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Isla de la esperanza

Refugio de piratas, sede de tenebroso reclusorio... fue la Isla de Pinos antes de 1959, fecha en que los barbudos de la Sierra Maestra le trajeron otros horizontes

Autor:

Juventud Rebelde

El actual Monumento Nacional de la República de Cuba cesó su condición de cárcel a finales de los años 60 del siglo pasado.

NUEVA GERONA.— «No creo que desde mi corta edad entendiera mucho lo que estaba ocurriendo, pero sí te puedo decir que la Revolución nos cambió la vida a todos», dice Julián Julián García, un pinero de 60 años mientras se rasca la cabeza, como quien trata de hurgar en los recuerdos de la infancia.

Le brillan los ojos por el entusiasmo, al referirse al momento en que José Ramón Fernández anunció por La Voz de Isla de Pinos, el triunfo de la Revolución.

«Fue un hecho que no podré olvidar. Recuerdo el momento en que el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz visitó el Grullo (hoy comunidad La Victoria), lugar donde vivíamos y las personas le pidieron la construcción de una comunidad. Allí vive aún mi mamá pero en una casa con todas las condiciones, ese pueblo tiene círculo infantil, escuela primaria, centro comercial y hasta casa de cultura. ¡Oye! antes nunca nadie se había ocupado de nosotros.

«No me acuerdo bien, pero fue en la escuelita del Grullo donde empecé a estudiar», comenta. Mira alrededor, pues la algarabía de los niños uniformados de regreso a casa interrumpe momentáneamente el repaso a sus primeras vivencias en Isla de Pinos, territorio reconocido en Cuba antes de 1959 por el Presidio Modelo y la Zona Franca.

«Sí te puedo decir que asistíamos a una escuela rural unos 15 muchachos de diferentes edades, donde Edita Jonhson era la maestra», refiere algo contrariado, quizá porque aquellos días contrastan demasiado con la realidad de hoy.

«Me crié en una granja pecuaria que era de los González del Valle, una de las familias « dueñas» de la Isla. La casa de nosotros quedaba en el centro de un potrero. Vivíamos allí porque mi papá trabajaba para los hermanos Miguel Ángel y Gustavo».

La historia que comparte Julián con JR no dista mucho de la realidad de otras tantas familias campesinas que antes de 1959, a lo largo y ancho del archipiélago, experimentaron en carne propia las diferencias impuestas por el sistema capitalista.

Génesis para un cambio

«Había mucha pobreza. La Isla era de cuatro o cinco gentes: Mister Davis, un americano dueño de la naviera, los González del Valle, el ganadero Goyo Hernández, comerciante y propietario de la planta eléctrica Francisco Cajigas, y Ramón Rodríguez, dueño de los cigarros Partagás», explica Julián.

Así era Isla de Pinos a comienzos del siglo XX. Fue seccionada en pedacitos por quienes arribaron a sus costas estimulados por la Enmienda Platt, como William Joseph Mills, natural de Ontario, Canadá, quien pasó los últimos años de su vida aquí.

Según refiere la historia fue el propietario y presidente de la Isle of Pines Steamship Company, la línea naviera que cumplía la travesía entre las radas de Nueva Gerona y Batabanó, empresa que perdió en 1955 su hijo Robert Davis, cuando por presiones del gobierno de Fulgencio Batista estuvo obligado a venderla.

Tales maniobras del sicario en comprar propiedades en el territorio respondían al marcado interés por desarrollar una Zona Franca que no pretendía en lo absoluto beneficiar el desarrollo económico-social y sí la promoción del juego y las ilegalidades.

«Antes del 1959 aquí no existían carreteras. Las calles de Gerona no estaban asfaltadas; solo la principal, que le decían Calle Real», indica ahora Julián.

Según el censo de 1953, existían 2 201 viviendas, de ellas 192 declaradas buenas. Estadísticas de la época develan que más de la mitad de los hogares carecían de servicio eléctrico. Solo tres médicos y un pequeño hospital con capacidad reducida estaban a disposición de los pineros. Los historiadores Roberto Únger y Julio César Sánchez coincidieron en señalar a la Zona Franca como el pretexto que utilizó Batista para convertir a Isla de Pinos en su garito con jugosos negocios, que lejos de beneficiar a la economía del lugar engordaría sus bolsillos y los de su compinches.

Quimera no, realidad

Bautizada el 2 de agosto de 1978 como Isla de la Juventud, la segunda ínsula en importancia del archipiélago cubano desterró un pasado marcado por operaciones de piratas y de confinamiento para reos comunes y políticos.

Las transformaciones socioeconómicas, protagonizadas por jóvenes de todos los rincones de Cuba en los años 60 y 70, posibilitaron llevar a vías de hecho los principales programas que trazó Fidel durante su primera visita a la Isla los días 6 y 7 de junio de 1959.

El líder de la Revolución se reencontró así por primera vez con el mismo pueblo que 48 meses antes presionó al régimen dictatorial de Fulgencio Batista para poner en libertad, el 15 de mayo de 1955, a quienes asaltaron los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes el 26 de julio de 1953.

El desarrollo del turismo, la industria, la agricultura y la ganadería serían sectores que le darían un vuelco a la realidad del pinero, antes a merced del olvido.

