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El milagro de la Revolución en la Ciénaga de Zapata

Autor:

Juventud Rebelde

Ese territorio matancero era como un imperio de abandono y miseria. Apartado submundo de «fanguisales» y espanto, resumen de todos los dolores de Cuba, que la Revolución transformó

CIÉNAGA DE ZAPATA. Matanzas.— «Yo no tuve infancia: el carbón me la quitó», dice un hombre muy particular, con casi 80 abriles. Estamos sentados frente a un cenaguero: «Juventud no tuve mucha tampoco, por lo mismo, y por todas las otras calamidades de entonces. Vivía en Caleta Buena, en una casita de guano y madera, con dos cuartos: uno, de mis padres; el otro, de los muchachos. Éramos 14 en total. No sé cómo, en algún momento llegamos a dormir todos en la misma cama.

«Además de carbón, Jacobo, mi padre, hacía polines ferroviarios, postes o cualquier otra cosa relacionada con la madera. A veces nos levantaban a medianoche para ir a sacar un horno de carbón. Éramos ocho varones y desde muy pequeños debíamos acompañarlo.

«Solo los domingos podíamos jugar, mientras que María, nuestra madre, también se esforzaba, pues además de atender la casa se encargaba de un conuco donde sembraba yuca, boniato, calabaza, frijol... A ella le daban una mano las hembras.

«El carbón tratábamos de hacerlo con madera fuerte (jocuma, yanilla, guairaje...), pues se le ganaba más: a unos 60 centavos el saco; por el de madera menos resistente (el soplillo, por ejemplo) en ocasiones solo daban la mitad. La carga la adquiría gente de dinero como Manuel López, Jesús Diez, Los Dorados y Los Villalobos, para luego revenderla y sacarle el provecho económico que nosotros no le sacábamos.

«En 1952, tras el golpe de Estado de Batista, esto se puso feo. Lo que uno ganaba no alcanzaba para nada, y, como todo se veía tan inestable, en las bodegas de Cienfuegos, donde se compraban los mandados, se suspendieron los créditos.

«Mi familia se había marchado para Maniadero. El recorrido lo hicieron a pie, con muchachos chiquitos y todo eso. ¡A pie desde Caleta Buena hasta Maniadero! ¡Había que echar!

«De Maniadero nos trasladamos para la Ensenada de la Broa. Nos instalamos frente a la costa. Fabricamos un muelle de madera y encima le montamos un ranchito. Nos dedicamos, sobre todo, a la pesca de langosta.

«Lo de Batista era inaguantable. Había mucha pobreza, mucha injusticia. Los revolucionarios se volvían cada vez más fuertes y, sobre todo, se multiplicaban.

«La Revolución, por suerte, llegó en 1959 y mandó a parar. Todo el mundo estaba contento, todo el mundo quería ayudar a construir y defender los nuevos tiempos que se divisaban.

«Casi toda mi familia cambió de oficio. Nos embullamos porque nos informaron que estaban pidiendo animales para el criadero recién abierto en La Boca, a partir de la iniciativa de Celia Sánchez Manduley. Era una idea sorprendente: cuidar los animales. Hasta entonces aquí habíamos sido simples depredadores. La Revolución también nos enseñó a relacionarnos mejor con la naturaleza.

«Hace algún tiempo regresé al criadero de cocodrilos. Aquí me he desempeñado en diversas funciones. Aunque tengo 79 años, me siento fuerte».

Dionisio Sierra León tuvo doce hermanos y cuenta: «Mi vida fue muy dura, como la de mi propia familia y la de toda la gente de aquí. Serafina era mi madre, una mujer que recibió a casi todos los muchachos de por aquí; tenía conocimientos en eso, y si la criatura venía mal, acostaba a la parturienta en una tabla y no sé cómo se las arreglaba para que todo le saliera bien».

