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La ternura se viste de olivo

Las oficiales, cadetes, guardiamarinas, sargentos, soldados, camilitas y trabajadoras civiles de las Fuerzas Armadas se enorgullecen del mejor regalo que les ha sido dado como mujeres: la posibilidad de crecer y formar parte de una sociedad como la nuestra

Autor:

Patricia Cáceres

Mientras conversábamos la imaginé ágil y segura, tomando decisiones certeras tras complejos sistemas computarizados. Sus voces de mando, orientando a los soldados, llegaron hasta mí en pocos segundos.

Y es que la joven teniente Yadira Quintana Picallo, jefa de turno del puesto de mando de una gran unidad de defensa antiaérea del Ejército Occidental de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), no esconde la alegría y el orgullo que siente por el destino que eligió vivir.

«Me honra ser una de las que vigila nuestro espacio aéreo, que contribuye a garantizar la tranquilidad del pueblo», me dice sonriente, mientras la interrogo.

Sus 26 años —afirma—, y sobre todo el hecho de ser mujer, no son argumento para justificar ningún fallo. Desde que se adentró por primera vez en la vida militar, ha dado todo de sí y aprovecha cada día al máximo, con el objetivo de ser un ejemplo para sus subordinados. Pertenecer al sexo femenino, lejos de ser una debilidad, le da las herramientas necesarias para superarlo todo.

«Quizá algunos piensen que es difícil para una joven mujer estar al frente de tantos hombres. Yo, por ejemplo, cuando comencé como jefa de pelotón en las Fuerzas Armadas tenía subordinados de mi misma edad. Pero al final, con la delicadeza que nos caracteriza, y la experiencia acumulada, podemos superar los obstáculos», asegura.

En la mirada de Yadira se reflejan algunos de los sacrificios que ha tenido que hacer.

«Soy madre. Tengo un niño que cumple seis años este mes. Pero debo cumplir con el deber que me corresponde como oficial de las Fuerzas Armadas», me explica.

Flores de romerillo

La historia de Yadira puede ser igual a la de cientos de mujeres cubanas que, con dedicación y orgullo, ofrendan su vida a las Fuerzas Armadas y a su país.

Y qué mejor ejemplo que la joven de 34 años Indira Ramos López, tecnóloga de la Empresa Militar Industrial Emilio Bárcenas Pier, quien deja en un segundo plano la vanidad femenina para lidiar con la grasa del taller y ayudar a recomponer los valiosos tanques de guerra.

«Aquí nos ves llegar por la mañana; somos un grupo de mujeres arregladas. Pero al entrar a la fábrica todas nos transformamos en obreras. Es parte de nuestra cultura, porque lo más importante es estar cómodas», explica Indira Ramos, también madre de una niña pequeña.

«Parecería que vamos perdiendo nuestra belleza, pero seguimos siendo bellas porque estamos entre los hombres. Somos reinas para pensar, para hablar, para actuar, para todo», recalcó.

Dirigir al sexo masculino —dice— se vuelve un reto, pero un reto fácil de superar, porque lo único que uno no puede hacer es perder la ternura.

«Pienso que estar trabajando entre tantos hombres nos hace únicas, exclusivas. Una flor de romerillo, en medio de un “yerbazal”, es siempre una flor bella. Nosotros somos eso, porque a ese romerillo es al que más la gente sigue, al que todo el mundo mira. El compromiso, por tanto, es triple: trabajar en un sector como la defensa, dirigir hombres y dar el ejemplo», señaló la tecnóloga.

Aunque para muchas podría parecer imposible, para Indira Ramos pertenecer a las FAR, más que un reto, es motivo de orgullo y satisfacción. «Todo el mundo ve la defensa como un lugar donde debe predominar la fuerza, o el sexo masculino, para la toma de decisiones.

«Por tanto el primer alto honor de las mujeres que trabajamos en este sector es que estamos en una rama que es difícil e imprescindible para la Patria, donde pasan por nuestras manos, desde un tanque de guerra hasta una pequeña pieza, para que el soldado no se quede parado en medio del campo de batalla.

«Nunca pensé trabajar para las Fuerzas Armadas. Pero desde que me incorporé he decidido no salir. Porque es un lugar de

disciplina, de compromiso, donde el coraje  se demuestra desde cada puesto de trabajo, y no únicamente en el campo de batalla», concluyó.

En plena faena laboral, interrumpí a la joven de 30 años Leidy Cardoso Contrera, jefa de una nave de producción de huevos y carne de la Unión Agropecuaria Militar Este-Habana.

«Me siento orgullosa y comprometida con el deber de producirles a las tropas sus alimentos, y a mi pueblo en general. Es una gran responsabilidad y un motivo de satisfacción», me comentó, sin abandonar su puesto de trabajo.

Al igual que Leidy, pero dejando entrever lo feliz que se siente por la carrera que está estudiando, Sidlen Alarcón Vidal, cadete de tercer año de Medicina Militar, reconoce que tiene un reto doble: ser militar y médico a la vez.

«Es bastante difícil, porque las mujeres, por nuestros procesos fisiológicos, tenemos que pasar por dolores extra, y muchas veces, a pesar de eso, tenemos que correr, hacer guardias… También somos más débiles a la hora de hacer esfuerzos físicos, como cargar el fusil en el campo de tiro», me comenta.

Cuando somos adultas —añade— también es bastante difícil, porque a nosotras nos toca la misión de procrear. Sin embargo, nos sacrificamos el doble, y logramos sobrecumplir, en el trabajo y en la casa.

Mirando al futuro, la jovencita Arlenys Hernández Rodríguez, estudiante de grado 12 en los Camilitos de Arroyo Arenas, sabe que en el camino que le espera habrá sacrificios, pero también dicha por el deber cumplido.

«Mi papá es oficial de las FAR, y desde chiquita siempre he visto que la vida militar es muy sacrificada, y que él no ha podido estar todo el tiempo a mi lado. Pero a pesar de todo creo que cada persona, sea hombre o mujer, debe hacer lo que más feliz le haga. Y eso pienso hacer yo», expresó convencida.

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