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Patria y fe

El tema alusivo a las necesidades espirituales como ingrediente intrínseco de nuestra identidad, como elemento que nos une y fortalece en la construcción del país anhelado, es de una delicadeza y alcance insoslayables

Autor:

Alina Perera Robbio

Como parte del Informe Central al VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, el Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, General de Ejército Raúl Castro Ruz, expresó a los delegados y al pueblo:

«La unidad entre la doctrina y el pensamiento revolucionario con relación a la fe y a los creyentes tiene su raíz en los fundamentos mismos de la nación, que afirmando su carácter laico propugnaba como principio irrenunciable la unión de la espiritualidad con la Patria que nos legara el Padre Félix Varela y los enunciados pedagógicos de José de la Luz y Caballero, quien fue categórico al señalar: “Antes quisiera, no digo yo que se desplomaran las instituciones de los hombres —reyes y emperadores—, los astros mismos del firmamento, que ver caer del pecho humano el sentimiento de justicia, ese sol del mundo moral”».

El tema alusivo a las necesidades espirituales como ingrediente intrínseco de nuestra identidad, como elemento que nos une y fortalece en la construcción del país anhelado, es de una delicadeza y alcance insoslayables. De tal modo, que por estos días en que Cuba se apresta a recibir al Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, Benedicto XVI, me di a recorrer estampas y pensamientos donde se nos recuerda que no son excluyentes el amor patrio, tomar parte en hacer la sociedad más justa posible, y una concepción de la vida que crea en la trascendencia más allá de lo material.

Entre tanta lectura apasionante encontré la Conferencia magistral ofrecida por el Doctor Eusebio Leal Spengler el 1ro. de noviembre del año 2007 en el Complejo Monumentario Antonio Maceo, en San Pedro, donde dibuja la vida del Titán de Bronce. Las palabras del historiador resultan conmovedoras desde la primera hasta la última línea, y dentro de ellas, la memoria atrapa para siempre el pasaje referido al juramento de los Maceo, como se le dice al momento en que la heroica prole se suma a la gesta libertaria de 1868:

«Después de maquinaciones y expectativas —expresa Eusebio Leal—, el 10 de octubre de 1868 se levantó Céspedes en su ingenio La Demajagua, situado frente por frente al Golfo de Guacanayabo y teniendo a la sierra oriental como frontera interior. En ese sitio, el Padre de la Patria proclama la independencia de Cuba y emprende la marcha con un pequeño grupo armado de apenas 37 hombres, a los que se les irán uniendo otros patriotas que respaldan el movimiento insurgente.

«La incorporación de los Maceo a la contienda fue casi inmediata. Cuentan que tuvo lugar el 12 de octubre cuando Antonio, José y Justo respondieron a la exhortación del capitán Rondón, quien era amigo de la familia y se había personado en Las Delicias con su tropa de insurrectos en busca de alimentos y pertrechos.

«Hay una carta en la que María Cabrales describe que Mariana Grajales, llena de regocijo, entró al cuarto, cogió un crucifijo y dijo: “De rodillas todos, padres e hijos, delante de Cristo, que fue el primer hombre liberal que vino al mundo, juremos libertar a la Patria o morir por ella”.

«Pocos días después, toda la familia —incluidas mujeres y niños— tiene que internarse en la manigua, pues es denunciada a las autoridades españolas. Comienza la epopeya de la tribu heroica, unida toda en el campo de la Revolución y que, al poco tiempo, derramará su sangre en la lucha redentora».

De Eusebio Leal son las palabras de presentación del libro La Virgen de la Caridad del Cobre. Historia y etnografía, de Fernando Ortiz (con compilación, prólogo y notas de José A. Matos Arévalos). El texto, editado en el año 2008, aborda un tema encajado en lo más profundo de quiénes somos; y en uno de sus acápites —dedicado a la Virgen mambisa— conecta la fuerza de nuestros mitos con las tempranas ansias libertarias.

