Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Entre el fango, la lluvia y la montaña

Autor:

Juventud Rebelde

En la travesía de las dos columnas que por estos días siguen los pasos de Camilo y Che, desde Oriente hasta el centro del país, los jóvenes han comprobado en su propia piel cuán difícil y bella fue aquella gesta de hace 50 añosBARTOLOMÉ MASÓ, Granma.— Nuestro transporte se ha convertido, de repente, en una especie de máquina del tiempo. Es agosto y andamos por el corazón de la Sierra Maestra descongelando décadas.

A menudo divisamos —ora izquierda, ora derecha— escalofriantes abismos, rocas «monstruosas», palmeras que se despeinan con el viento, ríos que germinan en el vientre mismo de la montaña.

Así pisamos Providencia, caserío rodeado de montículos geográficos. En uno de estos parece arder todavía la sangre del bravo Comandante Ramón Paz Borroto, caído el 28 de julio de 1958. Bajamos, y el calor nos ahoga.

Camilo y Che tenían la misión de llevar la guerra de liberación al occidente del país. Foto: Archivo Dentro de poco llegará Camilo. ¡Ah!, ya lo notamos surgir de entre el verdor después de dos horas de caminata. Aquí organizará la tropa en tres pelotones, son 96 hombres.

Lleva en su mochila un libro de José Miró Argenter, el jefe de Estado Mayor del Titán de Bronce. Se titula Crónicas de la guerra y el Comandante Cienfuegos ha estado estudiándolo con detenimiento desde que conoció la gran empresa que se le avecinaba.

Siempre bromea este carismático jefe; sin embargo, ahora parece algo preocupado. Debió salir con su Columna 2, Antonio Maceo, ayer —miércoles 20 de agosto—, pero el aguacero interminable, el río crecido... «No puedo fallarle a Fidel», dice para sus adentros.

Lo vemos hablar con solemnidad frente a sus subordinados. Cerca de él están Sergio del Valle, el médico, y William Gálvez, el auditor. Les dice a todos, en otros términos, que aunque lluevan raíles de punta hay que extender la guerra a Las Villas y luego a Pinar del Río. Les recalca que será una misión por lugares desconocidos y llanos, preñada de peligros y que tal vez algunos queden en la senda.

Al final, después de palabras que taladran, aclara: «El que lo desee, puede quedarse». Mas nadie da un paso atrás. Resulta un momento cumbre en la historia nacional y por las venas inflamadas de los guerrilleros se puede apreciar la emoción colectiva.

El cielo está manchado. Caerá un buen torrencial. Los hombres, a pesar de eso, parten. Van a acariciar la gloria.

Nuevos y veteranos

Nos transportamos. Han llovido 50 años justos desde aquel 21 de agosto. En Providencia están cuatro de aquellos intrépidos de la tropa invasora: Walfrido Pérez, con 78 primaveras; Elgin Fontaine, de 75; Eugenio Ferriol (70) y Alejandro Oñate (Cantinflas), con 72. Antaño exhibían espesas y negras melenas, ahora sus poco pobladas cabelleras están asaltadas por el blanco. También ha venido el Comandante de la Revolución Guillermo García Frías, el primer campesino en incorporarse al Ejército Rebelde.

Ellos parecen contentos. En breve abanderarán a los 50 granmenses —47 jóvenes destacados y tres miembros de la Asociación de Combatientes de la Revolución Cubana— que reeditarán la primera parte de la hazaña por los mismos caminos, casi en los mismos horarios.

Los nuevos salen, como antaño, desde El Salto, luego de las sinfonías madrugadoras de los gallos. Han cruzado el brioso río y llegan a Providencia con los ojos cargados de estrellas. Los abanderan ante decenas de pobladores de la comunidad y dirigentes de la provincia de Granma. Hay exaltaciones.

Elgin Fontaine, después, les subraya conmocionado algunas de las circunstancias de aquella travesía hasta Las Villas: fueron 42 jornadas, muchas a pie y de noche, en las que se devoraron unos 800 kilómetros y no faltaron algunos «compañeros» indeseables: los mosquitos, la sed, el hambre, la persecución enemiga y el cansancio, entre otros.

