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Acero joven

Muchos soldadores, paileros, electricistas y mecánicos de la Empresa Metalmecánica Inoxidables Varona apenas llegan a los 30 años de edad. Ellos se unieron a hombres y mujeres «enamorados» de esta industria, para sacarla de la inmovilidad en que la sumió el período especial

Autor:

Patricia Cáceres

La juventud es mucho más que una etapa en la vida. Es el predominio temperamental del arrojo sobre el apocamiento, del ímpetu aventurero sobre el apego a la comodidad, que nos hace capaces de perseguir cualquier sueño y doblegar hasta el más duro acero.

Fe de ello pueden dar los 74 jóvenes soldadores, paileros, electricistas y mecánicos de la Empresa Metalmecánica Inoxidables Varona —transformadores del acero por excelencia—, que se unieron a otros hombres y mujeres «enamorados» de esta industria para sacarla de la inercia en que la sumió el período especial.

«Mire, periodista, no se lo digo porque vayamos a salir en la prensa ni mucho menos. La verdad es que esos muchachos son unas “fieras” cuando se trata de trabajo», afirmó categóricamente Jorge Pérez, director de la empresa, la cual provee a sectores como el alimentario, farmacéutico y químico, la agricultura y la biotecnología.

Con impulso juvenil

Mediante la fabricación de equipamiento hospitalario, la empresa Varona reactivó su quehacer a finales de 2007. «Estaba destinada a cerrar, pues llevaba ocho meses sin producción y habíamos perdido todo nuestro mercado. Así fue hasta que se decidió reimpulsarla y ver si era posible una recuperación», recordó el directivo.

Según Jorge Pérez, entonces Inoxidables Varona contaba con apenas tres jóvenes y la edad promedio de sus trabajadores rondaba los 55 años.

«Fue imprescindible incorporar a cien muchachos para que la experiencia acumulada, junto a esa nueva inyección de vitalidad, nos permitiese reanimar la industria», recalcó.

Los componentes que fabrica esta empresa metalmecánica son de acero inoxidable y tratado al carbono. La mayoría sustituyen la importación de equipos, muebles y partes, mientras otros se destinan a la exportación.

Producimos tanques refrigerados para leche, popularmente conocidos como «cubas», con volúmenes de 500 y mil litros, y también construimos recipientes especializados con el fin de elaborar pastas médicas y útiles para la industria farmacéutica, explicó el director de la entidad.

Además creamos los fermentadores de las plantas de bioplaguicidas (los llamados castra colmenas), trabajamos de conjunto con la Empresa Aguas de La Habana en la confección de conductos, y construimos tanques y chimeneas para los grupos electrógenos de la Unión Eléctrica, agregó.

Como si no fuese suficiente, la empresa cuenta con brigadas para dar mantenimiento a parques de diversiones como La Isla del Coco, Mariposa y Expocuba. A la labor productiva se suma el desarrollo de algunos equipos, como calderas de cocina, resonadores para las «bazucas» de fumigación y una beneficiadora de papa, agregó.

«Sin los jóvenes nada de esto sería posible. Ellos son los protagonistas de todas nuestras tareas de choque, de los trabajos excepcionales que debemos hacer algún fin de semana… Incluso no flaquearon ante el reto de construir en Bolivia, en tres meses, una planta de beneficio de cítricos cuya terminación estaba prevista para seis.

«La juventud ha tenido un papel importante en el incremento de nuestras producciones, que ascendieron de tres millones de pesos en 2007, a 14 en 2011, y que este año deberán alcanzar los 20 millones», concluyó Jorge Pérez.

Miguel Molinés, de 28 años, quería ser electricista, pero terminó decidiéndose por la «pailería». En medio de la agitación y el bullicio del taller, confiesa que le gusta mucho su trabajo y que no lo cambiaría.

«Es muy satisfactorio construir cosas útiles, como depósitos para almacenar y transportar sólidos, a partir de acero laminado y vigas en diferentes aleaciones, formas y espesores», dijo.

«El trabajo parece sencillo, pero no lo es», refirió apresurado y sudoroso Lázaro Yordanis Carmona, soldador de 25 años.

«No es algo que se aprenda de ahora para ahorita. Llevo diez años haciéndolo y cada día aprendo algo nuevo. Por eso es tan importante acercarse a los de más experiencia, aprender de ellos, y luego nosotros transmitirles ese conocimiento a los estudiantes que se estén adiestrando.

«Se trata de un oficio que hay que hacer con sumo cuidado, con uniformes, botas y medios de protección, porque te expones a muchos riesgos. Yo, por ejemplo, me corté en la mano y en la rodilla con una chapa que se me resbaló, y otra vez me quemé en un brazo», recordó.

Julián Ricardo Masías, de apenas 20 años, se desempeña desde hace tres meses como ayudante de «pailería» y soldadura, aunque aún no se decide por una de las dos especialidades.

«He aprendido a medir, a puntear con soldadura, a poner tubos… Pero ambos oficios tienen su encanto. Los dos ponen a prueba nuestra capacidad creadora», afirmó.

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