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Verano de Fresa y chocolate

Cuando la Unión de Jóvenes Comunistas decidió celebrar este verano los 20 años del reconocido filme, con su proyección y debate en 16 barrios capitalinos, hubo en algunos ciertas miradas desaprobatorias. Ahora, la experiencia deja sus huellas

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Para quien vio la película Fresa y chocolate en el contexto de su estreno, en 1993, el recuerdo más fuerte suele ser su reclamo por el derecho a la libre orientación sexual, discurso casi impensable en los medios de comunicación masiva del país a finales del siglo pasado.

Aquel tabú, entonces tan generalizado, opacó en algunas personas el mensaje de cubanía que el filme regalaba a través de la música, la fotografía y el guión. A otras el prejuicio las cegó emocionalmente, impidiéndoles atrapar su inteligente denuncia sobre los encartonamientos que lastraban nuestra cotidianidad en el plano ideológico, moral, cultural y económico, muchos de los cuales resultan, dos décadas después, dinosaurios inconcebibles para las nuevas generaciones.

Por eso cuando la UJC decidió celebrar este verano los 20 años del filme, propiciando su proyección y debate en 16 barrios capitalinos, no poca gente levantó las cejas: «¿Martes y jueves a las ocho de la noche? ¡Ustedes están locos! No van a competir con la novela brasileña», decían unos… «La gente va a molestarse con el tema y van a pedir otras películas», temían otros.

«No esperen participación; la población de esos barrios no tiene cultura del diálogo», auguraba un tercer grupo, y no faltó quien se escandalizara porque sería difícil mantener a los niños al margen de un filme con fugaces escenas de sexo explícito y palabras no adecuadas para oídos infantiles.

Bajo esas condiciones arrancó esta aventura, que en poco tiempo se reveló como espacio propicio para el redescubrimiento cultural de esas otras Habana menos visibles, además de fertilizar la oportuna revisión de tantos estereotipos que nos limitan a la hora de entender elecciones ajenas en materia de sexo, música, literatura, religión, oficios, expresiones artísticas y modos de involucrarse en la acción social.

Con el proyecto juvenil comunitario Fresa y chocolate, no solo el público ha sido recompensado. También quienes están a cargo se han involucrado en una inspiradora búsqueda para dar salida a las demandas que genera este tipo de intervención, empleando la mejor brújula: que las personas se sientan felices y escuchadas.

Dirigentes juveniles, líderes de la comunidad y funcionarios de diversas instituciones han hecho valer la vocación democrática de la Revolución a la que rinde culto el filme, y se han dado el gusto de enriquecer la idea inicial del proyecto a partir de las sugerencias que brotan en cada barrio.

Escuchar y cumplir

Días antes del estreno, funcionarios de la UJC visitaron El Moro, en el municipio de Arroyo Naranjo, buscando dónde colocar la gran pantalla móvil, con sus luces y su audio fabuloso. De allí se fueron preocupados por las condiciones del lugar, pero confiaron en que la tradición criolla de acicalarse para las visitas surtiría efecto.

La noche del martes 9 de julio el sitio parecía otro, y la concurrencia fue tan grande que no alcanzaron las sillas para todos. Se crearon muchas expectativas en los niños ante la visita a esa hora de la noche, a pesar de que se sabía claramente de qué se trataba y por

tanto era lógico que tarde o temprano dejara de interesarles.

La solución la aportó el jueves siguiente una habitante del Comodoro, comunidad cercana a Párraga, también en Arroyo Naranjo: «Traigan películas infantiles, porque el mío está sentado desde temprano ante la pantalla vacía, nada más por la novedad».  Así nació la idea de abrir otro frente simultáneo para presentar la película Playstation e invitar al payaso Redoblín, interpretado por Jorge Luis Marimón, cuyos juegos de participación aportan ternura, diversión, conocimiento y mucho respeto al prójimo.

La reacción en la comunidad El Chico, del Consejo Popular Wajay, en Boyeros, desató una nueva reflexión: para los pequeños de esos barrios, alejados por distancia y tradición de las ofertas culturales de la urbe, el verano suele transcurrir de otra manera, mientras las escuelas permanecen mudas, ajenas a su esencia de centros promotores de cultura e identidad nacional. ¿Por qué esperar ayuda externa si todas tienen su set de videos y televisores, y un archivo de películas y materiales para ofrecer?