El cenaguero Alejo Álvarez López (el Moro) contó hace unos años al periodista Noel Martínez un testimonio desgarrador, al sufrir el fallecimiento antes de 1959 de dos hijos por falta de asistencia médica.

«La última la perdí un día que llegué a la casa tarde y me encontré a la mujer con la niña cargada y muy enferma. Salimos a pie por las veredas del monte, y cuando caminé unos ocho kilómetros por el diente de perro se me murió en los brazos. Tuvimos que regresar a Punta Perdiz, donde la dejé con la madre, y volví al central Covadonga para hacer los trámites. La enterré en una caja de aquellas donde venía el bacalao, porque no tenía dinero. Así era la vida aquí en la ciénaga, una vida de perros».

En esos inhóspitos parajes muchas veces sus pobladores se debatían entre la vida y la muerte. Una acuciosa investigación de Niurka Trujillo Pérez y Bárbara Sierra Cobas ilustra la obra de la Revolución luego de tantos años de ignominia y abandono.

«Las parteras o comadronas se valían de hierbas para ayudar a restablecer a las recién paridas... Con frecuencia los partos se convertían en una desgracia familiar con graves consecuencias.

«La mortalidad infantil de Ciénaga de Zapata constituía la más alta de toda la isla en 1958: era aproximadamente de 65 por cada mil nacidos vivos; y la del país, 35 por mil nacidos vivos».

«Durante la década de los 50 se recuerdan dos botiquines. Uno se ubicaba en Santo Tomás, en casa de Eustaquia Mejías Benítez, quien traía de Yaguaramas varios productos (aspirina, mercurocromo, algodón, alcohol, gasa, bisturís...) utilizados sobre todo para socorrer a los accidentados en el corte de leña. En Cayo Ramona había otro, construido con techo de guano, forrado con tabla y el piso de cemento, propiedad de Pedro García Duarte, que vendía algunas medicinas, casi siempre sin prescripción médica, pues en toda Ciénaga de Zapata no había hospitales ni centros asistenciales ni profesionales de la salud de ningún tipo.

«Cuando la enfermedad era grave había que trasladar al enfermo a otros territorios. Los residentes en la zona occidental cenaguera se dirigían hacia Jagüey Grande, mientras los de la oriental se desplazaban hacia Covadonga, Aguada de Pasajeros o Cienfuegos. Las medicinas se adquirían entonces en las farmacias de esos lugares.

«En abril de 1953, Fulgencio Batista, con fines politiqueros y como iniciativa de su esposa Martha Fernández Miranda, comenzó la construcción de un hospital en Cayo Ramona. Sin estar terminado funcionó muy pocos meses, con un enfermero. La obra nunca llegó a su fin y quedó abandonada», precisan las investigadoras.

Hoy la historia testifica una constante preocupación del Gobierno Revolucionario por la vida de los cenagueros, que puso fin a épocas pasadas de depauperación, soledad y desatención por parte de los gobernantes de turno.

Ahora se puede hablar con alegría de un hecho sin precedentes: desde 2006 hasta el presente se mantiene en cero la mortalidad infantil en Ciénaga de Zapata.

Un total de 213 niños nacieron en este período sin que se produjera ningún fallecimiento, lo cual se debe, en primera instancia, a la atención médica especializada que se le da a la embarazada.

Betyleidis Travieso, especialista de Estadísticas de la Dirección Municipal de Salud, informó también que en la etapa tampoco se han registrado muertes maternas.

También podría ser titular en cualquier medio de prensa el cuidado y la atención a los pacientes que necesitan dializarse. La transportación de los dos pacientes que necesitan de este servicio médico especializado es una prioridad de la Agencia Girón, subordinada al Grupo Automotor de Jagüey Grande.

Dicha entidad destina dos taxis para llevarlos a realizarles la hemodiálisis cada vez que les toca: martes, jueves y sábado: «El taxi no puede fallarles, y si se rompe hay que buscar otra variante con urgencia», asegura José Mena Ávila, técnico en explotación del transporte.

