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Hombres que cuajan el almíbar

La empresa azucarera villaclareña Panchito Gómez Toro, una de las más eficientes del país, sustenta en la labor de sus jóvenes parte de los resultados productivos y científicos que la distinguen

Autor:

Yoelvis Lázaro Moreno Fernández

Comunidad Panchito Gómez Toro, Quemado de Güines, Villa Clara.— Todavía aquí no se descubre con el primer respiro ese olor a melaza que se impregna en la nariz, ni los caminos lucen polvorientos por el humo que desprende la vieja chimenea del batey.

En este lugar aún reina una sensación de aparente quietud; solo restan poco más de dos meses para que se transforme en un ir y venir de obreros y técnicos, cuando la vida en el ingenio de la empresa azucarera más destacada de esta provincia, y una de las más eficientes del país, se torne otra vez dulce.

Pero en la fábrica de este complejo agroindustrial las máquinas no han dejado de tener sobre ellas las manos ingeniosas de un colectivo que nuevamente prevé ratificarse en la vanguardia de la producción azucarera nacional.

Aquí se trabaja ahora para mantener lo que se tiene, desterrar imprevistos y planificarle la solución a cualquier urgencia técnica de última hora que pueda poner en peligro la vitalidad de un «dragón de caña» como este.

Tal vez algún lector rehúse la metáfora, pero «Panchito», como muchos le llaman, bien puede compararse con cierto monstruo draconiano, por la pujanza y el apremio con que asimila cañaverales enteros para producir un azúcar de óptima calidad certificada de acuerdo con la norma cubana de conformidad.

Dulces proezas

No pocas distinciones confirman la primacía de esta fábrica entre muchas de sus homólogas en el país. Hablo de un centro Vanguardia Nacional durante seis años consecutivos y única empresa del Ministerio del Azúcar (MINAZ) que recientemente mereció la bandera de honor 50 aniversario del triunfo de la Revolución.

Daniel Hernández Juvier, director de la Unidad Empresarial de Base (UEB) Fábrica de Azúcar, explica que «Panchito» es el único complejo agroindustrial de Cuba que se autoabastece energéticamente, pues la generación que se le entrega en tiempo de zafra al Sistema Electroenergético Nacional (SEN) es mayor que la que consume el centro durante todo el año. Mientras transcurre la molienda suministra electricidad al municipio de Quemado de Güines y a algunas zonas de Sagua la Grande.

«Durante casi 15 años, la empresa ha logrado cumplir con el costo de producción planificado para una tonelada de azúcar y destacarse en todos los indicadores de eficiencia fabril.

«En la pasada zafra se obtuvieron 6 200 toneladas de azúcar por encima de las previstas; la productividad por trabajador ascendió a 60 000 pesos, y para el período que se avecina tenemos vaticinado moler más de 30 000 toneladas.

Aproximadamente el 70 por ciento de las personas que laboran en el central viven en el mismo batey donde está la industria, lo cual implica estabilidad en la fuerza de trabajo, algo que tributa a favor del rendimiento y la productividad.

Historia azucarera

«Sangre nueva. Eso es lo que hace falta aquí», oí decir a un hombre ya entrado en años en plena faena de trabajo junto a un grupo de muchachotes que ajustaban algunas piezas, mientras recorría las áreas interiores de la industria y me interesaba por los quehaceres del universo juvenil del centro.

Cierto que no son mayoría, pero los que están andan por estos días echando rodilla en tierra para examinar hasta el más simple detalle productivo, en vísperas de una contienda que coincidirá con el grueso del proceso asambleario previo a la máxima cita de los jóvenes cubanos.

Algo aturdido por el sonido de los tornos, aprecié la «azucarada» historia de Yasmel Espino Martínez, de veintitantos años, que nació y creció escuchando el pito del ingenio y el ruido de todas esas máquinas enormes, a las que conoció desde pequeño de la mano de sus padres, quienes también laboran en el central.

«Creo que si volviera a nacer y pudiera elegir dónde vivir, diría sin vacilaciones que aquí. No me imagino fuera de este ambiente. Usted me ve con las manos tiznadas y llenas de grasa, pero así me siento bien».

Lo mismo en el basculador, en los tachos, en la sala de control, en la planta eléctrica, que al pie de las gigantescas maquinarias, en esta industria sobresalen jóvenes ocupados en concebir valiosas iniciativas con los recursos que están a la mano.

Dice Yasmel que aquí los jóvenes desempeñan un rol decisivo dentro del movimiento de innovadores y racionalizadores de la empresa. «Eso lo hemos ido logrando poco a poco, pues sabemos que de lo que nosotros hagamos depende el futuro de esta industria. Claro está, a los más nuevos es a quienes nos toca ahora echar pa’lante».

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