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Finquismo, la nueva criatura agrícola

Autor:

Julio Martínez Molina

La fórmula hace poner oído aguzado y ojo avizor a quienes desde distintas partes escuchan las buenas señales y santiguan la criatura, esperanzados de que no sea otro de los no pocos experimentos de la agricultura cubana

Horquita, Abreus, Cienfuegos.— «Los agricultores nunca tuvimos una oportunidad como esta de la finca, de producir alimentos para el país y rendir utilidades para nosotros», asegura José Luis Abrahams al referirse al nuevo concepto introducido en la Empresa de Cultivos Varios Horquita.

Gumersindo Hernández, otro de los acogidos al método, lo respalda al sostener que la finca ha venido de una vez por todas a dar la respuesta necesaria para sembrar y sacar comida de verdad y no en papeles, un paso de avance tanto en lo anterior como en el estímulo al hombre.

Así, uno y otro de los finqueros entrevistados por JR en este bastión agrícola de la región central del país, expresaron semejante parecer.

Luego de transitar un período de relativa depresión, Horquita está en el mejor momento productivo de los últimos tiempos. Obreros y especialistas atribuyen su despertar a la expansión del «finquismo».

La buena nueva hace poner oído aguzado y ojo avizor a quienes desde distintas partes de la nación escuchan las buenas señales y santiguan la criatura, esperanzados en que no sea otro de los no pocos experimentos de la agricultura cubana a través de las décadas.

Hombres con áreas

Gianni Chávez Salomón, director de Horquita, explica que las fincas actuales (creadas quince meses atrás y desarrolladas sobre todo durante 2008 y lo que va del año) surgieron a raíz de la necesidad de fuerza de trabajo que tenía la empresa.

Se decidió vincular los hombres al área de una forma inédita: en pequeños grupos (de uno hasta seis) y bajo la responsabilidad absoluta de dichas personas en las entregas productivas pautadas con el organismo.

Esto trajo como consecuencia mayor productividad del trabajador, comida sobre la mesa.

«Solo existía como precedente una idea, «parienta lejana», introducida un lustro atrás aquí, también en otros emporios agrícolas del país, consistente en la vinculación de un grupo de hombres al desarrollo del plátano extradenso (24 cordeles per cápita) y al final la persona tenía derecho a un por ciento de los resultados finales.

«Esa extensión era prácticamente nada para un agricultor curtido en el oficio, quien de contra no podía ganar más de 500 pesos al mes. A la larga dicha experiencia no fue muy feliz. Hoy, en la medida en que el finquero atiende más cordeles, percibe entradas más generosas», enfatiza Gianni.

Las fincas, o algo que se les parecía, existían con anterioridad en Horquita, pero se manejaban acorde con otra estrategia, aclara Chávez Salomón, pues sus áreas eran trabajadas por un grupo considerable de productores.

Hoy las atienden, tres, cuatro, cinco o seis, en dependencia de su área de superficie. Antiguamente existía la figura del jefe de finca, un concepto de atención a la tierra divergente de este, con un grupo mucho más alto de personas y sin los actuales mecanismos y privilegios.

La figura del jefe de finca desaparece, ahora solo existe una persona que representa el área, pero pegada a la mocha. Guataquea, chapea, recoge y hace de todo; además redacta el reporte de trabajo de los labriegos.

Al final del cierre del cultivo el monto que queda se les reparte a los trabajadores. Él—por ser representante— recibe una bonificación de 30 pesos extras. Y en razón del salario que devengó durante el ciclo, obtiene también una mayor remuneración general.

Años atrás los jefes de finca programaban, chequeaban la labor de los obreros para la jornada siguiente.

«Hoy el propio finquero sabe lo que tiene que hacer al otro amanecer, sin que nadie se lo deba decir, porque ese es su puesto de trabajo fijo, conoce cuánto precisa realizar cada día. Nadie tiene que fijarle la pauta, él está claro de cuánto y cómo», subraya el directivo.

Los finqueros —apoyados por la Empresa en magnitudes discretas de herbicidas y maquinaria— son responsables desde la siembra hasta la producción de todas las cosechas.

Sus producciones salen por Acopio, su destino se los da la empresa en unión de la citada entidad, de acuerdo con los intereses.

Organizamos la finca de forma que todos los meses la unidad productora tiene que sentarse con el finquero y darle los gastos en que va incurriendo, se les informa y cada quince días se chequea la tarea. Todo finquero es a la vez su propio económico, abunda el director.

«Al final del cierre del cultivo, se sacan todos los gastos incurridos, desde la preparación de suelos hasta la amortización de los equipos, y se cuentan los aportes al presupuesto del Estado.

«Es decir, del 14 por ciento que aporta cada trabajador por el salario que devenga sacamos el 9,09 y el monto total que queda entonces se le da al colectivo de trabajadores: el 60 por ciento de los resultados y el otro 40 para la Empresa», desglosa Gianni el mecanismo.

Este sistema hoy la Empresa no lo tiene implantado solamente en la parte estatal de sus siete granjas integrales, sino además en su Cooperativa de Producción Agropecuaria (CPA) y sus cuatro Unidades Básicas de Producción (UBPC), o sea, en todas las formas productivas con que cuenta Horquita.

