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Historias de Sacamuelas

En su diario, la odontóloga cubana Daisi María Tejeda cuenta lo maravilloso y tierno que le resulta trabajar con las personas que habitan en La Higuera, Bolivia

Autor:

José Antonio Fulgueiras

Bolivia.— La estomatóloga Daisi María Tejeda me abre una página de su diario del 14 de junio del 2008.

«Desde por la mañana Adilberto y yo subimos a la Higuera. Los niños de la escuela primaria nos recibieron con una mezcla de recelo y alegría cuando la maestra les dijo que nosotros éramos dos odontólogos cubanos que le íbamos a arreglar los dientes cariados y sacarles las muelitas enfermas. Pienso que no entendieron la palabra odontólogo porque ningún niño aquí había conocido ni oído hablar de un dentista.

«De manera preventiva y curativa atendemos a la población completa de La Higuera, alrededor de 800 personas, y a diferentes comunidades como el Abra del Picacho, el Pical, Loma Larga y el Jagüey, así como a toda la de Vallegrande que pasa de 17 mil personas.

«El viejo Policarpio Cortés, nuestro guía, les dijo a los niños: “Estos son los seguidores del Che Guevara, a quien mataron allí en la antigua escuelita. Al comandante lo conocí montado en un mulo y nosotros los campesinos le llamábamos: Fernando Sacamuelas”».

El Che, en su diario en Bolivia, escribe el 21 de junio de 1967:

«Después de dos días de profusas extracciones dentales en que hice famoso mi nombre de Fernando Sacamuelas (a) Chaco, cerré mi consultorio y salimos por la tarde; caminando por más de una hora. Por primera vez en esta guerra salí montado en mulo».

Un día antes el Capitán Alberto Fernández Montes de Oca, «Pacho» había asentado en su diario personal:

«Río Moroco.— 6 am.- Diana.- Desayunamos café amargo, el último que nos quedaba. Después de mi posta de 2 h. fui a recoger camote con uno de los muchachos y comí caña. Al regresar estaba Fernando sacando muelas, tenía 2 muchachos, 4 hombres en cola. Yo le busqué un nuevo cliente y le ayudé a acomodarse a uno de ellos. Él (el Che) no se sentía muy bien y le faltaban medicinas».

Y el miércoles 21 escribe Pacho:

«Los muchachos (en alusión a los niños de la zona) identifican a Fernando como el viejito saca muelas».

La tarde se despide del caserío de la Higuera donde decenas de familias a miles de metros sobre el nivel del mar se guarecen a duras penas en casuchas de muros de adobe y techos de paja.

La holguinera Daisi no ha perdido ni un átomo de belleza pese a todo el trajinar del día. Aquí el sol se esconde temprano, como las gallinas, entre las serranías abruptas, los cañadones sinuosos y los farallones profundos.

La maquinita y su aerotor estuvieron chirriando de lo lindo desde que el astro hizo el primer guiño sobre el Abra del Picacho. El estomatólogo avileño Adilberto Osuna, colega de Daisi en subidas y bajadas a las quebradas la Tosca, el Churo, el Jagüey y el Quiñal, refleja sobre una hoja clínica una centena de tratamientos bucales a niños, jóvenes y viejos.

Una muchacha de cabellos negros y rostro agraciado me suelta una sonrisa al paso, para ratificar que sus dientes perforados pasaron al olvido y ahora, a la menor mirada, puede sonreírle a quien le cuente los pasos ondulantes.

Ojeo, en el diario de Daisi, la página del 8 de octubre.

«Hoy por la mañana nos declararon el consultorio de Excelencia. En el acto la paciente Lucía Aguilar leyó un poema de su propia inspiración en el que nos pone por el cielo. Jovita Paniagua, que vivía en áreas del Picacho, decidió mudarse para la Higuera para que la atendiéramos a ella y a los niños que tienen bastante caries. Ni Adilberto ni yo jamás pensamos estar en el lugar donde el Che regó con su sangre el camino por donde hoy nosotros caminamos. Extraño mucho a mis hijas Claudia y Caterine, pero sigo aquí en pie como el comandante».

El 30 de junio, víspera de librar nuevos combates, el Guerrillero Heroico escribió:

«La cosa se pone linda; dentro de algún tiempo dejaré de ser “Fernando Sacamuelas”».

El tiempo ha pasado inexorablemente y la Higuera, al sudoeste de Vallegrande, sigue siendo aún un caserío de una sola vía polvorienta escoltada por chozas miserables dentro de una zona semidesértica, árida y sombría.

Pero al menos ya sus moradores pueden sacarle una sonrisa al mediodía con las encías relucientes y los dientes blancos y parejos como el agua correntona de la Quebrada del Churo.

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