusiasmo de un niño que aguarda por su regalo de cumpleaños.

«Hay una cosa que no se me olvidará jamás, y es que cuando fui director de la Escuela Nacional de Deportes del MININT, compartí cotidianamente con varios peloteros legendarios como «Changa», Marquetti, «la Guagua» López y Raúl Reyes.

«Eso fue hacia mediados de los años 60. La escuela estaba en Loma de Tierra, en el Cotorro, y la jefatura de Instrucción y Cuadros me había designado para que me encargara de atender allí distintos frentes.

«Por entonces, el Ministerio tenía dos novenas, pero una de ellas, la “guapa”, estaba llena de esos nombres que te dije, y la redondeaban otros peloteros como Santiago Scott, Orlando Rubio, Cordoví y Germán Águila.

«Recuerdo que todavía Marquetti jugaba en el right field—fíjate si hace tiempo de eso— y que el manager de la novena era Julián de la Torre. ¡Y no te imaginas la temperatura de los juegos contra los Rifleros de Regla! Con decirte que el terreno se convertía en una caldera».

Con espontaneidad guajira, Samper define a la Guagua como «un jodedor cubano», asegura que Changa era «el chiquito más pulcro que ha pasado por el deporte», y señala que el béisbol representaba el centro de la vida para aquellos muchachos, «aunque también se les formaba como miembros del MININT, porque uno puede ser pelotero por un tiempo, pero tiene que convertirse en hombre para siempre».

Después... después la nostalgia hace lo suyo, y la voz se le apaga en el relato: «Hace poco me encontré con Raúl Reyes. Me dijo: “Coño, abuelo”, y eso me emocionó. Pero los demás se me han perdido. Los años pasan y la gente se te pierde».

Anónimo... y con nombre

Samper contesta a las preguntas con pasmosa rapidez, sin perder un instante en la búsqueda de la palabra exacta. Solo a veces, cuando la memoria le hace trampas, se detiene un momento, cierra los ojos y se hunde el índice en el entrecejo, como si hurgara con el dedo en el archivo de la mente.

Al parecer, ese recurso le funciona, porque enseguida localiza los recuerdos escondidos y retoma la narración con un «¡ah, sí!» que anuncia nuevos testimonios. Testimonios de una de esas personas anónimas que han hecho lo suyo en la historia del país.

Entonces cuenta que fue uno de los fundadores de la artillería revolucionaria, y que «una vez jubilado del Ministerio pasó a un puesto de dirección en el Grupo Constructor del Consejo de Estado.

«Allí tuve el honor, por ejemplo, de estar al frente de la edificación del monumento a Celia Sánchez en el Parque Lenin», dice, y a seguidas añade que más tarde fungió como segundo de Abastecimiento, Mecanización y Transporte de la Micro en Boyeros, que luego trabajó en el contingente agrícola 19 de Abril y, al nacer las UBPC, fue designado para administrar una de ellas, la Juan Manuel Ameijeiras, de Quivicán.

«Es más, y te aseguro que nunca he sido de andar diciendo cosas como esta por ahí, a mí me encargaron en la microbrigada la creación del primer campamento de nuevo tipo, que se hizo en Artemisa y se llamó Las Marías. Eso se terminó en octubre de 1990. Por ahí andan los recortes de periódicos, y cuando uno los ve, no puede evitar que el orgullo se le suba un poquitico».

Casado hace medio siglo con Miriam Vega Martínez, padre de ocho muchachos, abuelo de 16, bisabuelo de cinco, Samper no ha soltado su tabaco en toda la entrevista. Ni tampoco se ha quitado el sombrero un segundo. Son sus sellos, y él los lleva a todas partes.

«Yo fumé tabaco desde los 14 años, pero hace ya bastante que dejé ese vicio. Ahora siempre lo llevo conmigo y, mira tú, jamás lo enciendo. Y el sombrero me gusta desde joven. Quizá sea porque un tío mío me contagió ese hábito. Lo cierto es que nada más que salía de la unidad, al momento dejaba la gorra y me lo encasquetaba».

El rigor de varias zafras, el estrés de las responsabilidades, los golpes inevitables de la vida y el peso de decenas de almanaques, no parecen haber hecho mella en la anatomía de Samper. Se le nota como un vigor sereno, y cabría preguntarse si después de tanta brega, no se siente inservible, ocioso o subutilizado.

Él lo niega. Un guerrero nunca cuelga la espada, y este hombre, Jorge Samper Samper, hijo de un par de primos que lo trajeron al mundo en El Retiro, de la tórrida Mantilla, se resiste a cruzarse de brazos.

«A mí siempre me ha atraído la tierra, y tengo una parcela donde trabajo. Incluso, pertenezco a la junta directiva de una CCS. Y mira tú, a mis años atiendo los animales, muelo el maíz, pinto la casa, hago mandados, chapeo a cada rato...». Ven acá, chico, ¿todo eso te parece poco?

Ese sí es mi equipo

La anécdota ocurrió mientras Samper estaba al frente de la Escuela Nacional de Deportes del MININT. «Yo siempre iba con el equipo a los partidos —asegura—, y hubo un juego en el Latino en que a los muchachos parecía pesarles mucho el bate. No bateaban “ni a jodía” y Ramiro Valdés estaba presenciando el juego.

«Entonces él me preguntó qué sucedía, y le respondí que últimamente la comida había estado floja. Le expliqué los pormenores de la situación, y Ramiro aclaró que había que resolver el problema en 24 horas.

«Y así fue. A la semana siguiente, el equipo empezó a darle palos a los mismísimos Rifleros, y Ramiro, lleno de felicidad, exclamó: ¡Ese sí es mi equipo, coño!».

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