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A 20 años de la Operación Tributo

Efectuada el 7 de diciembre de 1989, la ceremonia central nacional de despedida de los héroes caídos en el cumplimiento de misiones internacionalistas, tuvo como escenario el Mausoleo de El Cacahual, junto a la tumba de Antonio Maceo Grajales y Panchito Gómez Toro

Autor:

Luis Hernández Serrano

Más grande es el ser humano cuanto más cerca está de los otros seres humanos. Hasta de los restos de sus huesos emana reciedumbre, cuando han sabido existir y resistir con valentía, lealtad e intensidad. Sobre las reminiscencias de los héroes levitan unos hilos intocables que vienen desde lo sucedido al presente y precipitan la sustancia telúrica del porvenir en que perdurará su memoria y su ejemplo.

En todo esto pensamos al cumplirse este 7 de diciembre, el aniversario 20 de la Operación Tributo, y recordar el testimonio de Olga Díaz Cabrera, jubilada de las FAR, quien trabajó como oficial en una Sección del Estado Mayor de la misión internacionalista cubana en la hermana República Popular de Angola. Realizó viajes de índole militar por las regiones de Lubango, Matala, Yamba, Malange y otras no menos tensas, desde abril de 1983 hasta enero de 1985.

De ojos azules, se le puso la mirada gris al evocar las tristezas que vivió cuando la enviaron a la Base Hospitalaria de Cangamba, donde se entrevistó con los heridos del combate homónimo, uno de los más importantes en que participaron las tropas cubanas y angolanas en el que fueron rescatados los integrantes de una brigada de las FAPLA y numerosos asesores de nuestra Patria, del 2 al 9 de agosto de 1983.

Olga lo hizo para dejar escritas las circunstancias particulares de sus heridas. Y participó también en la identificación de los cubanos caídos, misión difícil para cualquier militar.

Identificaba los cadáveres y apuntaba los datos de las autopsias. Lo más duro —recordó— fue identificar, entre 17 combatientes más, el cuerpo sin vida del doctor Luis Galván Soca. En el mismo combate donde ese médico perdió una pierna, daba orientaciones al sanitario de cómo tratar a los heridos, sin preocuparse apenas de su propio estado de gravedad.

Él estaba en Luena, ya cumplida su misión, y fue movilizado con urgencia hacia Cangamba, sitio al que llegó audazmente, rompiendo el cerco enemigo. El entonces Ministro de las FAR, General de Ejército Raúl Castro Ruz, dijo en su momento que allí «más de cien oficiales nuestros, asesores de las FAPLA, estaban cercados ¡en un territorio equivalente a un campo de fútbol!».

Sirva la mención de Olga Díaz y del doctor Luis Galván, para representar dignamente a los internacionalistas caídos y sobrevivientes en nuestras luchas internacionalistas.

Cumplimiento de una sagrada promesa

A las tres de la tarde del 7 de diciembre de 1989, cuando Cuba conmemoraba la caída en combate de Maceo y de su ayudante Panchito Gómez Toro en su aniversario 94—y en ellos a todos los mambises— en los 169 municipios del país se pusieron en marcha los cortejos fúnebres para llevar hasta su último destino (el Mausoleo de los Caídos por la Defensa), los restos de los combatientes internacionalistas que perdieron su vida durante los más de 13 años de presencia solidaria cubana en Angola y en otros escenarios de ayuda a pueblos hermanos, como Etiopía y Nicaragua.

Un total de 2 085 combatientes murieron en el cumplimiento de misiones combativas, y otros 204 fallecieron mientras realizaban tareas de carácter civil.

La ceremonia central nacional de despedida de los héroes caídos tuvo como escenario el Mausoleo de El Cacahual, junto a la tumba de Antonio Maceo Grajales y Panchito Gómez Toro.

Durante los años de la ayuda solidaria el Gobierno cubano informaba a los familiares la muerte de un combatiente, en combate o por accidentes y enfermedad, pero resultaba imposible en medio de la guerra, en tierras lejanas, repatriar los cadáveres y sepultarlos en sus lugares de origen.

¡Esperar fue un reto y un desafío de paciencia! Fidel había dicho que «de Angola, cuando termine la guerra, solo nos llevaremos la satisfacción del deber cumplido, y los restos de nuestros compañeros caídos».

Al humanitario y leal gesto se le llamó Operación Tributo. Aquellos restos no pertenecían solo a sus familiares allegados, sino a la historia de todos los cubanos. Se unieron así el sentimiento de la victoria, la reafirmación de la utilidad de un esfuerzo que contribuyó a cambiar el destino de África, y el profundo dolor por los desaparecidos.

Ese momento llegó luego de los acuerdos de paz de diciembre de 1988, que pusieron fin a las incursiones de los racistas sudafricanos dentro del territorio de Angola e hicieron posible la independencia de Namibia y la liquidación en años siguientes el oprobioso sistema del apartheid.