«En un momento fuimos 82 hombres, hermosa coincidencia con el número de tripulantes del yate Granma», les recuerda el veterano invasor.

Termina el acto, viene un breve conversatorio en el que algunos jóvenes tratan de descorchar «chismes» guerrilleros de aquella invasión, otros preguntan por la personalidad de Camilo.

Los viejos rebeldes no se refieren mucho a las vivencias anecdóticas. Ponen más énfasis en la necesidad de hacer esta ruta invasora del presente con mucha disciplina.

El reloj también conspira y no tienen tiempo para contarles, por ejemplo, lo sucedido el 23 de agosto de 1958, fecha en que la Columna 2 realizó una durísima caminata de 10 horas, la cual incluyó ascender el temible Alto de La Rondana. Durante la marcha se desmayaron dos compañeros.

Aquel día concluyó en Manacas, un barrio en el que los vecinos organizaron un guateque de despedida de la serranía. En la singular fiesta nocturna hubo tragos y el mismo Camilo integró un trío, que cantó varias canciones antológicas como Échame a mí la culpa.

Termina la charla en Providencia. Al marcharse, Eugenio Ferriol nos relata sonriendo una historieta graciosa de aquellos días. «Dos compañeros estaban discutiendo en la noche y yo fui a promediar, a separarlos. Sin embargo, en el apuro impacté mi frente contra un arbusto; vi las estrellas y todos los astros, se me hizo tremendo hueco...».

Walfrido Pérez nos comenta sobre el tiempo, que en ocasiones se portó terrible. «Era una época de “llovedera” y nos cogieron ciclones por el trayecto, pero cumplimos la meta. ¡Llegamos!»

Loma de 27 vueltas

Los jóvenes salen esta mañana del 21 de agosto de 2008 tras los pasos de Camilo. El entusiasmo reina en ellos. Son todos del municipio de Bartolomé Masó y atravesarán Guasimillas, Manacas y Mamey para ser relevados en Angostura por otros 50 muchachos del municipio de Buey Arriba.

Suben el mencionado Alto de la Rondana. ¡Qué difícil! Yunior Segura Sutil, dirigente de la UJC en Granma y jefe de la tropa, explicará después que esa elevación de caminos en curva, la cual hace flaquear a cualquiera, ha quedado bautizada como «la loma de las 27 vueltas».

«Fue —nos confesaría Segura— una etapa dura, porque caminamos desde las 8:00 de la mañana hasta las 6:30 de la tarde y cruzamos más de diez arroyos o ríos. Lo peor vino con los aguaceros continuos durante la marcha».

La caminata resulta tan tremenda que una de las muchachas del grupo literalmente se desmaya dos veces. En el recorrido la ayudan sus compañeros, recibe inyecciones y llega sin contratiempos mayores.

En la ruta no faltan los chistes de los cuenteros del grupo y tampoco bromas y canciones. Las consignas revolucionarias y los ¡Viva Fidel! ¡Viva Raúl! tornan roncas las gargantas de estos jóvenes.

En un aparente descanso entre las imponentes crestas de la Sierra Maestra llamamos a tres de ellos para que nos digan qué piensan de esta experiencia: Yunielquis Ramírez, una agraciada trabajadora del INDER; Dixandris Núñez, dirigente de la FEU, y Robiel Naranjo, profesor general integral.

Los tres coinciden en un aspecto: ahora admiran mucho más a Fidel, Camilo, el Che y todos aquellos rebeldes que hicieron la guerra de liberación contra un ejército inmensamente superior, apoyado por el gobierno yanqui.

«Nosotros dormimos en la tierra solo una o dos noches, llevamos apenas una mochila sin armas, caminamos muy poco en comparación con ellos, no nos persigue nadie ni libramos combates y estamos agotados. ¡Qué decir entonces de aquellos jóvenes que fueron hasta Las Villas en condiciones adversas y cumplieron su objetivo!», nos apunta Yunielquis.