El historiador ha escrito en la presentación que «hacia 1929, comenzó Don Fernando Ortiz su indagación sobre el poético misterio del hallazgo en 1628, en las cristalinas aguas de la Bahía de Nipe, en el Oriente de Cuba, de la imagen de la Virgen de la Caridad, llamada luego del Cobre.

«Su imaginación le había llevado a investigar el huracán, vocablo indígena que define esos fenómenos de la naturaleza en esta parte del mundo, relacionándolos con las espirales dibujadas por los aborígenes en la piedra de las cavernas. Asimismo, con igual interés, se dedicó a indagar en la devoción de aquella imagen cristiana que, en Cuba, se había aparecido precisamente durante una tormenta, además de explicar la singularidad de su representación iconográfica».

Más adelante comenta Leal sobre cómo ante la tamaña certeza —según archivos documentales que contribuirían a fundamentar el carácter testimonial de la presencia de María en aguas cubanas— «prosiguieron no pocos debates que llegan hasta nuestros días, no solo por el hecho de que la Virgen de la Caridad del Cobre fuera proclamada Patrona de Cuba —el 10 de mayo de 1916— por el Papa Benedicto XV, sino porque devino genuinamente “símbolo de la cubanía”».

Eusebio comenta que los tres Juanes, «en trance de transculturación», que atestiguaron la aparición de la Virgen eran «dos indígenas y el negrito criollo (Juan Moreno), cuya longevidad le posibilitó dejar testimonio personal de la constatación del milagro».

Puede decirse sin temor, afirma el historiador, «que la canoa de los tres Juanes —quienes se expresaban en castellano, y uno de los cuales podía leer la tablilla en que la imagen se identificaba a sí misma— era ya cabal representación de nuestra existencia insular, de los elementos étnicos y culturales que sustentan su porvenir».

Y es ilustrativo el acápite del libro donde, bajo el título de «textos complementarios», aparecen materiales que Fernando Ortiz acopió para enriquecer su obra sobre la Virgen de la Caridad del Cobre. Más de una anécdota puede hallarse en esa parte sobre la Virgen mambisa:

«La Virgen de la Caridad del Cobre —anotó Ortiz— que fue Virgen trigueña para los castellanos conquistadores, llegó a ser, por una frecuente paradoja de las creencias populares, la Virgen cubana, la Virgen mambisa y antiespañola, según decía el sentimentalismo de los patriotas cubanos exaltados, cuando el hervor de las contiendas separatistas; oponiendo entonces la Virgen de la Caridad del Cobre a la Virgen de Covadonga, que era tenida por la más intransigente metropolitana e integrista».

Gracias a la búsqueda del gran investigador podemos leer, en la prensa cubana revolucionaria de 1871, ideas salpicadas de picardía afirmando que «la Virgen era insurrecta, y se pasaba en la manigua semanas y meses seguidos, según cuenta la tradición, apareciéndose luego en su santuario de El Cobre, manchada de lodo, y cubierto de zarzas el vestido».

Y en otra nota de Fernando Ortiz puede leerse cómo se contaba que Carlos Manuel de Céspedes, al entrar en Bayamo con las fuerzas liberadoras, hizo decir una solemne misa en honor a la Virgen de la Caridad, poniendo bajo su protección al ejército revolucionario.

«El doctor Fermín Valdés Domínguez, el fraterno compañero de Martí —anotó también Ortiz—, escribiría: “La milagrosa y cubana Virgen de la Caridad es santa que merece todo mi respeto porque fue un símbolo de nuestra guerra gloriosa”».

Otras notas hablan de cómo algunos sacerdotes cubanos contaron sobre un escapulario de la Virgen de la Caridad que Antonio Maceo llevaba al cuello; o sobre «una copla cubanísima de la Guerra de los Diez Años, que así decía: “Virgen de la Caridad,/ Patrona de los cubanos,/ Con el machete en la mano/ pedimos la libertad”».

Existe, como ha expresado el pensador Armando Hart, un hilo conductor en la tradición espiritual de la nación cubana, del cual forman parte las ideas esenciales de la política de la Revolución. «Félix Varela —dijo Luz y Caballero— nos enseñó en pensar. Podríamos agregar: Luz y Caballero nos enseñó a conocer; José Martí, a actuar; y Fidel Castro, a vencer», comentó el luchador de la Generación del Centenario en un texto que tituló «José Martí y el pensamiento fundacional de la Revolución cubana».