Comunidad en común

Al decir de Maylin Pérez, psicóloga e investigadora del Centro de Estudios sobre Juventud, con quien esta reportera comparte la conducción de los debates, el proyecto tiene el mérito de motivar a la población a reunirse en torno a un hecho cultural común, de generarles un espacio para identificarse más allá de su condición de familias con problemas constructivos en sus viviendas de origen, como ocurre en la mayoría de los sitios visitados.

Otra virtud del proyecto, muy aplaudida en cada vecindario, es que el espectáculo se abre con el talento de la localidad: cantantes aficionados, instructores de arte, artistas jubilados... y luego de la película cierra con la presentación de figuras populares de la música moderna, la trova o el buen humor, como Greter Barreiro, Tony Ávila, Omar Franco, Mustelier, Fernando Bécquer y el grupo Mucho Ruido.

Lo más difícil es propiciar el debate público del filme, y no por rechazo al tema, sino por la complejidad del horario de verano, pues la pantalla solo es visible al oscurecer y el filme termina pasadas las diez de la noche. Por eso la labor de conductoras la hemos mudado muchas veces en exploración interpersonal antes, durante y después de la proyección.

Al pasar balance de los criterios recibidos, muchos coinciden en que Fresa y chocolate es un canto a la diversidad nacional en todas sus dimensiones, y un reconocimiento a la autenticidad de defender aquello en lo que creemos a cualquier precio (menos el de la dignidad), sin olvidar que todo el mundo tiene derecho a cambiar de opinión o de postura si la vida le ofrece nuevos argumentos.

Hay quien opina, con toda honestidad, que la amistad entre Diego y David es todavía impensable, o que llevar esa película al barrio es demasiado fuerte, porque muchas de sus circunstancias están presentes aún en el panorama nacional.

En el Callejón del Sapo, en Guanabacoa, una joven abogaba por «pasar la página con el tema de la homosexualidad» y acabar de asumirlo con toda naturalidad, como tantos otros hechos que ya aceptan sin tanto conflicto las generaciones más nuevas y las que duermen en el regazo a sus nietos.

A la larga, insistía una jubilada en El Chico, no hay por qué confundir la actitud ante el sexo con la actitud ante la vida, pues más allá de defender los gustos de cada quien, la relectura del filme arroja luz sobre la distinción entre el lenguaje culto y la chabacanería cotidiana, entre la práctica solidaria y la actitud invasiva en la coexistencia vecinal, entre problemas reales de la subsistencia y los que te generan la discriminación o la indiferencia ajena.

También trasciende en los comentarios la nostalgia por las viejas posadas, el cuestionamiento al matrimonio por conveniencia, los goces de la iniciación sexual y el mensaje humanista de que nadie es perfecto, pues todos crecimos incorporando prejuicios, pero asimismo todos somos mejorables, si aceptamos la ayuda de los demás y tratamos a la gente como queremos que nos traten.

El verano llegará a su fin, pero el sabor que dejan estas acciones culturales es tan positivo que la UJC ya estudia variantes para hacerlas perdurar y amplificar su alcance. En otras provincias nos preguntaban cómo replicarla aun sin tanto lujo de tecnología; dirigentes de la FEU proponen llevar el debate a sus universidades en el próximo curso, y la dirección capitalina de la Asociación Nacional de Ciegos (ANCI) centrará su activo juvenil en el debate del filme, aplicando la variante de audiodescripción de películas.

Más sabores para La Habana

Además de las comunidades mencionadas, el proyecto Fresa y chocolate ya se ha presentado en Santa María del Rosario, Cotorro; la comunidad VI Congreso en Lawton, Diez de Octubre; la comunidad la Yuca, en el Nalón, Guanabacoa; la zona Micro IV de Alamar, La Habana del Este, y el Consejo Popular Belén, en La Habana Vieja.

Antes que termine agosto llegaremos a las comunidades Bello 26, del Cano-Valle Grande, en La Lisa, y los barrios Coco Solo, de Marianao; Buena Vista, en Playa; La Corea, en Luyanó Moderno, San Miguel del Padrón; La Colonia, en Regla, y Consulado, en el Consejo Popular Colón, de Centro Habana.

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