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Una apuesta por la superación del pueblo

Recuerdan el Plan Nacional de Becas, una iniciativa de Fidel para graduar de nivel secundario a jóvenes de todo el país que fungieron como maestros durante la Campaña de Alfabetización

Autor:

Patricia Cáceres

Dicen que cuando miramos atrás y recordamos aquellos episodios que nos marcaron para siempre, es como si girásemos en sentido contrario los relojes, para vivir cada instante por segunda ocasión.

Ese fue el sentir que prevaleció en el Ministerio de Educación (MINED) durante un encuentro entre algunos de los profesores que hace 50 años integraron el Plan Nacional de Becas, una iniciativa de Fidel para graduar de nivel secundario a jóvenes de todo el país que fungieron como maestros durante la Campaña de Alfabetización.

«Cuando en Cuba se convocó a erradicar el analfabetismo, la premisa fue que el que sabía más le enseñase al que sabía menos. Pero muchas veces esos jóvenes que enseñaban a leer y escribir no superaban el nivel primario, por lo que fue trascendental para el país continuar elevando su preparación», recordó Georgina Jiménez Villar, una de los 800 jóvenes que hace cinco décadas dio el paso al frente para integrar el Plan.

«Si luego de la Campaña de Alfabetización no se hubiese apostado por la superación del pueblo, nos hubiésemos quedado con alfabetizados en desuso, sin los conocimientos necesarios para ocupar los puestos de trabajo que requería una Revolución emergente», puntualizó.

Para llevar a la práctica este proyecto —explicó Georgina—, Fidel se apoyó en los estudiantes de las distintas carreras de la Universidad de La Habana, que eran los más indicados para ello.

«Llegó hasta la Universidad y nos convocó a incorporarnos a un curso emergente en Ciudad Libertad para prepararnos pedagógicamente como profesores de Secundaria Básica, sin abandonar nuestras respectivas carreras. En aquel entonces yo tenía 19 años y cursaba el segundo año de Ciencias Políticas».

Para albergar en la capital a los miles de alfabetizadores que arribaron desde todas las provincias, se acondicionaron grandes mansiones de la clase burguesa, que habían quedado en desuso después del triunfo de la Revolución. También se destinaron recursos sustanciales a garantizar la base material de estudio y a la alimentación de los becados.

Violeta Miranda Benito fue una de las profesoras que evocó esos años con evidente nostalgia. «Éramos tan o más jóvenes que los alumnos. Usábamos el mismo uniforme, de alfabetizador, y solo nos diferenciábamos por una franja en el hombro izquierdo. Incluso un día, mientras impartía una clase y caminaba por el aula, la directora se asomó y me llamó la atención, pensando que se trataba de una estudiante cometiendo una indisciplina.

«Fue una época de descubrir realidades ajenas a la nuestra, de crecimiento personal, porque nos pasábamos casi todo el tiempo departiendo con jóvenes de otras provincias, como si fuésemos uno más.

«Recuerdo con especial agrado a un muchacho que no desayunaba, a pesar de que hubiera pan con mantequilla y leche. Cuando le pregunté, me dijo que es que él nunca había probado eso; que en su pueblo por las mañanas lo que comía era boniato hervido con sambumbia (café recolado varias veces con mucha azúcar)», comentó.

Con Violeta coincidió Ismael Pérez Gutiérrez, quien valoró esos años como trascendentales para la consolidación de sus valores. «La mayoría de nosotros proveníamos de familias por encima de la clase media, y esa fusión entre la ciudad y el campo nos sirvió para valorar aun más la justeza del emergente proyecto revolucionario, que otorgaba a todos los mismos derechos».

Casi al concluir el encuentro, Violeta Miranda destacó que la Universidad fue y continúa siendo una cantera de maestros. «Estamos en un momento en que tenemos una necesidad de profesores, que no estén preparados únicamente en sus respectivas asignaturas, sino que sean integrales, con una sólida base cultural.

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