Otra idea de Hart que merece destaque es que «Ciencia y utopía articuladas pueden y deben conducirnos a la práctica revolucionaria, sin ambas no hay revolución. Para ello, los cubanos hemos dispuesto siempre de una tradición cultural que desde los tiempos fundadores no puso en antagonismo las sanas creencias religiosas con los principios científicos; así pudimos asumir plenamente la mejor herencia del pensamiento científico y, a su vez, la tradición ética de raíces cristianas de forma válida tanto para creyentes como para no creyentes.

«La política cubana tiene, pues, fundamentos filosóficos, culturales y específicamente éticos de carácter nacional y universal. Estos fueron los que nos llevaron a comprender el ideal socialista».

Claves de la espiritualidad

Y en esta expedición por algunos asideros conceptuales, resulta indispensable evocar a José Martí, brújula espiritual en que se condensan múltiples claves para el quehacer de la Cuba del presente y del porvenir. Él, que al decir de Cintio Vitier en un artículo sobre su humanismo, situó entre sus «verdades esenciales» la siguiente: «Jesús no murió en Palestina, sino que está vivo en cada hombre».

Durante toda su vida el Apóstol, ha dicho el maestro Cintio, «libró una tenaz batalla íntima y pública contra el odio. Como todas sus convicciones, esta de la necesidad de combatir el odio se movió en dos planos conexos: el de la espiritualidad de la conducta y el de la eficacia política. Su primera y definitiva victoria sobre el odio la obtuvo en el presidio político, donde descubrió que la “reacción” del odio, por legítimo que sea, es una forma profunda de esclavitud, una ganancia del enemigo, un lastre para la verdadera “acción” revolucionaria, que debe partir de una raíz de libertad interior.

«Todo el mundo de Martí —definió hermosamente Cintio— tiene las huellas dactilares de los hombres de todas las regiones y épocas. Es el mundo de los industriosos, de los artesanos y artistas de la realidad o la imaginación, que se alimentan una a la otra, sospechando en esa mutua caridad la filiación divina, el sello de semejanza».

Del «agónico humanismo martiano», como Cintio llamó a una postura existencial del propio Apóstol, bebieron inspiración generaciones que después entraron en nuestra historia, hombres como Mella y Villena; y luego los jóvenes que, liderados por Fidel Castro, prometieron que en 1956 serían libres o mártires.

Los valres inmortales del espíritu

El líder histórico de la Revolución habló al intelectual Frei Betto, y como tal quedó estampado en el libro Fidel y la religión (1985): «Las cualidades que nosotros requeríamos de aquellos compañeros —asaltantes al cuartel Moncada— eran, en primer lugar, el patriotismo, el espíritu revolucionario, la seriedad, la honradez, la disposición a la lucha, que estuvieran de acuerdo con los objetivos y los riesgos de la lucha, porque se planteaba precisamente la lucha armada contra Batista (…) No se le preguntaba a nadie absolutamente si tenía o no tenía una creencia religiosa, ese problema nunca se abordó».

Y de ese mismo diálogo, quedó para la posteridad esta opinión de Fidel: «Antes que el elemento político, en lo que tiene que ver con la religión, tengo presente el elemento moral y tengo presentes los principios, porque en ningún sentido está planteado, ni está concebido el cambio social profundo, el socialismo y el comunismo, como algo que proponga inmiscuirse en el fuero interno de una persona y negar el derecho de cualquier ser humano a su pensamiento y a sus creencias».

En el Informe Central al VI Congreso del PCC, Raúl se refirió a cómo Fidel se expresara tempranamente acerca del tema de la religión cuando evocó al mártir del Moncada Renato Guitart: «La vida física es efímera —expresó el líder—, pasa inexorablemente, como han pasado las de tantas y tantas generaciones de hombres, como pasará en breve la de cada uno de nosotros. Esa verdad debiera enseñar a todos los seres humanos que por encima de ellos están los valores inmortales del espíritu. ¿Qué sentido tiene aquella sin estos? ¿Qué es entonces vivir? ¡Cómo podrán morir los que por comprenderlo así, la sacrifican generosamente al bien y a la justicia!».