De esta forma se abría la entonces Isla de Pinos a una nueva historia, que propició el crecimiento de la población y con ella la aparición de nuevos asentamientos, al tiempo que los ya establecidos también se extendieron.

Fueron los jóvenes quienes cambiaron el panorama de una isla devastada en 1966 por el huracán Alma. De ninguna agua embalsada se alcanzó una capacidad de almacenaje de 189 millones de metros cúbicos y los 60 kilómetros de carretera se extendieron a 700.

El desarrollo industrial posibilitó la inauguración de la fábrica procesadora de caolín, fundada hace más de cuatro décadas por Ernesto Che Guevara, a la que con el tiempo se sumaron la ceramista, la pesquera y la citrícola, que resultaron importantes para el territorio.

Hoy la Isla de la Juventud cuenta con 90 centros en la educación general, Centro Universitario, Filial Pedagógica, Facultad de Ciencias Médicas, Facultad de Cultura Física y Sede Universitaria Municipal.

Hoy los pineros cuentan con la mayoría de sus hogares electrificados, y el municipio especial es el segundo sitio del archipiélago cubano, después de Ciudad de La Habana, con más teléfonos por número de habitantes.

La isla se ha distinguido además por formar y graduar a más de 57 000 estudiantes de 38 naciones del Tercer Mundo en los diferentes niveles de enseñanza, mientras se desarrollaba una revolución educacional sin precedentes en escuelas en el campo.

Los diferentes programas de la Revolución hacen posible hoy el desarrollo de la informatización y la televisión educativa no solo en planteles escolares, sino también en los hogares, hoy con el mejor indicador de modernos equipos de TV en colores por núcleo familiar en el país.

La situación de salud antes de 1959 para los 11 000 habitantes era deprimente. En su mayoría no tenían acceso a los servicios asistenciales dispensados por escasos médicos, tres estomatólogos, cuatro enfermeras, un farmacéutico y un solo hospital con 32 camas.

Los más de 86 000 habitantes disponen hoy de un centro hospitalario; tres policlínicas en funcionamiento luego de una reparación capital que posibilitó ampliar el número de servicios con avanzada tecnología y acercarlos a la población, y tres modernas salas de fisioterapia, además de clínicas oftalmológica y estomatológicas, hogares maternos y de ancianos y la atención primaria de médicos y enfermeras de la familia.

Este es quizá uno de los territorios del país donde mejor se aprecia la obra de la Revolución, que no abandonó a ninguno de sus hijos tras al paso de los huracanes Gustav y Ike, cuando más del 80 por ciento del fondo habitacional fue impactado.

A 50 años del triunfo de la Revolución los pineros se empeñan en transformar la realidad que dejaron los recientes meteoros, para tornar a su isla más bonita y próspera que antes.

Tradición carcelaria

«Dolor infinito debía ser el único nombre de estas páginas. Dolor infinito porque el dolor del presidio es el más rudo, el más devastador de los dolores, el que mata la inteligencia, y seca el alma, y deja en ella huellas que no se borrarán jamás», decía Martí en el El Presidio Político en Cuba, publicado en Madrid en 1871.

Nadie podía suponer que la recién bautizada San Juan Evangelista por el Almirante Cristóbal Colón el 13 de junio de 1494 sería guarida de corsarios y piratas e isla carcelaria en una historia de más de cinco siglos.

Signada por el gobierno colonial español como territorio de deportación y confinamiento, a imagen y semejanza de las islas africanas Ceuta y Chafarina, Isla de Pinos fue el tristemente célebre lugar donde penaron hombres pertenecientes a lo más avanzado del pensamiento revolucionario contrario a la corona, entre quienes figuró José Martí.

Ya en el siglo XX, el sicario Gerardo Machado, en su condición de presidente, en 1926 acentuó el estigma al autorizar la construcción de una penitenciaría para albergar a unos 6 000 reos. De esa manera se fusionaron 24 cárceles de las seis provincias cubanas. Presidio Modelo, reclusorio nacional para hombres, fue el destino incierto de muchos de los sancionados a más de 180 días de privación de libertad.

Macabras torturas, el «desprendimiento casual» de una piedra, un mandarriazo «mal dado», una «caída accidental» de «La Dolorita» (pequeña locomotora que trasladaba a los reclusos hacia las canteras), un tiro tras un «intento de fuga», la cruel obligación de cavar la propia tumba antes de ser asesinado o el suicidio desde la altura de cualquiera de los pisos de las circulares de quienes no soportaron la humillante violación de su hombría, son recurrentes historias que trascendieron los muros de la «Cárcel Modelo».

Entre las paredes de ese monumento al terror guardaron prisión Pablo de la Torriente, Raúl Roa, Fidel Castro y un grupo de los sobrevivientes de la epopeya del Moncada, en julio de 1953.

Dice la voz popular que el terror a ser asesinados por los evadidos de la cárcel hizo que las familias, antes de dormir, dejaran en las puertas de sus casas una muda de ropa y un plato de comida para evitar cualquier contacto físico con esas personas. Realidad que le tocó vivir a una población en ocasiones inferior a la penal.

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