Existen a esta fecha 126 fincas en total dentro de la Empresa, con un promedio que ronda los 900 trabajadores, si bien no es un número fijo, en tanto en la medida en que se va variando el cultivo, la finca atraviesa momentos de mes o mes y medio de reposo en preparación de tierras.

Los cultivos son plantados en base al interés de la dirección del organismo aquí, los finqueros no siembran lo que quieren.

Cada granja estatal, distribuida en fincas, tiene un plan de siembra de diferentes cultivos; la idea es tratar de establecer variaciones, si en este período el trabajador cultivó maíz, con posterioridad se le da calabaza: rotan.

«Los campesinos están muy contentos con este sistema, nada más que cosechan la tierra y se vuelven locos por sembrarla de nuevo. Les damos un anticipo a cada trabajador según el área que tenga, poseen una tasa por diferentes cultivos por cordeles», asevera Gianni, este joven ingeniero agrónomo al frente de Horquita.

Cien cordeles para sacarle el jugo

Los finqueros tienen el derecho de escoger hasta cien cordeles, con uno o más miembros para laborarlos. Pero el promedio general por agricultor oscila entre los 70 y 80 cordeles, según la medida real de sus fuerzas.

Les resulta dable alternar dos o tres cultivos; por ejemplo algunos atienden una hectárea de plátano, una de malanga y otra de boniato.

Por lo general se asocian por voluntad propia: afinidades, compatibilidad en el surco, intereses filiales.

El «todo» de la finca está definido esencialmente por el factor humano, creen sus hombres. Ellos están ahora en medio de una campaña de primavera, donde llueve a diario, la hierba crece muy rápido, hacen un esfuerzo extraordinario, pero lo hacen con gusto porque le ven el resultado bien clarito a sus cien cordeles.

La remuneración mensual guarda dependencia con el área cultivable del campesino. También con el tipo de producción. Un finquero que posea 72 cordeles de boniato, ganará 650 pesos, según la tasa de nueve pesos por el cordel. Si esa persona hubiera aceptado cien cordeles se agenciaría 900 pesos.

¡Cuidado¡, vienen los hermanos Abrahams

José Luis y Juan Carlos Abrahams mantienen una finca desde hace quince meses. Durante el primer período sembraron 170 cordeles de malanga, lo cual les dio un resultado de 12 000 quintales. En la misma superficie a continuación plantaron boniato, que generó más de 1 800 quintales. Después frijoles, y dos hectáreas de tomate.

Al momento de la llegada de nuestro equipo de trabajo fumigaban dos hectáreas de pepino, a las cuales aspiran extraerles cerca de 800 quintales.

Lo hacen todo absolutamente solos, como la mayoría de los finqueros —salvo aquellos eventualmente apoyados por familiares, sobre todo durante los fines de semana.

José Luis aprecia que «la finca no solo beneficia a la agricultura sino también al productor, porque nosotros nunca tuvimos un chance semejante en el campo.

«He exhortado a otros compañeros a que se sumen al movimiento, pues resulta la oportunidad dorada del campesino que desee trabajar de veras, porque los rendimientos son mucho más elevados que cuando un área es trabajada por un grupo grande de agricultores».

Él ha laborado toda su vida en Horquita y nunca vio «tal disposición de la gente a sumarse a algo que se ve, que no es muela».

Nosotros sentimos esto en carne propia, hasta guardia hacemos por la madrugada en la cosecha, comenta su hermano Juan Carlos. En la última permanecieron 56 madrugadas en vela. «Si a una planta le toca el agua el domingo, no se deja p’al lunes, es el domingo», resumen su sacrificio.

Ellos dicen que sus ingresos mensuales per cápita alcanzan 1 500 pesos. Sin embargo, ahí no radica el principal aliciente de los finqueros: ni de ellos dos ni de todos los demás.

Estriba, en lo fundamental, en los resultados de la recolección. Por la última cosecha de malanga los hermanos Abraham ingresaron (en bruto) un cuarto de millón de pesos:125 000 para cada hermano. Sí, leyó bien, ¡un cuarto de millón!

En verdad no todos alcanzan cifras tales, pero las experiencias fecundas no escasean aquí.

A Eladio de le dio bien el tomate

Eladio Peñalver es considerado precursor del finquismo en Horquita. Él hace su faena diaria en 122 cordeles reservados en la granja número siete.

«Al principio veíamos esto como un fantasma y algunos lo rechazaban a causa del escepticismo provocado por las tantas fórmulas experimentadas en la agricultura, pero fue prendiendo porque la gente aprecia rápido los resultados».

Esto de atender un área determinada y sentirla como suya propia motiva e impulsa al trabajador, observa el pionero Eladio, quien en la actualidad, junto a su hijo Ernesto y su compañero Almerio Ávila, desarrolla plantaciones de frutabomba y boniato.

Donde ahora crece la papaya, hasta hace bien poco estuvo una briosa plantación de tomates. Del poco más de cien cordeles, Eladio, Ernesto y Almerio sacaron 11 000 pesos para cada uno. Eso, en tres meses.