Luego lanza una sentencia que aprueban sus dos coterráneos: «Esta es una de las experiencias que jamás se olvidan, de las más maravillosas».

Por terraplenes

El descenso desde Angostura, concretado por los muchachos de Buey Arriba, es relativamente rápido. Ya andamos por el llano, específicamente por los montes de El Dorado, Humilladero y Becerro. Ahora 50 jóvenes de Bayamo traen las banderas de la Columna y la cubana.

El terraplén, bordeado a ambos lados de cañas, parece infinito con el sol del mediodía. Observamos avanzar a los nuevos invasores; vienen empapados de sudor y con las consignas en los labios. Estamos en Humilladero, donde decenas de personas han salido al camino con estandartes tricolores a saludar a los columnistas.

Antes han dialogado con Germán Benítez Mora, 50 años atrás jefe de la célula del Movimiento 26 de Julio en el territorio bayamés y uno de los encargados del abastecimiento de alimentos y medicina a la tropa de Camilo.

Debajo de una guásima se improvisa una bienvenida cultural con aficionados de la zona. Así ha sido y será a lo largo de todo el trayecto: intercambio de experiencias con combatientes y colaboradores, recibimiento cálido de los vecinos, conversatorios...

De pronto surge una novedad: en el camino de Becerro a Malacó está por llegar Gustav a Cuba y se suspende temporalmente la marcha. Los columnistas son trasladados a la ciudad de Bayamo para apoyar en las tareas de evacuación. Posteriormente reiniciarán el periplo.

Gran coincidencia: a principios de septiembre de 1958 el Señor de la Vanguardia y los suyos tuvieron que hacer un alto en terrenos del actual municipio de Río Cauto por el ciclón Hilda, que hizo crecer de manera extraordinaria los ríos y arroyos de la región.

Fango hasta el cuello

El coronel del Ministerio del Interior Leonardo Tamayo, integrante de la Columna 8, Ciro Redondo, conversa en las montañas con jóvenes que reeditan la ruta de la tropa del Che y otras autoridades de Granma. Mientras Gustav se iba del país dejando su secuela de destrucción, en El Jíbaro, en plena Sierra Maestra, se alistaba la otra tropa juvenil: la que seguiría los pasos del Che y los suyos. Hace cinco décadas el Guerrillero Heroico salió a las 8:00 de la noche, luego de un torrencial aguacero.

La primera parada se realiza en Las Mercedes, sitio al que han acudido tres de los subordinados del Guerrillero Heroico: César Hernández Lorente, Félix López Cordoví y Leonardo Tamayo Núñez, quien también es uno de los sobrevivientes de la guerrilla internacionalista en Bolivia.

Este narra a los mozalbetes algunas peripecias de la Columna 8, Ciro Redondo: «Todas las etapas resultaron complicadas, pero la de la zona de Camagüey hizo estragos físicos, por los pantanos que cruzamos». Les insiste en la disciplina de Guevara, sin la cual no hubiera podido cumplir la tarea.

En el acto de abanderamiento a estos otros 50 jóvenes de Bartolomé Masó se da a conocer un mensaje del Comandante de la Revolución Ramiro Valdés, entonces segundo del Che. Asimismo se proclama la solidaridad con los afectados por Gustav.

Los jóvenes parten el 31 de agosto. Después de atravesar Jibacoa serán relevados por jóvenes de Yara. Estos inician un recorrido muy exigente, de más de 50 kilómetros.

Realizan la travesía por Monte de la Orilla, Cayo Grande, Las Caobas, Cayo Redondo, Jiménez y Tunas de Guajacabo. En una parte «chocan» con terrenos muy bajos y el fango se enseñorea.

Siguen el itinerario, vienen las arroceras y unas charcas extensas. Comienzan a cruzarlas. Tienen que hacerlo nadando, porque el agua tapa al más alto, algo que no ocurrió en la ruta de hace cinco décadas.

