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Fiesta por la vida

Llegar a los 15 años es para los jóvenes de la escuela especial Solidaridad con Panamá algo más que saltar a la madurez

 

Autor:

Patricia Cáceres

Cumplir 15 años es toda una proeza para la joven Rosailis Aguilar, quien desde muy pequeña debió enfrentar las consecuencias de un trastorno congénito conocido como osteogénesis imperfecta. La excesiva fragilidad de los huesos, característica de esta enfermedad, frustró sus deseos de caminar o correr como cualquier niña y contaminó su infancia con molestos yesos, analgésicos y fisioterapia.

Por eso, llegar a una ocasión tan especial como los 15, entraña no necesariamente lucir esbelta, haberse curado el acné para las fotos, o tener ropa y zapatos a la moda. Para ella significa haber librado una dura batalla por la vida, en la que cada año representó una victoria.

Rosailis, junto a otros nueve jóvenes, festejaron el pasado viernes sus 15 años colectivos en la escuela especial de limitados físico-motores Solidaridad con Panamá, donde cursan el noveno grado. Según Esther La O Ochoa, directora de la institución, esta celebración es una tradición de más de una década y forma parte de su amplio programa de actividades culturales y recreativas.

«Cada año tratamos de regalarles un modesto homenaje, que sea igual para todos, independientemente de la posición económica de sus familias, pues ese día es inolvidable para cualquier adolescente», explicó la directiva, a la que llaman Teté.

Con varios meses de antelación —dijo— comienzan los preparativos, porque organizar una celebración para tantos alumnos, hembras y varones, no es cosa fácil.

«Se ponen en función de ello el Partido municipal, el Poder Popular, el Embajador de Panamá, la UJC, los padres de los niños, algunos amigos que nos hacen el cake, nos alquilan más baratos los vestidos y trajes, peinan a las muchachas, los grupos musicales que acceden a venir a cantar para ellos… Todo el mundo coopera, porque lo más importante es que se lleven un lindo recuerdo».

La joven Rosailis desbordó de emoción bajo su vestido rojo. «He esperado toda la vida por este día, pero jamás imaginé que tuviese una fiesta tan maravillosa».

Sin embargo —confiesa— llegar a los 15 no ha sido su único sueño. «Ya opté por el preuniversitario y en el futuro quisiera ser abogada», comentó sonriente.

Con ella coincidió Jonathan Quintana Caro, otro de los homenajeados, quien escapó de las fauces de la muerte hace apenas unos años debido a un accidente automovilístico.

Para él la vida no ha acabado por haber sufrido un trauma en la médula y no poder caminar. Por el contrario, se considera a sí mismo «irresistible como los reguetoneros Wisin y Yandel».

Desde hace tres meses —comentó— es novio de Yeisi, también alumna de la escuela, a la que conquistó «diciéndole cosas bonitas y convenciéndola de que todo es posible, porque nuestros problemas pueden imposibilitar algún órgano, menos el corazón».

Hogar con nombre de escuela

El 31 de diciembre de 1989 Fidel fundó en La Habana la institución Solidaridad con Panamá, que acoge a niños con limitaciones físico-motoras de todo el país. En la actualidad su matrícula asciende a más de 100 alumnos, entre preescolar y noveno grado, de los cuales 56 pertenecen a otras provincias.

«En esta se forma integralmente al alumno; se le enseña a ser solidario con sus compañeros y a ayudarse mutuamente en sus tareas diarias; se respira amor, solidaridad y respeto a las potencialidades de cada uno, lo cual no significa que el trabajo sea perfecto, ni que alcanzamos las estrellas con las manos», señaló Esther.

Según la Directora, ese no es el único centro educativo que existe para atender a personas con ese tipo de discapacidad. Muchos asisten a las escuelas comunes y otros, debido a la gravedad de sus patologías, reciben las clases en sus propias casas por maestros ambulantes.

Flechada por el encanto y la magia de Solidaridad con Panamá quedó un día Aleida Guevara, quien asistió en cierta ocasión para impartir una charla sobre el Che y terminó convirtiéndose en su «hada madrina».

Impulsada tal vez por la humanidad de su padre, fuertemente arraigada en su base genética, o por los valores inherentes a su profesión de pediatra, Aleida vela siempre porque a los alumnos no les falten películas que los entretengan y sirvan, además, para fortalecer sus virtudes y autoestima.

Procura también embellecer las habitaciones y baños del recinto con adornos, cortinas y cuadros, para que aquellos que viven allí casi todo el tiempo respiren un ambiente lo más parecido posible a un hogar.

Todo su esfuerzo —dijo— lo ve retribuido cuando esos niños y jóvenes logran depender cada vez menos de terceras personas, se sienten bien consigo mismos y son capaces de insertarse a la sociedad para ser útiles.

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