Al ladito de su campo, pared con pared como se dice, hace lo suyo otro veterano horquiteño: Gumersindo Hernández. Gumito, como le llaman aquí sus vecinos de surco, cultiva plátano, con boniato intercalado. Después le va a meter mano a la malanga.

Antes sembró frijoles: por la cosecha ingresó 5 000 pesos. ¿Cómo logras estas plantaciones tan bellas?, le pregunto, y su respuesta es: «Solo parando al mediodía».

O sea, que tampoco la cosa es de coser y cantar, la brega es dura, dificilísima. En realidad, es lo primero que te dicen: «Hoy todo se hace a pulmón, el hombre guataqueando, tirando él mismo el líquido con la mochila, cuidando por la noche los cultivos para que no se los roben».

Pero no hay uno que se sienta mal, la asumen a gusto porque trabajan por algo, y ven el beneficio a plazo corto.

También están surgiendo fincas de frutales en Horquita. Eddy Carballeira y Armando Alberti asumen la primera de ellas: guayaba, aguacate y frutabomba. Intercalan boniato y maíz en sus 130 cordeles. Antes, col y frijoles.

Ellos se llevan a casa cada mes unos 800 pesos, la comida no les falta. «Es lo mejor que ha surgido en este giro», significa Alberti.

Beneficios e hilos sueltos

Empresas de todo el país están tomando experiencia del nuevo sistema. Horquita va viento en popa. Hoy puede ufanarse de todo cuanto hace años no tenía: 18 caballerías de boniato plantadas, 22 de malanga, 20 de plátano, 18 de maíz, 19 de calabaza, dos de papaya, dos de melón y tres de yuca (debe incrementarse a siete, según lo estimado).

En la campaña finalizada se sembraron 56 caballerías de papa y fueron recolectados 356 000 quintales, a un promedio de 6 509 quintales por caballería.

La Empresa (245 caballerías de superficie total —con riego 128— y pronósticos ciertos de incorporar diez más en breve plazo) garantizó volúmenes de papa para las provincias orientales y capitalinas, 100 000 quintales en frío de calidad óptima.

También volúmenes de piña para Villa Clara. De aquí salieron 40 000 quintales de alimentos rumbo a Camagüey luego del paso de los ciclones.

Este año los niveles de malanga son tan elevados que habrá que destinar algunas magnitudes hacia otras provincias.

De un plan de producción mercantil hasta mayo fijado en 5 900 000 pesos, lo sobrecumplieron, al superar los siete millones y medio en los cinco meses.

«Eso ha sido en virtud de las producciones físicas. Aquí sí no hay invento, eso mide lo que sale por la pesa. De esas cifras más del 70 por ciento corresponden a los resultados de la finca», precisa Gianni.

Dentro de Horquita existían UBPC cuyo estado de deterioro motivó la decisión de cerrarlas, sin embargo hoy son punteras acogidas al beneficio del finquismo.

La Che Guevara, una de ellas, por ejemplo, plantó tres caballerías de malanga, a un ritmo de más de 7 000 quintales por caballería. Con lo que tiene sembrado hoy cumple la producción mercantil y no tendra pérdidas este año.

Algo también positivo del concepto de la finca, según señalan los especialistas consultados, es que no hay tierra que se prepare que no se deje de sembrar: un problema agudo tiempo atrás cuando se montaba el surco y así se quedaba.

Gianni Chávez Salomón está contento con el método entronizado por todas las razones expuestas; sin embargo considera que resulta perfectible: «Hemos ido trabajando el sistema quizá sin un peso tan fuerte como se debiera en el rendimiento, hoy debemos hacer hincapié en estimular aún más a aquellos que más elevado lo posean.

«Y fomentar una tasa de pago progresivo sobre la base de un rendimiento promedio de todos los cultivos y a partir de ahí: bueno si no me cumples en el rendimiento te penalizo y si te vas por arriba te estimulo en igual medida, eso dará mejores resultados a los de ahora, ya muy favorables. El tiempo será el mejor aliado en su perfección», dice.

La mayor parte de las fincas tuvieron buenos resultados durante 2008 y lo que va de año, si bien existieron unas pocas que no «pegaron», fundamentalmente a causa de las características humanas de quienes las encabezaban. El hombre no hacía lo que le correspondía. De tal que una mejor selección será tarea especial en lo adelante.

Es opinión compartida que Acopio requiere prepararse más para las cosechas, pues se ha experimentado un alza en las producciones y la entidad no dispone de la infraestructura necesaria para responder a dicho auge.

La finca, a mi modo de ver, supone una lógica, necesaria puesta al día de esa raigal, casi genésica comunión telúrica entre el hombre y el suelo que lo alimenta. Sabedor el campesino de que la madre tierra es la fuente de todo, que genera alimento y sustento para él, los suyos y el país, cuida su parcela con el mayor celo posible.

No permite que nadie le siembre ni le eche agua a destiempo, odia las chapucerías, venera el esfuerzo y hace del rito de la recolección su más jubilosa ventura. Cuando tal cosa se consigue, bienvenido sea. ¡Enhorabuena!

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