De las dos personas dializadas, una vive en Caletón (la cual acude al hospital de Colón) y otra en Girón (que va a una instalación de salud de Cienfuegos).

El servicio es gratis, la dirección de Salud coordina y paga los viajes: «El carro los recoge en sus casas y está a su disposición todo el día», dice Mena.

La Agencia también presta otros servicios a Salud, como garantizar el transporte de las interconsultas, las donaciones de sangre, el traslado de especialistas de La Habana y Matanzas, y también mantiene carros de guardia en el policlínico Antonio Guiteras, en Cayo Ramona.

Por otra parte, a quién se le ocurriría pensar que más de 300 habitantes de Ciénaga de Zapata serían librados de cataratas o pterigium (carnosidad en los ojos), mediante intervenciones quirúrgicas. La Operación Milagro posibilitó que en el hospital oftalmológico Antonio José de Sucre, de Jagüey Grande, pudieran operarse estas personas, como Ramón Cruz, cenaguero de Playa Larga.

En Girón, la cenaguera Ileana Caridad agradece lo que han hecho por ella. «Sin que me cueste un centavo, aunque la operación, a nivel internacional, se cobra muy cara; cuidándome, me protejo yo como ser humano y también lo gastado por el país para curarme», afirma.

La doctora Dayamí Gómez especifica que la recuperación no es tan fácil como parece. Ella es la encargada, en el policlínico de Playa Larga, de chequear, detalle a detalle, el tratamiento y la evolución de todos los casos del municipio.

También como parte de la Operación Milagro, en este municipio, desde marzo último a 850 cenagueros se les chequeó la vista en los puestos de optometría habilitados en Playa Larga y Cayo Ramona.

Del total de examinados, a cerca de 300 se les orientó la utilización de cristales para corregir dificultades que les provocan padecimientos como las cataratas de baja visión, el pterigium, la miopía, la hipermetropía y el astigmatismo.

A la mayoría de los casos se les ha garantizado la rápida confección de espejuelos. Solo han demorado algunos casos necesitados de graduaciones especiales.

Otro gesto digno de mencionar es que en la actualidad cumplen misión en Venezuela y Bolivia un total de 22 profesionales cenagueros.

«Con seguridad en este territorio, donde había condiciones de vida infrahumanas, nadie imaginó que podría hacerse palpable todo lo que hoy tenemos. Y sin embargo ya ven; hasta estamos compartiendo con el mundo lo que el proceso revolucionario nos ha permitido disfrutar», consigna Yusimí García, jefa de Colaboración en la Dirección Municipal de Salud de Ciénaga de Zapata.

Señaló que en nuestro país el triunfo de la Revolución trajo una realidad distinta, y que en este momento nuestro sistema de Salud abarca hasta los más intrincados poblados, con 12 consultorios del médico de la familia.

La luz de los manglares

Santo Tomás está a la derecha de Playa Larga, como a 20 kilómetros por un terraplén. Allí apenas residen cien habitantes, lo que indica que la matrícula de su escuela primaria es también escasa. En la última década apenas ha recibido a unos 20 niños en total. ¡Dos alumnos por año!

Este curso escolar las estadísticas se repiten. Otra vez dos. Irwin González y Abraham Leal, ambos en primer grado, tienen una escuela entera solo para ellos.

«Y lo mejor es que hay una computadora en la que aprendemos y jugamos», sonríe Irwin. «También hay un televisor grandísimo para ver las teleclases», añade Abraham.

Ariel Delgado, el maestro, se maravilla de todo lo que hace el proceso revolucionario para echar adelante la educación, como el montaje de los paneles solares, que son fundamentales para el trabajo con esos equipos (así podemos encenderlos a la hora que nos haga falta), puesto que la electricidad se suministra en el poblado mediante una planta, solo en horarios determinados.

