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Herida que compartimos

Frente a Juana Quintosa, una madre que disimula sus quebrantos hablándonos de la combinación de rigor y dulzura que emplea para encaminar a los nietos huérfanos, es imposible sustraerse de los días en que los apellidos Pérez Quintosa paralizaron el sosiego de casi todos en Cuba

Autor:

Marianela Martín González

Los ojos de Juana Quintosa, por más que lo intenten, no pueden esconder la tristeza acumulada en una madre que ha perdido tempranamente a todos sus hijos.

El último golpe que le dio el destino todavía está muy fresco, fue hace solo un lustro al fallecer su hija, debido a una enfermedad terminal. Pero mucho antes, hace 20 años, siendo Juana todavía una mujer feliz, supo del dolor sin previo aviso, al apagarse la vida de Rolando Pérez Quintosa, su varón de 23 años.

Frente a esta mujer que disimula sus quebrantos hablándonos de la combinación de rigor y dulzura que emplea para encaminar a los nietos huérfanos, es imposible sustraerse de los días en que los apellidos Pérez Quintosa paralizaron el sosiego de casi todos en Cuba.

Transcurría enero de 1992 y el joven combatiente del MININT se debatía entre la vida y la muerte. Había sido baleado en un acto terrorista cometido por siete apátridas que intentaron robar una lancha para huir a los Estados Unidos.

Como consecuencia de ese acto vandálico, conocido como el suceso de la Base Náutica de Tarará, fueron asesinados al instante los combatientes del MININT Rafael Guevara Borges, Orosmán Dueñas Valero y Yuri Gómez Reinoso. Hombres humildes que engrosan la larga lista de las miles de víctimas del terrorismo que ha sufrido el país.

Este sábado, en la casa de Pérez Quintosa, ubicada en el municipio capitalino de Guanabacoa, dirigentes de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) e integrantes de la Organización de Pioneros José Martí, evocaron el triste suceso del 8 de enero de 1992.

La madre del mártir recordó que su hijo sobrevivió en el ataque, pero murió el 17 de febrero por causa de una infección que pudo eliminarse con un medicamento procedente de Estados Unidos, que por culpa del bloqueo económico y comercial no pudo adquirirse de manera urgente. «Nos llegó luego, mediante un amigo de Cuba, pero fue tarde».

Leira Sánchez Valdivia, miembro del Buró Nacional de la UJC, calificó aquel momento como una de las páginas más conmovedoras que ha vivido el pueblo, pues la Isla toda estaba al tanto de la recuperación de aquel joven lleno de sueños.

Rolando Pérez Labrada, quien solo tenía cinco meses cuando murió su padre, conversó sobre las experiencias en la lucha contra el terrorismo de la Universidad de Ciencias Informáticas, donde cursa el tercer año de la carrera.

Con sobriedad aclaró que no fallará a los principios que María Cristina Labrada, viuda de Pérez Quintosa, le recalca y siempre esgrime como tabla salvadora para que sea un hombre de bien.

La de Pérez Quintosa forma parte de una representación de familias visitadas en el país por jóvenes de las diferentes organizaciones estudiantiles, para llevar un mensaje de aliento y tratar de aliviar un dolor que ni con los años se calma.

El gesto cobra especial valor, al producirse en días próximos al 6 de octubre, Día de las Víctimas del Terrorismo de Estado, por los sucesos acaecidos en igual fecha hace 35 años. En esa ocasión murieron, debido a la voladura de un avión de Cubana de Aviación, 73 personas, la mayoría de ellas muy jóvenes; mientras los gestores de tal monstruosidad se pasean libres por las calles de Estados Unidos.

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