«Estos valores —afirmó Raúl en el Informe— han estado siempre presentes en su pensamiento (el de Fidel), y así lo reiteró en 1971 al reunirse con un grupo de sacerdotes católicos en Santiago de Chile: “Yo les digo que hay diez mil veces más coincidencias del cristianismo con el comunismo que las que puede haber con el capitalismo”.

«A esta idea regresará al dirigirse a los miembros de las iglesias cristianas en Jamaica en 1977; cuando dijo: “Hay que trabajar juntos para que cuando la idea política triunfe, la idea religiosa no esté apartada, no aparezca como enemiga de los cambios. No existen contradicciones entre los propósitos de la religión y los propósitos del socialismo”».

Ese espíritu unitario, esas concepciones inclusivas cuyas raíces son largas y profundas nación adentro, pasaron por momentos difíciles cuando la joven Revolución se abría paso en su afán de justicia. En su diálogo con Frei Betto, Fidel fue explícito: «Con la Iglesia Católica tuvimos dificultades hace años, que fueron superadas, todos aquellos problemas que en un momento existieron, desaparecieron».

Aquellas dificultades entre las máximas jerarquías de la Iglesia católica y el joven Gobierno Revolucionario, y un prejuicio que se acrecentó en la sociedad hacia quienes profesaban algún tipo de creencia religiosa —mal importado de otras latitudes como si en la enjundia de la nación no habitaran otras verdades—, se fueron superando con sabiduría y sensibilidad, para dejar en claro que la impronta de la Revolución, anclada en lo más profundo de la cultura cubana, tiene con el cristianismo más convergencias que puntos de desencuentro.

Raúl recordó en el Informe Central al VI Congreso del PCC que «en 1991, el IV Congreso del Partido acordó modificar la interpretación de los estatutos que limitaba el ingreso a la organización de los revolucionarios creyentes.

«La justeza de esta decisión fue confirmada por el papel que desempeñaron los líderes y representantes de las diversas instituciones religiosas en las distintas facetas del quehacer nacional, incluyendo la lucha por el regreso del niño Elián a la Patria, en la que se destacó en especial el Consejo de Iglesias de Cuba.

«No obstante, se hace necesario continuar eliminando cualquier prejuicio que impida hermanar en la virtud y en la defensa de nuestra Revolución a todas y a todos los cubanos, creyentes o no, a los que forman parte de las iglesias cristianas, entre las que se incluyen la católica, las ortodoxas rusa y griega, las evangélicas y protestantes; al igual que de las religiones cubanas de origen africano, las comunidades espiritistas, judías, islámicas, budistas y las asociaciones fraternales, entre otras. Para cada una de ellas la Revolución ha tenido gestos de aprecio y concordia».

Como letra que entraña la voluntad más elevada del pueblo, el Objetivo No. 57 aprobado en la Primera Conferencia Nacional del PCC celebrada en enero último, habla de enfrentar los prejuicios y conductas discriminatorias por color de la piel, género, creencias religiosas, orientación sexual, origen territorial y otros que son contrarios a la Constitución y las leyes, atentan contra la unidad nacional y limitan el ejercicio de los derechos de las personas.

Son líneas en total coherencia con lo dicho por Raúl en el Informe Central al VI Congreso de la militancia comunista cubana: «El Partido debe estar convencido de que más allá de los requerimientos materiales y aun de los culturales, existe en nuestro pueblo diversidad de conceptos e ideas sobre sus propias necesidades espirituales».

Ese es el camino que definitivamente hace de todos los cubanos amantes de su Patria independiente, hijos de un destino hermoso y común. Es que, como ha dicho Eusebio Leal, nuestro suelo puede ser la canoa sobre la que, como Juanes, navegamos al amparo virginal de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre.

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