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Conserva museo de Matanzas última carta del poeta cubano Gabriel de la Concepción Valdés

El museo Palacio de Junco, de la occidental provincia cubana, atesora la misiva que escribiera este lírico sublime a su esposa el 27 de junio de 1844, horas antes de su ejecución

Autor:

Juventud Rebelde

MATANZAS.— Una carta de 165 años de antigüedad manuscrita por el poeta Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido) impresiona por su pulcritud, a pesar de haberla escrito apenas unas horas antes de ser fusilado el 28 de junio de 1844.

 

La carta consta de cuatro cuartillas, que incluyen los poemas despedida a mi madre y A la justicia.

El museo provincial Palacio de Junco atesora este documento, adquirido mediante compra en el año 2004. Según la licenciada María Antonia Abreu, jefa del Departamento de Colecciones, se trata de una pieza de alto valor patrimonial.

«Consiste en el testamento del poeta, dirigido a su esposa y escrita el 27 de junio de 1844, en vísperas de su ejecución, en la capilla del hospital Santa Isabel y en presencia del escribano y el fiscal de la causa por Conspiración de la Gente de Color».

Considerada como la última carta escrita por el poeta, este manuscrito consta de cuatro cuartillas, que incluye los poemas Despedida a mi madre y A la justicia.

En un artículo de Francisco González del Valle, que recoge Salvador Bueno en su antología Acerca de Plácido, expresa: «Me interesa llamar la atención sobre la carta dirigida por Plácido a su esposa... Esta carta, junto con el documento que contiene su final disposición, debió ser entregada a su viuda por el escribano Zambrana o por el cura García».

Cómo se conservó durante tantos años es una gran pregunta, pero lo esencial es que nos estremece esa letra perfecta, nada nerviosa para el calvario que vivía en sus últimos momentos.

No podríamos imaginarnos a ese mulato dentro de una celda con guardias vigilándolo y escribiendo con firmeza sus postreras letras. Al observar el manuscrito, nos estremece el final del soneto Despedida a mi madre: «Adiós madre, adiós. El Peregrino. Plácido antes de morir».

El documento se encuentra en buen estado de conservación y para su autentificación fue necesario consultar a especialistas y estudiosos de la vida y obra de Plácido. Entre ellos la Doctora Gloria García, del Instituto Nacional de Historia, y la licenciada Alina López, profesora de la Universidad Camilo Cienfuegos, de Matanzas. Ambas concordaron en la identificación de la letra del poeta, por sus rasgos y características.

En el museo matancero se conservan dos peinetas confeccionados por el poeta.

«Es un auténtico documento de la época, por la antigüedad del papel y los propios caracteres de las letras», explica Rachel Moreno, técnica de la institución cultural.

Para su tasación se recabó de la sabiduría de expertos en la materia, quienes consideraron de Valor I la pieza en cuestión, además de sumarle un valor excepcional por su exclusividad como documento original.

También en el museo matancero se resguardan dos peinetas confeccionadas por Plácido, las cuales fueron donadas por el Doctor Saúl Vento, en 1985, cuando dirigía el Archivo Histórico. Estas obras de arte están manufacturadas en carey, con sendos aros de metal dorado en su parte superior.

Plácido se casó en Matanzas el 27 de noviembre de 1842 con María Gila Morales y Poveda. Se dedicó al oficio de peinetero y trabajó en platerías, mientras cultivaba su amor por la poesía.

Este 18 de marzo se cumple el bicentenario del natalicio del poeta, quien fuera detenido el 30 de enero de 1844 con motivo de la llamada Conspiración de la Escalera.

Del 3 al 5 de junio se realizó el proceso judicial; el día 12 se le condenó a la pena de muerte por fusilamiento; el día 22 fue aprobada la sentencia por el Capitán General Leopoldo O’Donnell, y el 28 de ese mismo mes fue fusilado junto a diez de sus compañeros.

En una velada conmemorativa en 1892, Juan Gualberto Gómez expuso: «La clase de color de Matanzas en aquella época ocupaba una situación interesantísima en el medio insular: rica, ilustrada, culta, de conducta digna y levantada, su existencia tenía que preocupar a los gobernantes de entonces, que pensando con cierta perspicacia, no podían desconocer que aquellos hombres tenían que aborrecer el despotismo y que, por lo tanto, más tarde o temprano, habrían de cooperar a toda empresa que tendiera a llevar a la práctica el propósito de asegurar la libertad de su raza y los derechos de su país. Por eso la tiranía no se contentó con arrebatarles la vida, sino que también se esforzó por atribuirles maquiavélicamente el odioso proyecto del asesinato de los blancos, estableciendo una valla divisoria entre dos grandes ramas de la familia cubana».

En el hospital provincial aún se preserva la celda donde Plácido escribió su postrera carta. Aún se conserva la celda de la capilla del hospital Santa Isabel (hoy hospital provincial José López Tabranes), en el barrio de Versalles, recinto desde el que Plácido fue conducido a un muro frente a esa institución de salud para ser fusilado.

Sobre su ejecución El Observador de Ultramar, de Madrid, publicó el 23 de agosto de 1844 un extracto de una carta de La Habana, fechada el 16 de julio, en la que se describe la muerte del poeta: «Plácido salió de la capilla con la mayor sangre fría y valor mientras que los otros reos parecían agobiados bajo el peso de los tormentos que ya habían sufrido. El conspirador principal llevaba un crucifijo en la mano y recitaba en alta voz una hermosa plegaria en verso, que conmovía los corazones de la multitud que cubría el camino por donde pasaba».

¿Quién fue Plácido?, se preguntaba Enrique José Varona: «El poeta más espontáneo de toda la literatura hispanoamericana; un hombre salido de las capas sociales de una colonia española, mal educado y mal instruido, que por el esfuerzo de un genio asombroso se eleva a intervalos a las cimas de la inspiración poética, para caer vertiginosamente más tarde; escritor a la par grandilocuente e incorrecto, versificador callejero, poeta comensal de fiestas domésticas y lírico sublime».

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