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La lengua no es sexista

El interés por alcanzar mayor equidad de género y el auge creciente de un pensamiento feminista con posturas radicales, ha generado la intención de visibilizar cada vez más a la mujer en el discurso. Pero no hay porqué rebelarse constantemente contra ciertos principios normativos del lenguaje

Autor:

Yoelvis Lázaro Moreno Fernández

SANTA CLARA, Villa Clara.— Lo afirma un ejemplar reciente de un periódico nacional en su primera plana: «Cientos de hombres y mujeres asistieron entusiastas…». Una promoción radial exalta la misma salvedad: «Arriba, arriba, entrando todos los niños», dice el locutor en calidad de maestro; mientras una voz femenina le riposta: «¿Profe, y nosotras las niñas, nos quedamos fuera?».

Como para no oír, en un espectáculo infantil los actores intentan provocar la risa estableciéndoles absurdas paridades en el género a algunos animales: ¿El caballo?, la caballa. ¿La rana?, el rano. ¿La yegua?, el yeguo… Y los niños sonríen asombrados al escuchar aquellas disparatadas formaciones.

¿Acaso usted no ha notado que el uso no marcado o masculino genérico, como expresión plural que contiene a todos los miembros de una especie, ha cedido terreno frente a la tendencia cada vez mayor de referir el género femenino, como si el primero no incluyera a este último? ¿Tampoco ha advertido ese propósito de buscarle arbitrariamente el opuesto al género de ciertos objetos? ¿Se ha preguntado a qué obedece esto, qué intenciones trae consigo?

Moviéndonos por este asunto lleno de matices y puntos de vista, vale aproximarnos a un tema cuya complejidad rebasa una dimensión de análisis meramente lingüística, para insertarse en una confrontación de comportamientos, valoraciones e intereses que cristalizan y se manifiesta en el ámbito social.

En busca del reconocimiento

La tendencia no proviene de la nada; tiene razones históricas, refiere la socióloga Annia Martínez Massip, profesora de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Central de Las Villas (UCLV).

«La mujer pretendió igualarse al hombre. Los fundamentos de esta manera de pensar, considerada como feminismo de la igualdad, estuvieron presentes en la Revolución Francesa y el feminismo sufragista norteamericano de inicios del siglo XX, cuando muchas se lanzaron a la calle para exigir y recibir derecho al voto.

«Hay un presupuesto inicial de que hombres y mujeres debían ser iguales, pero con la evolución de la ciencia y la irrupción de nuevos pensamientos se ha demostrado que no es así, pues en la naturaleza humana y en la sociedad no hay nada con identidad en términos absolutos.

«Lo que sí ha de existir es una equidad, y por ello hay que respetar las diferencias. Esa postura fue asumida por un movimiento femenino que tomó auge a partir de la década de los 60 del pasado siglo, cuando ocurrió la irrupción social de los hippies y otras tendencias de rebeldía».

Para la académica y especialista en Literatura Yuleivys García Bermúdez, el origen del asunto radica en las teorías generistas, que consideran el lenguaje como una estrategia de dominación; por lo que forma parte de la reivindicación del sujeto femenino y de sus estrategias de resistencia subvertir dicho lenguaje y adaptarlo a sus reclamos.

«De ahí emerge la insistencia en destituir las denominaciones genéricas, en las cuales lo femenino está incluido, por un reconocimiento de ese sujeto, al que ancestralmente se le ha negado la voz».

Pero no hay porqué coger el rábano por las hojas, alega Annia Martínez Massip: «Si se trata de incluir y particularizar con un carácter activo el género, cuando se dice mujer también se alude a un espectro amplísimo. Dentro del mismo género hay, a su vez, muchísimas diferencias. Y no por ello dejan de estar todas incluidas. Decir constantemente “hombres y mujeres”, “niños y niñas” o “perros y perras”, por ejemplo, constituye a nivel social un acto contestatario».

Compartiendo igual certeza, Ernesto Gómez Canga, profesor de Comunicación Social de la UCLV, estima que asistimos a una tendencia que se afinca sobre principios de aceptación e incorporación, y que busca saldar una deuda histórica ante determinadas actitudes discriminatorias.

«No obstante, eso implica rupturas, más allá de que a veces logra efectos contrarios a los que se desean. Por su modo de enunciarse, una palabra puede referir la voluntad de un cambio, pero la expresión, por sí sola, no transforma. De ahí que ese reflejo en el ámbito discursivo deja entrever también otros reclamos o necesidades que valdrían la pena analizarse desde diferentes áreas del conocimiento».

Por su parte, la Doctora en Ciencias Psicológicas Dunia Ferrer Lozano, especialista en asuntos de género, explica que los estudios de esta categoría han llevado a reflexionar no pocas veces sobre la realidad en sus distintas aristas. Una de estas ha estado asociada al lenguaje, y especialmente en qué medida el uso de la lengua, en su diversidad formal, invisibiliza o pondera lo femenino.