«Todo lo que se ha gastado para sostener este centro docente enseguida se agradece cuando uno ve cómo los muchachos avanzan: hasta el momento los dos tienen la evaluación de Muy Bien; han aprendido el abecedario y los números hasta el 20, y reciben varias asignaturas que amplían sus conocimientos en sentido general».

Argumentan las especialistas Niurka Trujillo Pérez y Bárbara Sierra Cobas que «en todo el extenso territorio de la Ciénaga solo existían antes de la Revolución cuatro escuelas en muy malas condiciones. Para colmo, los escasos maestros que se aventuraban a dar clases en las mismas recibían una pésima atención por parte de los gobiernos de esa etapa, específicamente en lo referido a sus salarios, que no se los pagaban de manera regular».

Ellas brindan estadísticas escalofriantes. De 1940 a 1958, el índice de analfabetismo del país era de 23,6 por ciento; en la provincia de Matanzas, de 19,2; mientras en la Ciénaga de Zapata era de 54 por ciento.

Rememoran que en los poblados donde existían las mencionadas escuelas asistían sobre todo niños menores de 12 años, que no estaban capacitados para trabajos fuertes. A partir de esa edad, y a veces hasta mucho antes, debían abandonar las aulas para ayudar a la familia a hacer carbón, extraer madera dura, velar el horno o cualquier otra actividad relacionada con las labores forestales.

La historia es otra en los 17 centros educacionales de los diversos niveles de enseñanza. A quién se le ocurriría, durante el período republicano y antes, hablar en estos manglares de la elevación del nivel cualitativo del proceso docente-educativo o de profundizar en la formación de valores. ¡Ahhh! Y en la Ciénaga de Zapata cuatro escuelas primarias poseen paneles solares; hay un televisor para cada aula, y se cuenta además con un video por cada cien alumnos y una computadora por cada cuatro.

Camilo Coto Silva, director municipal de Educación, asegura que todos los centros cuentan con profesionales capaces de desarrollar con efectividad su labor, y que tienen entre sus principales objetivos superarse mediante diversas vías.

En este período docente recibieron reparación capital las escuelas primarias de los poblados de Bermeja y Cocodrilo; y a otros centros se les dio un mantenimiento constructivo de cierto nivel o fueron embellecidos.

Cuánta diferencia al recordar los tiempos en que en toda la zona occidental cenaguera, supeditada entonces a Jagüey Grande, solo había una escuela, en el batey de Soplillar. Se encontraba en pésimas condiciones, con techo de guano y piso de tierra. Tenía dos habitaciones. En una se daban las lecciones y en la otra vivía el maestro, sostenido mediante la contribución de los padres de sus alumnos.

«A Pálpite iba un maestro, que impartía clases particulares por cinco o diez centavos diarios o por la comida. Pero no las daba como tal en una escuela. Todo parece indicar que lo hacía en una casa de tablas, perteneciente a un habitante del lugar; y en la región oriental existieron tres escuelas», abundan Trujillo Pérez y Sierra Cobas.

«En mi casa éramos diez hermanos y no teníamos vida por ningún lado que se mirara, pero la Revolución lo cambió todo y ha vuelto realidad cosas que antes parecían un sueño. Ahora mismo puedo poner un ejemplo bastante reciente: a mis años, que ya son unos cuantos, estudio en la Universidad del Adulto Mayor. ¿Quién se iba a creer eso antes?, y todo gracias a Celia, a Fidel y a Raúl y a los que han llevado adelante este proceso justo», rememora Sonia Veiga, residente en Pálpite.

La labor que Celia Sánchez Manduley desarrolló a favor del pueblo cubano, y especialmente de Ciénaga de Zapata, la recuerda Lucía Rodríguez, del poblado de Soplillar, quien en 1961 partió hacia La Habana para especializarse en el trabajo con la cerámica: «Nos alfabetizaron y nos transmitieron muchos otros conocimientos útiles; nos hicieron ver la vida de otra forma, pues lo cierto es que entonces había mucho atraso aquí; no existían escuelas ni médicos ni nada. Provocó mucho impacto que también se estuvieran preparando mujeres y que estas pudieran ganarse la vida con sus propias manos, insertadas de manera más justa en la sociedad. Algo así nunca se había visto aquí».

