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Échale la culpa a El Trigal

El primer mercado mayorista de abasto de productos agropecuarios del país se ha convertido en el patico feo de la comercialización agrícola en La Habana. ¿Se lo merece?

Autores:

Marianela Martín González
René Tamayo León

Betty Díaz hacía la cola para comprar en el agromercado de 1ra. y D, Poey, municipio de Arroyo Naranjo, cuando JR estuvo por allá. Es uno de los 77 que desde julio está manejado por cooperativas no agropecuarias, pero esta, por diferentes causas, tuvo pérdidas en su primer semestre de gestión.

Betty coincide con quienes están en la fila en que los productos agropecuarios andan «por las nubes». Tiene su respuesta. «No es culpa de quienes trabajan aquí. Soy cuentapropista; cada diez días voy a El Trigal y allí una caja de naranjas cuesta entre 180 y 200 pesos, y la de melón, 280».

—¿Cuentapropista?

—Sí, trabajo en la cafetería de mi mamá.

—¿Y viene aquí a comprar para el negocio?

—Sí. Lo que necesitemos de momento, yuca, tomate, ají...

—¿No le resulta más barato El Trigal?

—Para unos productos; para otros no. Ir ya es gasto de gasolina.

—En los agromercados los vendedores cubren los altos costos mayoristas elevando los precios. ¿Los trabajadores por cuenta propia que están en el giro de la gastronomía también lo están haciendo?

—Después que abrieron El Trigal tuve que poner el vaso de jugo de naranja a tres pesos. Antes lo vendía a dos.

***

Javier Ponce preside la cooperativa no agropecuaria (CNoA) que gestiona el agromercado de Los Pinos, como el de Poey, también arrendado a la Empresa Provincial de Mercados Agropecuarios (EPMA) desde el 1ro. de julio de 2013. Antes todos eran trabajadores estatales de ese establecimiento.

Siempre ha sido el agro principal de la barriada de Los Pinos y sus adyacencias. Tiene garantizado un importante segmento de población, mucho mayor que el disponible para el mercado de 1ra. y D.

A diferencia de la de Poey, si de beneficios para sus miembros se trata, es una cooperativa exitosa. En los primeros seis meses de gestión, sus 14 socios acumularon —entre anticipos y utilidades— ingresos per cápita por 11 295 pesos, una «bonita» cifra que redondearán cuando la CNoA pague los tributos correspondientes al año fiscal 2013.

Algunas de sus tarimas se subarriendan a otros vendedores, posibilidad que no presenta la de Poey. Esta actividad en sí no les deja provecho monetario extra, pero ganan al mantener servicios que atraen público, como la guarapera.

La CNoA de Los Pinos tiene sus problemas, como cualquier otra cooperativa, pero el mayor le apareció con la apertura del mercado mayorista de abasto de productos agropecuarios El Trigal. «Hasta entonces, el suministro era estable y magnífico», dice nostálgico su Presidente.

«Antes venía dos veces por semana la cooperativa de crédito y servicios (CCS) Frank País, de Güira de Melena. Llegaba con su camión y nos lo ponía todo en la mano. También pasaban, con sus transportes propios, productores independientes y otras CCS. Traían hasta lo que no podíamos comprar».

—¿Por qué eso cambió con la apertura de El Trigal?

—No sé. Nunca más vinieron. Alguien lo intentó, pero terminó con una multa de los inspectores.

—Quizá ya no vienen porque ahora las cooperativas agropecuarias de Artemisa y Mayabeque tienen sus propios mercados, tanto en sus provincias como en La Habana, por la venta directa al turismo, porque pueden concurrir a El Trigal, además de otros contratos, compromisos y facilidades comerciales que les están abriendo muchos segmentos de mercado...

—No sé. Lo que sí les puedo decir es que entre el 20 y el 31 de diciembre nos quedamos desabastecidos. En enero poco a poco hemos ido subiendo en las ventas, pero...

—¿Cuál es el problema con El Trigal?

—Ya las cooperativas no vienen, así que tenemos que «morir» allí, donde todo es más caro. No nos queda más remedio que subir el precio de los productos en la venta a la población.

—¿Por qué no se van para el campo y compran ustedes mismos?

—Con qué. No tenemos camiones para ir.

—¿No regatean en El Trigal?

—Poco bajan. Además, ya entrar allí es tremendo lío. Mucha gente. El Trigal es una locura, pero es lo que tenemos.

***

Juan Galarraga, vicepresidente de la CNoA que opera el agromercado de El Mónaco, tampoco quiere saber nada de El Trigal. «Eso es lo más caro que hay en el mundo», dice poniéndose las manos en la cabeza. «Ya en sí es pérdida».

—¿Cómo?

—Sí, pérdida. Solo por manipulación la mercancía baja la calidad y se deteriora más rápido. En el campo se cosecha, se guarda en sacos o cajas y se monta en un camión; cuando llegan al mayorista tienen que bajar el producto para una carretilla, de la carretilla para el camión que lo lleva al mercado minorista, y en estos, del camión para una carretilla o al hombro, de ahí para el almacén y luego para la tarima. Eso no lo aguanta ningún producto agropecuario. Pérdida.

—¿Entonces El Trigal no tiene lógica?

—Para mí, no.

—¿Y ustedes no van allí?