La Operación Tributo fue, además, el símbolo de que una época se cerraba y otra se abría en la vida de la Revolución. Coincidió con el ya evidente desplome de los países socialistas de Europa, y el derrumbe de la URSS. Cuba tenía que reagrupar las fuerzas para una nueva batalla en que la principal misión internacionalista —y el mejor servicio del movimiento revolucionario— sería defenderse a sí misma y preservar la independencia y el socialismo.

En las honras fúnebres de aquel 7 de diciembre —hace 20 años— habló Fidel. Dijo que dos de los más grandes valores creados por el hombre, el patriotismo y el internacionalismo, se unían para siempre en la historia de Cuba.

«Los espartanos decían: “Con el escudo o sobre el escudo”. Nuestras tropas victoriosas regresaron con el escudo (…) la Revolución no vaciló en arriesgarlo todo…

«Estos hombres y mujeres a los que hoy damos honrosa sepultura en la cálida tierra que los vio nacer, murieron por los más sagrados valores…

«Ellos murieron luchando contra el colonialismo y el neocolonialismo (…) el racismo y el apartheid (…) el saqueo y la explotación de los pueblos del Tercer Mundo (…) por la independencia y la soberanía (…) por el derecho al bienestar y al desarrollo de todos los pueblos…

«Murieron para que no existan hambrientos, mendigos, enfermos sin médicos, niños sin escuelas, seres humanos sin trabajo, sin techo, sin alimento (…) para que no existan opresores y oprimidos, explotadores y explotados (…) por la dignidad y la libertad de todos los hombres (…) por la verdadera paz y seguridad para todos los pueblos (…) por las ideas de Céspedes y de Máximo Gómez (…) por las ideas de Martí y de Maceo (…) por las ideas de Marx, Engels y Lenin (…) por las ideas que la Revolución de Octubre expandió por el mundo (…) por el socialismo, por el internacionalismo, por la Patria revolucionaria y digna que hoy es Cuba. Sabremos ser capaces de seguir su ejemplo».

Deuda histórica con los esclavos africanos

Fidel un día afirmó que el internacionalismo cubano era una manera de saldar nuestra deuda histórica con la humanidad. Y entre esa humanidad estaban los esclavos de África que vivieron y murieron en nuestro territorio.

Una parte de nuestra población, los negros esclavos, esa clase social oprimida y vejada, de origen africano, constituyó durante mucho tiempo el fundamento y la fuerza motriz de la riqueza de nuestra tierra.

Los colonizadores que propiciaron el exterminio de la población indígena, comenzaron la peor forma de comercio al introducir a los negros africanos como piezas vendibles en el país y continuar con la esclavitud en nuestras tierras. Fueron sometidos a tan inhumano régimen, con pésimas condiciones de trabajo, castigos corporales severos, además de las malas condiciones de vida.

Cada vez fue mayor la importación de africanos, hasta que abarcó cifras máximas en el siglo XIX. Llegaban enfermos por las condiciones de transportación: hacinamiento en las bodegas de los barcos, donde venían encadenados unos a otros, sin bañarse en toda la travesía, haciendo sus necesidades fisiológicas en el mismo lugar, con un calor excesivo y falta de ventilación, todo esto incrementado por una insuficiente alimentación, que se consumía en mal estado de conservación. Arribaban con enfermedades diarreicas, infectocontagiosas y carenciales, que provocaban un aumento de su mortalidad.

La clase dominante —conquistadores, colonizadores y los descendientes adinerados de ambos, propietarios de minas, haciendas agrícolas y ganaderas, ingenios azucareros y colonias cañeras— necesitó de la mano de obra esclava.

Luego de que las terribles epidemias de viruela de 1519, 1529 y 1530 arrasaron con los indocubanos, empezó la introducción de los africanos. De los primeros tiempos no existen muchos datos. Las primeras cifras encontradas se refieren a 1792. En solo 35 años los esclavos aumentaron en más de un 40 por ciento, de 199 000 a 287 000. Según Leví Marrero, entre 1816 y 1820, se introdujeron 84 800 esclavos. En 1817 había ya 242 700. Entre 1844 y 1848 entraron 25 000, y de 1835 a 1839 —también de contrabando— 63 000 nuevos negros de África, para una media anual de 12 000. Manuel Moreno Fraginals escribió que de 1851 a 1855 desembarcaron 40 460, y de 1856 a 1860 más de 90 000. Por el esfuerzo y el sufrimiento de aquellos esclavos murieron también los más de 2 000 cubanos internacionalistas.

Fuente: Revolución Cubana: 45 grandes momentos, selección y presentación por Julio García Luis, editorial Ocean Press, 2005. Archivos de Juventud Rebelde y del autor.

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