Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Centro Histórico de la ciudad de Camagüey: Patrimonio Cultural de la Humanidad

Autor:

Juventud Rebelde

Fueron reconocidos su conservación arquitectónica y riqueza cultural. La declaración es un regalo especial para la ciudad de Camagüey, que este 2 de febrero cumplió 495 años

CAMAGÜEY.— La mágica historia de esta ciudad comenzó en el lejano siglo XVI, cuando algunos colonizadores españoles se establecieron en la misma barriga del Verde Caimán.

Cuenta la historia que aquellos buscadores de fortuna determinaron instalarse en la costa norte de esta región, en un lugar nombrado como Punta de Guincho, actualmente municipio de Nuevitas.

En aquella tierra virgen fundaron la villa, un 2 de febrero de 1514, pero la dicha del nuevo hogar acabaría pronto, pues mucho tuvieron que andar aquellos aventureros, cuando las adversas condiciones geográficas, las incursiones de corsarios y piratas y la convivencia con los mosquitos y jejenes —que tenían criadero propicio en zonas costeras— los acosaron de tal manera que fueron a parar tierra adentro, a las márgenes del río Caonao.

Bautizada desde sus inicios como Santa María del Puerto del Príncipe, la naciente urbe continuó sus andanzas, para dicha de los lugareños de hoy, porque la resistencia aborigen de aquel entonces originó tal revuelo en los visitantes, que estos no dudaron en mudarse en 1528 hacia la confluencia de los ríos Tínima y Hatibonico, donde quedó para siempre asentada la villa.

Sin borrar las huellas

Más de cuatro siglos de existencia no han podido borrar la misteriosa ciudad que ha traspasado las barreras que imponen 495 años de latir, para mostrarnos a un Camagüey legendario, de una personalidad distintiva en su arquitectura y en su gente.

Quien se adentre en sus calles adoquinadas, no puede dejar de viajar a un pasado que, dormido en el barro de sus construcciones, también deslumbra como oasis, en una ciudad reposada en el tiempo.

Camagüey —nombre indígena que se oficializó en 1903— cumplió sus 495 años de esplendor con la buena nueva de tener el mayor regalo soñado, un Centro Histórico declarado, hace solo unas horas, Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Desafiante como pocas, la Santa María no solo ha soportado con estoica legitimidad las siempre enérgicas influencias de la novedad, la renovación y la modernidad, sino que con sabiduría innata ha logrado perpetuar la integridad de su figura colonial.

Desde sus inicios marcó la diferencia

La majestuosa dama principeña, una de las primeras siete villas fundadas en Cuba, es por estos días todo un acontecimiento mundial, y no solo porque constituye un ejemplo relevante de conservación dentro del conjunto de ciudades coloniales cubanas y caribeñas, sino además porque su Centro Histórico corrobora, con singular connotación, la persistencia de atributos y cualidades que han adquirido un verdadero carácter de legitimidad.

El marcado sentido de lo local que se distingue en sus formas arquitectónicas y su trazado urbano —-condicionado desde sus inicios por un prolongado aislamiento de la Villa del centro de la Isla y por una ineludible armonía con las necesidades y disposiciones urbanísticas establecidas en sus orígenes— determinaron el desarrollo de un proceso cultural exclusivo, que inscribe para la posteridad la especial idiosincrasia de sus habitantes y el enriquecimiento de su entorno y de su medio.

Por eso hay tantos valores acumulados en paredes, edificaciones, calles, historias, y hasta en sus leyendas. Al decir de Teresa Pascual Wong, directora del Plan Maestro de la Oficina del Historiador de la Ciudad de Camagüey (OHCC), el elemento que define al Centro Histórico como singular, universal y excepcional, es fundamentalmente el valor de su trama urbana irregular y sinuosa, conocida como plato roto.

«A pesar del tiempo la ciudad conserva ese trazado original que comprende un amplio sistema de plazas, plazuelas y calles laberínticas».

La especialista agregó que también resaltan los valores de la yuxtaposición de estilos —que permite disfrutar un ambiente urbano con equilibrio entre sus construcciones— y los religiosos, sustentados esencialmente por iglesias erigidas en las plazas, rodeadas por barrios dispuestos de manera diferente. Estos no solo son puntos referenciales para lugareños y visitantes, sino que convierten a la ciudad en un hito.