Jorge Luis Abreu, el jefe de la columna juvenil, anda con la piel interior de los muslos quemada. Es de los que apoyan a cruzar a quienes no saben nadar.

Otros tienen enormes ampollas en los pies, porque no están acostumbrados a las botas; pero ninguno de los columnistas claudica.

«Nadé como una experta, no di mucha lucha... Mi único susto sobrevino al final, pues me encontré con un jubito y yo le tengo terror a cualquier majá. Salté tanto que mis compañeros decían que estaba bailando un zapateo», nos contó Yanila Rodríguez, una instructora de arte, en medio de uno de esos lodazales.

Hernán Maya, presidente de la FEU de Yara, nos afirmó que haber cruzado las profundas lagunas no resultó el único acto hermoso de la expedición. «Tomamos leche en Cayo Grande, donde mismo lo hicieron el Che y los suyos, y dialogamos con el combatiente de la Revolución Joaquín Mustellier».

Al ser relevados y montar en un potente carro vencedor de lodo, algunos de los columnistas dirigen palabras de «elogio» a los mosquitos. «Eran más grandes que los sapos, se podían comer a una rana», jaraneaba un joven.

Reencuentro

Viajamos ahora, en la noche, por El Salado. Es 3 de septiembre. Hay fango, aunque no tanto. En ese rinconcito de Río Cauto las dos columnas, ahora integradas por jóvenes de ese municipio, se encuentran bajo la luz de la Luna. Han tenido que derretir las suelas de los zapatos para poder toparse. Dialogan, se cuentan, cantan junto a un grupo mariachi, bailan. Tirada en el piso, mientras descansa, una muchacha se franquea: «¡No sabía que iba a tener que caminar tanto, mi madre!».

En esta ocasión el reencuentro no ha sucedido como hace 50 años. Entonces tuvo lugar en El Caimito, en la noche del 2 de septiembre. La tropa del Che —de más de 140 hombres— cruzó trabajosamente el Cauto crecido, en un bote en el que solo cabían seis personas. ¡Cuántos viajes en aquella pequeña embarcación!

Luego los dos comandantes acudieron a la casa de Arcadio Peláez (El Coronel), en El Jardín. Desde allí Camilo le escribió a Fidel para explicarle las últimas decisiones, como la de dejar al capitán Cristino Naranjo como responsable de operaciones del triángulo Bayamo-Holguín-Las Tunas.

Más tarde, el 5 de septiembre, hubo un otro reencuentro, en la casa de Leopoldo Roviralta. En esa ocasión brotó la tradicional hilaridad de Camilo, quien fue al encuentro de la tropa del Guerrillero Heroico desde El Caimito, tras cruzar el río Salado. Llegó a caballo hasta la hamaca del Che y lo empujó, para provocar su caída. El argentino soportó la broma, porque era una de las acostumbradas «camiladas» y solo le dijo: «No te ocupes, que ya me las pagarás. Eso lo haces porque estás a caballo». Camilo le replicó, muerto de la risa, que no durmiera tanto, era hora de cumplir las obligaciones bélicas.

Ahora, Lorenzo Roviralta, uno de los hijos de Leopoldo, nos rememora este y otros hechos relacionados con los dos jefes invasores.

Entre ritmos se esfuma la noche. Cada columna toma su rumbo al amanecer y desandarán otros sitios históricos. La Sierra Maestra apenas se ve desde estos llanos; dentro de algunas jornadas, al llegar a territorio tunero, se perderá de la vista. Pero su silueta seguirá viajando en las almas de otros jóvenes, tan cubanos como ellos, que concluirán la marcha con otras victorias... más allá de huracanes.

Extender la guerra al occidente

DESPUÉS de lograr una extraordinaria proeza: derrotar, al cabo de 76 días, en un reducido espacio geográfico y con solo 300 guerrilleros, la gran ofensiva de verano de la tiranía

—en la que se enrolaron más de 10 000 hombres bien armados de un ejército profesional, asesorado y apoyado por el Gobierno de Estados Unidos—, Fidel dispuso que dos de sus mejores oficiales: Camilo y Che, extendieran la guerra al occidente del país.