«Al revelarse el propósito de darle visualidad a la mujer a través del lenguaje se evidencia que en el pensamiento también están referidas ciertas inquietudes por esta visibilidad.

«Una cosa es la actitud asumida en el discurso y otra bien distinta se asocia a la complejidad estructural que innecesariamente se le confiere a lo dicho, de modo que a veces se manifiesta el asunto como parte de una moda para solo hacer saber que se admite la diversidad.

«Para que la mujer se vea identificada, más allá de precisiones y marcas en la expresión, hace falta un espacio y una confirmación tangibles desde otras múltiples formas. Se puede acudir a este empleo y no cooperar con una posición crítica y reflexiva, a partir de un contenido que ayude a la valoración inclusiva en la cotidianidad, la convivencia y las reglas y normas de la vida social».

¿De intenciones está lleno el discurso?

Casi como punta de lanza, muchos espacios de los medios de difusión masiva se hacen constantemente eco de un discurso que intenta ser reflejo claro de la armonía y el equilibrio de una sociedad como la nuestra, en la cual tanto mujeres como hombres pueden compartir con el mismo protagonismo trabajos, proyectos y realizaciones de diferente tipo.

Teniendo en cuenta ese objetivo, debe distinguirse que el recurso no siempre es desfavorable, considera la socióloga Annia Martínez Massip. «A veces tiene un valor muy bien justificado en dependencia del contexto, el interés de lo que se expresa, el público al que va dirigido el mensaje y la forma en que se diga. No creo que corresponda valorar este fenómeno con absoluta negatividad».

Ernesto Gómez Canga expresa que el referido uso no es del todo despreciable, ni en su contenido ni en su forma, siempre que logre vencer el escollo de la monotonía y no se traduzca en la reproducción incorporada de algo carente de una significación fijada como parte de un contenido determinado».

La profesora Yuleivys García Bermúdez resalta que cuando este asunto se torna una práctica indiscriminada provoca resultados dignos de hiperbolizar, ridiculizar y desacralizar. «Desde luego, hay que tener en cuenta que el hábito no nació con el fin de tensar el lenguaje o los estilos escriturales.

«Se sabe que muchos oficios excluyeron a las féminas, y de ahí que cuando las mujeres se incorporaron a estos, no existía su correspondiente formulación femenina. Por ejemplo, la mujer soldado, porque la soldada es inconveniente, cuando en realidad, desde el punto de vista lingüístico, no hay transgresión.

«Pienso que no se trata de un debate trivial: si bien el abuso es nocivo, al usarlo también se está tomando partido, filosófica, política y socialmente, sobre la polémica del género».

¿Qué dice la academia?

Hace poco más de tres meses, la Real Academia de la Lengua (RAE) respaldó un informe redactado por el catedrático ibérico Ignacio Bosque, titulado Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer, en el que se concluyó, tras el análisis de varias guías no sexistas, que el esfuerzo por hacer ver a las féminas en el discurso no es necesario porque el masculino, como elemento genérico o no marcado en la oposición masculino/femenino, sirve también para designar a este último.

La lingüista villaclareña Gema Valdés Acosta explica que desde hace varios años se vienen suscitando interesantes discusiones sociolingüísticas en torno a los vínculos entre lenguaje y discriminación femenina. «Frases como “dar más visibilidad a la mujer en la sociedad”, “eliminar el pensamiento androcéntrico” o “hábitos lingüísticos que masculinizan”, constituyen reiterados argumentos para proponer “nuevas normas” sobre el uso lingüístico en nuestra comunidad, con las cuales se ignora totalmente la historia de nuestra lengua materna y su gramática.

«Decir, por ejemplo, que “Los trabajadores de la fábrica…” o “Todos sentimos amor” resultan expresiones sexistas que deben erradicarse, me parece un total absurdo. Hay acuerdo general entre los lingüistas en que el uso no marcado, o uso genérico del masculino para designar los dos sexos está firmemente asentado en el sistema gramatical del español, como lo está en el de otras muchas lenguas románicas y no románicas.

«Pero, dónde radica la mayor confusión? Desde el punto de vista lingüístico, el género no equivale al sexo. El género es un concepto gramatical; el sexo, en cambio, pertenece a la realidad extralingüística. Pongamos algunos casos: mano, foto, teorema. De igual forma, ¿qué pudiera decirse de la palabra “criatura”? ¿Es un feminismo? Pues se trata de un término empleado como neutro, del mismo modo que muchas palabras más».

Por último, Valdés Acosta argumenta que una lengua es testimonio del mundo específico en que se desarrolla cada comunidad humana. El español, como otras lenguas europeas, ha conformado su sistema morfosintáctico tras siglos de evolución, marcando el sexo de diferentes maneras. Por ello se puede afirmar que la lengua española no es sexista; lo son aquellos que evidencian así una aspiración aún no totalmente resuelta.

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