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Guardián de las playas

Una de las mayores riquezas del medio ambiente en el Caribe insular, en Jardines del Rey, está resguardada por el Centro de Investigaciones de Ecosistemas Costeros de Cayo Coco. Uno de los jóvenes científicos que protege el litoral, dialoga con JR

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

CAYO COCO, Ciego de Ávila.— A un costado hay dos computadoras. Pero en medio de la habitación parecen dos objetos extraños en medio de tantos planos y mapas enrollados a lo largo de las mesas.

No es difícil imaginar lo que contienen sus gráficos. Allí está dibujado cada resquicio de los Jardines del Rey. En esa geografía exuberante, y en especial en sus playas llenas de mangles y palmeras, Yandy Rodríguez Cueto se adentra mochila al hombro y un spray con líquido repelente para los mosquitos.

Cuando se le pregunta dónde pican más fuerte, si en Jardines del Rey o en los litorales de su natal Pinar del Río, este joven, graduado hace dos años de Geografía por la Universidad de La Habana, permanece imperturbable.

«En los dos lados pican igual —dice. En Guanahacabibes, por el extremo más occidental de Pinar de Río, no puedes abrir la boca en cierta época del año y en determinados horarios del día porque los mosquitos se meten dentro. Aquí te echas el spray y es igual: se van, pero al ratico están de vuelta. En definitiva, ellos defienden su espacio. La costa es su hogar, no el de nosotros».

Aún así, con plaga o sin esta, Yandy —como jefe del Grupo de Dinámica Costera— y sus compañeros del Centro de Investigaciones de Ecosistemas Costeros de Cayo Coco (CIEC), perteneciente al Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA), avanzan metro a metro por la costa de Jardines del Rey, archipiélago formado por los cayos Paredón Grande, Guillermo y Coco, y donde se asienta uno de los principales destinos turísticos del país.

Es un recorrido que se repite cada mes  y en el que le toman el pulso a las playas, sus riquezas y sus misterios, y donde se vigila la mano del hombre y también de la misma naturaleza.

—Se menciona tanto a las dunas de Jardines del Rey que, por momentos llegan a convertirse en algo exótico; pero ¿cuál es su importancia?

—Son las reservas de vida para la playa. En Cayo Guillermo tenemos tres cadenas de dunas, una seguida de la otra, y después aparece el litoral. De esas tres cadenas, las dos más alejadas de la costa se encuentran fosilizadas, pero la última está activa y en invierno le da arena a la zona sumergida de la playa. Es un mecanismo que ayuda a la preservación de la costa. Luego, en el verano, la arena va de la playa hacia la duna.

—Se dice que esas elevaciones son las más grandes de su tipo en el Caribe...

—Son las dunas más grandes de todas las registradas en las islas del Caribe. En Cayo Guillermo, exactamente en playa Pilar, hay dunas con 15 metros de altura. Es decir, a sus valores paisajísticos, las dunas agregan la importancia de «darle alimento» a la playa, por decirlo de una manera gráfica.

—¿Y cuando no hay dunas, de dónde se alimentan las playas?

—Ahí aparecen otros mecanismos, como el régimen de oleaje, los vientos y los fondos marinos. Hay playas cuyas zonas de alimentación están lejos y otras muy cerca. Esa es una de las cuestiones que se deben precisar para su conservación: de dónde previene su «alimento».

—En el caso de las que no tienen dunas, ¿se conoce la fuente?

—Las investigaciones llevadas a cabo en el CIEC han demostrado que el 60 por ciento del sedimento que componen las playas proviene de la descomposición de un alga calcárea, la halimeda, que es muy abundante frente al litoral de Jardines del Rey, y de otros sedimentos de origen orgánico, provenientes de los fondos marinos. Pero, repito, el mecanismo de vida de una playa es muy complejo.

—Si las playas desaparecieran, ¿qué pasaría en los cayos?

—Se perdería la vida.

—¿Así, tan drástico?

—Los cayos son mundos muy delicados. En la medida en que se afecte un ecosistema, todos los demás sufren. Con la desaparición de una playa, retrocede su línea de costa y aumenta así la penetración del mar. Entonces el suelo se saliniza y los bosques también comienzan a morir. Las aves y otras especies que antes anidaban o se alimentaban allí dejan de ir, y simplemente la vida desaparece.

—En el proceso de erosión, ¿dónde comienza el papel de la naturaleza y dónde el del hombre?

—Son dos actores diferentes y con implicaciones distintas. El hombre puede provocar, acelerar o atenuar un proceso erosivo, hasta el punto de detenerlo, incluso si es provocado por el mismo medio ambiente. La erosión natural, en cambio, siempre estará y su grado de influencia dependerá de distintos eventos.

«En Cayo Paredón, por ejemplo, tenemos la playa Los Pinos con pérdida de su línea costera por la acción de la naturaleza. En otros litorales se registran retrocesos entre tres metros y diez centímetros al año, e incluso menos. Por eso son importantes el monitoreo y el estudio constante de la costa. Así se pueden cambiar procedimientos que en algún momento se pensó que funcionaban, y las investigaciones después dijeron que no».

—¿Como cuáles?

—La limpieza de las playas de los hoteles, por ejemplo. Antes, todas las algas y los sedimentos que el mar dejaba, se recogían y se llevaban a los vertederos como si fueran basura. Los estudios demostraron que no era correcto hacerlo, porque a la playa se le sustraía una fuente de alimentación. Por eso es un logro muy importante que la limpieza ahora se realice manualmente en determinados sectores y los desechos marinos se ubiquen en la misma playa, en una zona donde esta pueda reciclarlos. Así se asegura su supervivencia.

—¿Discuten mucho con los directivos de los hoteles?

—Existe un diálogo. Incluso hay directivos de instalaciones, como en los hoteles Iberostar Daiquirí y Meliá Cayo Coco, que no ejecutan ninguna acción sin antes consultarnos. Lo más importante es que nos vean no como un centro para prohibir, sino que brinda soluciones sobre cómo manejar el recurso más importante, que es el medio ambiente.

—¿El CIEC tiene en planes incorporar alguna tecnología o innovación en la preservación de las playas?

—Tenemos un proyecto de alimentación artificial, que en trazos muy generales, puede decirse que consiste en llevar arena desde otros lugares hacia litorales donde se registran diversos grados de retroceso.

—¿Eso no es peor?

—Una cosa es sustraer arena de la llamada área de baño, lo cual es fatal desde todos los puntos de vista, y otra muy distinta es tomarla en lugares de las zonas sumergidas donde el sedimento es abundante y se recupera con mucha rapidez. El problema es estudiar el litoral. Las playas son un organismo vivo y hay que saber cómo actúan. Es muy importante entender eso. Solo así se podrán resguardar.

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