Aguas sin abismos

Viajando por las carreteras de cualquiera de los 17 asentamientos poblacionales de Ciénaga de Zapata se aprecia la bondad de la Revolución en la mejora de las condiciones de las viviendas. Actualmente ese territorio se distingue entre los municipios cubanos con mejor estado constructivo de su fondo habitacional.

En el poblado de La Ceiba ya funciona una moderna sala de televisión, provista de paneles fotovoltaicos para su abastecimiento eléctrico, la cual se ha convertido en lugar idóneo para la superación integral de la comunidad.

Por otro lado, como propuestas efectivas para una recreación distinta, posee una pequeña biblioteca para fomentar entre los vecinos el hábito de la lectura, y juegos de mesa como ajedrez, damas, dominó...

Unos 12 cursos con diversos objetivos ofrecen los dos Joven Club de Computación y Electrónica existentes en Ciénaga de Zapata (uno en Playa Larga y otro en Cayo Ramona).

Según informó Yendri Blanco, coordinador municipal de ambos centros, se imparten los de Operador de micro para Linux, Correo electrónico y redes, Microsoft Word y Excel, y Photoshop.

Destacó de modo particular el curso de acercamiento elemental a la computación para personas con discapacidad física, y la atención a círculos de interés de varias escuelas primarias del territorio.

En total, la matrícula ascenderá a unos 200 estudiantes que dispondrán de todas las condiciones tecnológicas necesarias y serán atendidos por un claustro de alta calificación.

Las olimpiadas cenagueras siempre quedarán en el corazón de sus habitantes, por la rivalidad propia de las competencias y por la confraternidad que se intuye.

Un espectáculo deportivo con todas las de la ley, con más de 300 participantes, propició la segunda edición de las Olimpiadas Comunitarias.

Miguel Isaac Reyes, director municipal del INDER, afirmó que «el evento fue una muestra de la práctica masiva del deporte en el territorio».

En cuanto a las labores culturales, el Conjunto Artístico Comunitario Korimakao se ha encargado de llevar su arte a los más recónditos sitios de la geografía cenaguera.

Esta institución, insignia de la cultura, forma a la cantera joven en las diversas manifestaciones del arte, no solo de la Ciénaga, sino hasta de otras provincias.

Con el actor Manuel Porto a la cabeza, el ya consolidado proyecto artístico Korimakao forma parte de la idiosincrasia y de la historia de los cenagueros.

Pero en el ámbito cultural, en ese territorio se realizan numerosos eventos que enriquecen la espiritualidad, como el Festival del libro Entre Letras y Carbones.

La calidad de vida del cenaguero se ha elevado constantemente. Tal es así que los grupos electrógenos de emergencia contribuyeron a que durante el paso del huracán Ike no se detuvieran los servicios vitales.

Los 15 equipos instalados permitieron suplir la falta de energía suministrada habitualmente por el Sistema Electroenergético Nacional.

Se hallan colocados en centros de producción y servicios claves, como panaderías, los pozos de bombeo de agua de San Isidro, los policlínicos de Playa Larga y Cayo Ramona, el Centro de Elaboración de Comercio y Gastronomía, la Estación Meteorológica de Girón y la emisora de radio La Voz de la Victoria, que de este modo pudo mantenerse transmitiendo valiosa información.

Empresas del territorio acometen inversiones que a mediano y largo plazo devolverán su esplendor a varios centros turísticos. Según los especialistas, la calidad en el acabado de las obras permitiría a su vez recaudar lo invertido en aproximadamente tres años.

La Ciénaga de Zapata era como un imperio de abandono y miseria, apartado mundo de «fanguisales» y espanto, expresión de todos los dolores de Cuba, que la Revolución salvó de su hundimiento.

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