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Muerte en los nimbos

Eran las 12:23 p.m., hora local, cuando los 73 pasajeros del avión 455 de Cubana de Aviación, murieron sin posibilidad alguna de salvamento. El odio inescrupuloso a Cuba y su Revolución se ensañó en vidas inocentes

 

Autor:

Melissa Cordero Novo

El avión quedó suspendido en el aire, se inclinó sobre el ala derecha y cayó al mar envuelto en fuego y humo. Eran las 12:23 p.m., hora local, cuando los 73 pasajeros del avión 455 de Cubana de Aviación, murieron sin posibilidad alguna de salvamento. El odio inescrupuloso a Cuba y su Revolución se ensañó en vidas inocentes. Hacía apenas ocho minutos habían despegado del aeropuerto de Seawell, pero la potencia de las bombas les impidió completar cualquier maniobra de aterrizaje.

Las aguas barbadenses se tragaron la aeronave, las espadas del joven equipo de esgrima, los tripulantes, y a los guyaneses que venían a estudiar Medicina en Cuba. Los gritos no se escucharon. Todo fue nada después del estruendo. Nada.

Todo había comenzado en el aeropuerto de Timehri, Guyana. Desde la torre de control se solicitó al vuelo cubano aguardar por una delegación que, de tránsito a su país, deseaba viajar a La Habana. La espera significó un retardo de 27 minutos. Por ello, cuando Freddy Lugo y Hernán Ricardo preguntaron en Trinidad y Tobago por el vuelo de Cubana, les informaron que venía con atraso. Al proponerles viajar en otra línea, se negaron rotundamente.

El avión llegó a Trinidad y Tobago a las 11:00 a.m., hora local. De no producirse otras demoras arribaría a La Habana a las 5:30 p.m. Todos estaban ansiosos por respirar el aire de su país.

A Freddy Lugo y Hernán Ricardo les bastaron 26 minutos para asegurarse de que la aeronave no tocara suelo cubano. Dentro del estuche de una cámara fotográfica escondieron las bombas. Debían colocarlas antes de llegar a Barbados. Hernán se apresuró, fue al baño con la cámara y cerró la puerta. Con extremo cuidado despojó del estuche a la masa de explosivo, y oprimió el cobre quebrando la ampolleta de ácido. En 45 minutos se desataría la descarga.

Lugo, en la parte delantera de la aeronave, aparentando sintonizar un radio portátil, activó el segundo explosivo. Luis Posada y Orlando Bosch —tutores de la acción— les habían informado que la estancia en Barbados sería solo de unos 20 minutos, por lo que les dio tiempo a desaparecer entre la gente.

La primera explosión alertó a todos a bordo. Los pilotos no tardaron en darse cuenta de que solo una onda expansiva poderosa podía haber causado una bajada súbita de la presión y derrumbar de un golpe la puerta de la cabina. Una nube de humo negro mezclado con gritos de espanto se apoderó de la aeronave. De inmediato se comunicaron con la torre en Seawell. Se encontraban a 28 millas. En Barbados la señal de emergencia puso en alerta a todos.

Junto a la zona de la explosión se abrió un boquete de casi un metro de diámetro. Por allí escapó el aire contenido y la fuerza de succión arrastró todo a su paso. El fuego se propagó en pocos segundos y el humo robó vidas en instantes. La bomba reventó debajo del asiento número 27, donde iba sentada una niña guyanesa. Algunos pasajeros sobrevivieron, otros se consumían en fuego, el resto vomitaba humo negro.

Una ligera inclinación de las alas del avión fue el aviso del regreso al aeropuerto. Estaban autorizados a aterrizar en la pista número uno. Los bomberos aguardaban. La velocidad era cercana a los 400 kilómetros por hora, muy por debajo de lo establecido para esa altura y el giro que realizaban era muy amplio.

Los separaban apenas unos tres minutos y 31 segundos. El oxígeno que expelían automáticamente las máscaras contribuyó a propagar las llamas; la temperatura era de unos 60 grados. Casi cinco minutos después de la explosión, ya habían muerto más de 50 pasajeros.

En La Habana, los familiares llegaron al aeropuerto, pero les indicaron que el avión tenía problemas técnicos, que se marcharan a casa y se mantuvieran al tanto. De esa noche en adelante ya nada en sus vidas fue del mismo color. Durante varios días una larga fila de personas desfiló ante ocho féretros con los restos mortales que se rescataron.

Si la nave hubiese despegado cinco minutos después, debido a la dirección del viento, la explosión hubiese ocurrido a unos 3 000 pies de altura y a unas 12 millas del aeropuerto: apenas hubiesen tardado tres minutos en regresar.

La segunda bomba estalló y obligó a la nariz del avión a apuntar al cielo. Los cables de la cola se partieron y se perdió el control de la nave.

En el agua flotaban los restos del avión, los asientos, pedazos de carne, extintores de oxígeno, decenas de espadas en punta.

Fuente consultada: Cicatrices en la memoria, Colectivo de autores.

 

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