Se seguía así una tradición de las contiendas de los gloriosos mambises. Las tropas invasoras del Señor de la Vanguardia y el Guerrillero Heroico debían avanzar con la mayor prontitud posible hacia Pinar del Río y Las Villas, respectivamente, pero tratando de evitar a toda costa el combate hasta que se llegara a esos territorios.

Ambos jefes estaban facultados, entre otras cosas, a otorgar ascensos militares, aplicar las leyes agrarias del Ejército Rebelde, organizar unidades locales de combate y unificar otras agrupaciones rebeldes en los territorios para que se integraran a un solo mando.

La Invasión llega a Las Tunas

texto y foto Juan Morales Agüero

LAS TUNAS.—El asentamiento poblacional de Dormitorio, al este de la capital tunera, no había vivido quizá un momento de tanta emoción. Temprano en la mañana de ayer comenzaron a llegar a sus predios los jóvenes que reeditaron el itinerario granmense de las columnas de Camilo y el Che durante la Invasión de 1958. Eran rostros exhaustos por el esfuerzo, pero radiantes por la encomienda cumplida.

La Columna 2 Antonio Maceo había dejado atrás 189 kilómetros desde que el 21 de agosto pasado partió de Salto de Jibacoa. La Columna 8 Ciro Redondo, por su parte, anduvo 176 kilómetros a partir del minuto en que abrió camino en El Jíbaro, el 31 del propio mes. Todos los objetivos de la etapa fueron cumplidos y la honrosa tarea dejó entre sus ejecutores un positivo saldo político-ideológico.

«Acampamos en los mismos lugares que el Che y Camilo y enfrentamos parecidos rigores físicos —dice Yunior Segura, quien comandó la Columna 2—. También compartimos con comunidades próximas a los sitios históricos del recorrido. Nuestras muchachas se comportaron como verdaderas Marianas. Ninguna se permitió un momento de flaqueza. Y algo importante: ¡no tuvimos ni una sola baja en el trayecto!

En Dormitorio los hijos de Carlos Manuel de Céspedes les entregaron las banderas para la continuidad de la marcha invasora a los hijos del Mayor General Vicente García. Ismael Cruz, primer secretario de la UJC en Las Tunas, las recibió en nombre de miles de jóvenes que en este territorio construyen la Patria nueva en el día a día.

Un instante emotivo del acto fue cuando el octogenario Alfredo Pino, tunero que formó parte de la vanguardia de la columna del Che, intervino para reseñarles a los jóvenes presentes algunos instantes de aquellas jornadas de gloria, «donde el Guerrillero Heroico puso de manifiesto en más de una oportunidad su extraordinario valor y su inteligencia para llevar adelante la encomienda de Fidel».

Al pronunciar las palabras centrales del acto, Kendry Ramírez, jefe de la Columna 8 del municipio de Las Tunas, dijo que «la juventud continuará en la primera trinchera porque la historia de Cuba es una fuente inagotable de valores. Los tuneros proseguiremos esta marcha bajo lluvia o bajo sol. Y sabremos poner en alto aquella frase del general Vicente, El León de Santa Rita cuando se refirió a la vocación libertaria de su tierra: “¡quemada antes que esclava!”».

Guía del corazón

Muchos de los invasores de la nueva generación bromearon con Félix Fernández Bout, quien sirvió de práctico a los jóvenes de la Columna 8. Es un hombre operado del corazón, hace 14 años, con una historia espectacular.

En 1978 estuvo entre un grupo de muchachos que realizaron la ruta de la invasión desde El Jíbaro hasta Santa Clara. En 1998 fue el práctico de los pinos nuevos de Río Cauto que reeditaron el hecho en su territorio. Diez años después lo contactaron para esa misma tarea y con gusto aceptó.

«Yo ni me acuerdo de mis problemas físicos, no pienso en eso, me gusta repasar la historia. Los de ahora apretaron, porque hicieron una marcha violenta por esta zona descampada, de mucho fango», expone.

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