«Lo importante es que estas construcciones existen a pesar del tiempo transcurrido, ya sea en buen, regular o mal estado. Toda zona declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad exige un plan de manejo, y nuestro reto es el de conservar sus valores y poder, a través de ese plan de desarrollo, dar respuesta con restauración precisa a las exigencias arquitectónicas de cada inmueble en un corto, mediano y largo plazos, que se extiende hasta el 2030».

—¿Ese plan de manejo se está aplicando ya en la zona declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad?

—Sí, y permite, además, monitorear las construcciones previstas para la conservación de la zona declarada. En él se implementan acciones estatales y particulares, por ser una zona residencial donde conviven servicios y población.

«En mantener y preservar la declaratoria radica la mayor responsabilidad de quienes tenemos el desafío de una conservación integral. Para ello es indispensable la integración de organismos, sociedad y Gobierno. Hay que lograr actuaciones integrales de excelencia que lleguen al detalle histórico, para que lo nuevo nunca agreda esa armonía viviente».

—¿Y el reto de mantener los valores...?

—No puede faltar ni por un segundo la responsabilidad compartida. Aquí radica el reto, porque aún falla el comportamiento ciudadano y esas indisciplinas sociales van en contra de todo lo que se hace y se pueda hacer. La declaratoria es solo parte del comienzo, pues hace mucho que trabajamos para obtenerla y aún nos queda un largo camino por recorrer.

En el billar de su gente

Tantos años de existencia no han podido borrar el excelente quehacer de su gente. En esa urbe residencial quedaron atrapados grandes descubrimientos científicos, trascendentales escritos y acontecimientos importantes en lo económico, político y social.

Esta legendaria tierra principeña dio vida al Poeta Nacional Nicolás Guillén; al científico Carlos J. Finlay, quien desde su humilde morada descubrió el agente transmisor de la fiebre amarrilla y mereció el reconocimiento de toda la humanidad; a Luis Casas Romero, primer cubano en instalar una planta radial; a Domitila García, primera mujer que se dedicó al periodismo en Cuba; y a Gertrudis Gómez de Avellaneda, poetisa, y la primera en escribir en nuestra lengua una novela considerada abolicionista: Sab.

Aquí nació, un 23 de enero de 1851, el «diamante con alma de beso», como lo nombró Martí: el Mayor General Ignacio Agramonte y Loynaz; la primera Constitución de la República en Armas y, allá por el siglo XVII, la primera obra literaria escrita en Cuba por Silvestre de Balboa: Espejo de Paciencia.

Como si fuera poco también se desarrolló en esta urbe el ferrocarril y, justamente en 1800, la antigua Santa María del Puerto del Príncipe fue sede de la Real Audiencia, al ser trasladada esta desde Santo Domingo a Cuba.

Reluce aún más Camagüey al haber creado, después de la capital, una renombrada compañía de ballet, establecer un canal de TV desde antes de 1959, e instaurar, luego, el primer periódico, Adelante, y la primera Universidad, fundados por la Revolución Cubana.

Y hasta la conquista del cielo tiene también sus inicios en la tierra agramontina, pues en 1933 aterrizan los aviadores españoles Barberán y Collar, en el primero de los vuelos transatlánticos más largos de la historia de la aviación en la época: el Sevilla-Camagüey.

¿Sabías que...?

Camagüey es una de las poquísimas capitales del mundo que tiene múltiples formas de nombrar a su gente y a la propia urbe. En el primer caso resaltan agramontinos, principeños, camagüeyanos; y en el segundo: la tierra de El Mayor, la tierra agramontina, la Ciudad de las Iglesias y la Ciudad de los Tinajones; sin dudas este último es una curiosidad que tuvo su origen justamente en su asentamiento final, un 6 de enero de 1528.

Desde sus inicios la Santa María tuvo serias dificultades para almacenar agua, pero el ingenio de los vecinos buscó la solución en enormes vasijas de barro muy parecidas a las utilizadas para almacenar aceite de oliva en Andalucía. La tierra arcillosa que rodeaba la localidad vino como anillo al dedo, pues era perfecta para retomar la alfarera costumbre. A tal punto llegó la tradición de tener un tinajón, que a mitad del siglo XIX se detuvo su fabricación por los tantos ejemplares existentes en patios principeños. Para el año 1900 esas vasijas sumaban 16 483.

Cuentan los más viejos que la leyenda entretejida alrededor de sus mágicas aguas es para respetar, porque quien se atreva a tomarla se queda en Camagüey. Nadie sabe hasta donde es cierta esta leyenda, lo seguro es que muchos visitantes, embrujados por no se sabe qué, han vivido hasta su último aliento en la Tierra de los Tinajones.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.