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El Che en Argelia

En el año 1964 el Guerrillero Heroico visitó este país del norte de África por segunda vez, donde derrochó su peculiar humor inteligente y agudo

Autor:

Hugo Rius

En todo recuento de vida profesional suelen permanecer con mayor hondura y perdurabilidad los episodios que marcaron un punto de crecimiento crucial. Y a mí me sucedió al paso por Argelia, cuando muy joven, entrenaba armas del oficio de corresponsal, bajo la afortunada tutela del avezado Gabriel Molina, a quien traté de «exprimir» saberes y habilidades como siempre sería recomendable que hiciera con humildad una generación con la que le precede.

Pocos ámbitos resultaban entonces tan propicios como el de esa deslumbrante porción del norte africano, que recién despertaba a la independencia tras una portentosa y ejemplar lucha por la liberación nacional, y hacia donde habían acudido internacionalistas cubanos ante la integridad territorial tempranamente amenazada, al igual que la primera de las misiones médicas que a partir de ahí han escrito y siguen escribiendo gloriosas páginas de solidaridad en diversos y remotos confines del planeta.

Pero de todas aquellas experiencias de iniciado, la que más profunda huella me dejó en lo profesional, si lo consideramos en sus múltiples dimensiones, y en especial la política y la humana, fue la visita del Comandante Ernesto Che Guevara en abril de 1964, quien acababa de participar en un foro internacional sobre comercio y desarrollo en Ginebra, y de cuya presencia allí, por cierto, la escritora chilena Isabel Allende relata algunos pasajes en su libro más testimonial y personal.

El Che llegó al país magrebino por segunda vez —después de haber estado en julio de 1963— derrochando su peculiar humor inteligente y agudo, en el inmediato contacto con el colectivo cubano. Entre otras anécdotas aludió a un equívoco que le había molestado durante su tránsito por París, donde había solicitado a las autoridades francesas que le recibieron en la terminal aérea de Orly, alojamiento en un hotel «discretito», en el intento de indicar que se tratara de uno económico para las circunstancias. En cambio sus interlocutores lo interpretaron en un sentido contrario, es decir «caro y lejos del centro de la ciudad».

Antes, tan pronto como se supo del arribo de nuestro Ministro de Industria, me alisté como fotógrafo, un ángulo del ejercicio periodístico al que me había entregado con tal febrilidad que me procuré un cuarto oscuro, donde pasaba horas enteras revelando e imprimiendo las imágenes que capturaba mediante la fidelísima cámara Exacta que se fabricaba en la República Democrática Alemana, y hasta mis dedos comenzaban a mancharse a causa de las químicas que manejaba con aceptable destreza.

Lo cierto fue que me convertí, y no sin temor por la responsabilidad que entrañaba, en el único fotógrafo que cubrió esa visita, que incluía el encuentro del Che con el presidente argelino Ahmed Ben Bella, en el palacio ejecutivo, y por consiguiente en el único suministrador circunstancial de la constancia gráfica difundida por la agencia nacional APS y los principales diarios de la época: Le Moujahid y Alger Republicain.

Una noche apareció el Che en la casa-oficina de Prensa Latina, una preciosa edificación de dos plantas de auténtico estilo morisco, que fuera cuartel de la temible OAS colonial*, con un espacio central de losas y mosaicos de motivos caligráficos, rodeado de columnas delgadas y balcones interiores, y un techo artesonado, a lo que se añadió un mobiliario consonante, constituido por típicas mesas bajas de cobres labrados y cojines. Años después, sucesores los reemplazaron heréticamente por pesados butacones y juego de comedor occidentales.

Con fina sensibilidad recorrió maravillado las estancias, y a continuación se detuvo en la colección de libros sobre África, de autores de tan disímiles pensamientos como René Dumont y Franz Fanon, que habíamos acopiado en el afán de conocer y profundizar en la historia y las realidades de un continente que los cubanos estábamos «descubriendo», y por el que el especial visitante se interesaba con pasión y curiosidad intelectual como el que más. Y no hace falta demasiada imaginación para adivinar que la mínima bibliografía pasó en un santiamén a las manos del ávido lector.

Alguien, probablemente Gabriel, le mostró las fotos de su presencia oficial en el país, y sobre las cuales con la consustancial credulidad y el arrojo de la mocedad, mantenía el convencimiento de que me la había «comido», hasta que una cáustica observación del Che me hizo descender de las nubes, si bien el diálogo provocado se encaminó por otros senderos de mayor calado. Nada menos que tenía que vérmelas con un excelente fotógrafo, que cámara en ristre solía capturar las esencias de la visibilidad de la vida. En otros términos, me vi bailando en casa del trompo.

Debo admitir que me sudaban las manos, visiblemente intranquilo, mientras escrutaba minuciosamente las fotos, hasta que preguntó quién las había hecho, y una vez informado, sentenció con peculiar humor: «Pues mire, dedíquese a estudiar Economía urgentemente».

Solo atiné a preguntar: «¿Tan mal están, Comandante?». Y su respuesta me pareció en aquel momento desconcertante; al menos parecía un singular tranquilizante al embarazo, y solo con el tiempo he creído acercarme a descifrar su oculto mensaje. Dijo que estaba muy gordo en las fotos, lo que terminé interpretando como un hálito de reflexión autocrítica al confrontarse con una condición física pasajera no ideal, dada su proverbial autoexigencia, para el camino de guerrillero internacionalista que se trazaba en «otras tierras del mundo», y que precisamente emprendería en África, al año siguiente.

Mas no le bastó con esa enigmática salida del trance en que yo mismo me había metido, sino que pasó a contarme que en México, exactamente en la populosa Plaza del Zócalo, durante un tiempo de revolucionario latinoamericano trashumante se ganó la vida retratando a transeúntes. Una vieja curiosidad guardada me picó de inmediato y apunté que si acaso no habría perdido material fílmico utilizado para quienes se mostraban indiferentes. A lo que replicó: «¿Tú te crees que era bobo? Yo simulaba tirar la foto, y si aceptaba el comprobante de recogida que le extendía, entonces le pedía que posara para mejorarlo, y era cuando en realidad oprimía el obturador de la cámara». Animado como estaba añadió que también vendió minúsculas esculturas de la virgen de Guadalupe, la patrona de los mexicanos, La Lupe, que inspiró musicalmente a Juan Almeida al zarpar el yate Granma de la epopeya liberadora de los expedicionarios comandados por Fidel.

Pasado el tiempo no tuve que dedicarme a estudiar Economía como destino profesional, como pareció haberme indicado el Che, aunque sí como una disciplina elemental para entender mi escenario nacional y los acontecimientos. Llegué a convertirme en un fotógrafo bastante aceptable como para resolver las imágenes gráficas de mis propios reportajes y entrevistas, y hasta una que otra portada de la centenaria revista Bohemia, pero sin intentar nunca más bailar en casa del trompo.

*Organización Ejército Secreto: grupo francés de extrema derecha, nacido tras el referendo que permitió la autodeterminación de Argelia. Atentó contra instituciones y ciudadanos franceses y argelinos. (Nota de la edición)

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