—Cuando pasamos a cooperativa, en julio pasado, pudimos mantener los contratos con las cooperativas agropecuarias que antes nos abastecían como mercado agropecuario estatal (MAE). Continúan trayéndonos la mercancía directamente y con puntualidad. Vienen con sus camiones; no tenemos que gastar en transporte ni combustible. No vamos a ir a «fajarnos» a El Trigal.

—¿Venden más barato por eso?

—Algo —como bien dice Galarraga, El Mónaco es «alguito» más barato, pero no hay grandes diferencias entre las tablillas de ellos y las de Poey o Los Pinos. Un «tilín» menos caro.

—¿Y por qué las CNoA de Poey y Los Pinos no tienen ese beneficio?, le preguntamos a Zoila Valdés Ramírez, subdirectora de la EPMA, quien nos ha acompañado durante todo el recorrido.

—Quizá porque no pudieron tener esos contratos...

El patico feo

El mercado mayorista de abasto de productos agropecuarios de El Trigal, el primero en La Habana y el país, apenas ha cumplido sus primeros dos meses y ya está cargando con las culpas por los elevados precios de estas mercancías en la capital.

¿Se lo merece? La subida en los precios de los productos agropecuarios ha sido un proceso ininterrumpido en el tiempo, y las prácticas especulativas han ido creciendo en las calles de la ciudad antes y después de El Trigal. ¿Es culpable este abasto? La respuesta real está en la producción. En el campo, no en unas grandes naves en el centro-sur de La Habana.

El Trigal constituye un «balón de ensayo» para el desarrollo de los mercados mayoristas en el país. Nació con debilidades. La primera, por supuesto, que la agricultura no acaba de cubrir buena parte de la demanda creciente de la población.

La segunda, abrir inicialmente solo uno en una población de más de dos millones de habitantes y donde muchas formas de gestión no estatal están pujando por uno de los más básicos y también gananciosos negocios de hoy: la venta directa de productos agropecuarios para la familia o la oferta elaborada de alimentos en cafeterías y restaurantes privados.

Otro elemento desfavorable —siempre en el criterio de estos redactores— es la característica propia de esa instalación.

Los más viejos recordaremos que estos establecimientos se construyeron hace más de 20 años como mercados concentradores y para casi un único abastecedor, Acopio.

El Trigal carece del ordenamiento espacial adecuado para el buen acomodo de vendedores y compradores de estos productos, dos figuras, repetimos, que se han diversificado y crecido exponencialmente a la luz de la actualización económica.

Las limitaciones en infraestructura son fáciles de enumerar, pero difíciles de resolver. Abrir más y adecuar los espacios para optimizarlos en función de este nuevo flujo de intercambio comercial, requerirá millonarias inversiones.

Pero no solo dilemas concretos hay en «el trigal del señor». Ha de preocupar también —como comprobó este equipo de reporteros—, por ejemplo, el intento de trasladar hacia allí indisciplinas e ilegalidades sembradas como mala yerba en el mercado casi informal de 114, el famoso Hueco.

Manipuladores de carretillas por la izquierda, intermediarios de intermediarios, gentes con deseos de timar, pujan por establecerse y enrarecen el panorama allí. Eso también eleva precios, y provoca daños, morales y materiales.

***

El temprano y sostenido vilipendio contra El Trigal parece ser una gran bola de nieve que alguien de forma deliberada y malintencionada o ¿ingenuamente? ha lanzado. Y crece.

Una de las respuestas más socorridas para explicar la curva ascendente en los precios al detalle de los productos agropecuarios en las últimas semanas es que con El Trigal ahora quienes vienen del «campo» tienen que pagar más impuestos.

Al parecer se refieren a lo que se les cobra allí por el espacio y otros servicios que reciben, dinero que no tenían que desembolsar en El Hueco. Fuera de eso, y desde que el mundo es mundo, los impuestos no le gustan a nadie. Pero no pueden ser siempre la impugnación para todo. De hecho, el sector agropecuario, con sus derivaciones comerciales, es el que menos carga impositiva tiene en el país.

Es verdad que con El Trigal ahora los excedentes agropecuarios tienen que entrar más por «la canalita». Mas no es óbice, sino ventaja. Les ha dado a los representantes de las diferentes formas productivas que vienen a La Habana el amparo para «jugar» en un espacio más justo, transparente y legal.

Aunque bueno, más allá de todos esos «grandes apotegmas», lo cierto es que El Trigal está siendo un problema mayor para el abastecimiento de los mercados agropecuarios que manejan las CNoA. La solución la tiene el mismo El Mónaco: ha garantizado que cooperativas agropecuarias lo abastezcan directamente.

¿Tuvieron suerte? Quizá. Pero esto no puede quedar al azar. Las cooperativas que están obligadas a ir al abasto deben hacer una mayor gestión para tratar de conseguir algo parecido; pero ayudaría mucho el apoyo y la voluntad de las autoridades competentes para destrabar lo que pudiera impedirlo.

Si todas las CNoA tuvieran ese beneficio, se reduciría el flujo de grandes clientes a El Trigal. «Y a menos bulto, más claridad». Aunque no nos hagamos ilusiones, los precios no van a caer. Para eso, no solo café tiene que llover en el campo.

(Continuará. Próxima entrega: Y dos que quieren más)

Vea además Una cooperativa en aprietos (I) La 1ra. de Poey

 

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