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Tomate verde; aguacate podrido

La desconexión entre precios e ingresos de buena parte de la población es el nudo gordiano de los alimentos hoy en Cuba. Especulación y usura con los productos del agro

Autores:

Marianela Martín González
René Tamayo León

Aunque con menos impacto mediático en «Radio Bemba» —ese canal popular de comunicación donde todo se sabe y comenta—, una de las más importantes medidas estructurales adoptadas en los últimos ocho meses en el proceso de actualización económica fue la apertura —experimental— de cooperativas no agropecuarias (CNoA), otra forma de gestión no estatal.

A muchas les está yendo bien. Sin embargo, no todas tienen una interacción directa con las «grandes masas», de ahí que poco se hable de estas en la esquina, la guagua o la mesa de dominó, foros preferidos por los cubanos para discutir y debatir sobre los temas más trascendentes de la nación.

Entre las nuevas CNoA, en la capital hay 77 que comenzaron el 1ro. de julio de 2013 a gestionar agromercados. Deben relacionarse, en su conjunto, con miles de personas por semana. Se habla de ellas, pero para decir que la «vida sigue igual».

Al menos en La Habana —que no hace el verano, pero calienta; que no es el ombligo de Cuba, pero pica— para los consumidores más exigentes, los que menos recursos monetarios poseen para cubrir todas sus necesidades, hay pocas diferencias entre un agromercado gestionado por una CNoA, uno arrendado por una cooperativa agropecuaria de Artemisa o Mayabeque, o uno donde concurren tarimeros, los conocidos como de oferta y demanda.

«Ni más oferta, ni menos precios», dicen unos. «El cuartico está igualito», afirman otros. Y es peor. Las CNoA que gestionan antiguos mercados agropecuarios estatales (MAE) topados tienen que soportar un duro escrutinio público; antes, por ejemplo, en estos una libra del noble y humilde boniato costaba 80 centavos, ahora puede valer 1,50 pesos y más.

De interés social y nada de especulación

Las CNoA son una nueva forma de gestión que permitirá al Estado —representante de la propiedad social sobre los principales medios de producción— liberarse de actividades económicas no fundamentales para el desarrollo estratégico del país.

Al mismo tiempo, incentivará una participación más protagónica y responsable de estos colectivos de trabajadores, ahora en el «vestido» de dueños de sus producciones o servicios.

No obstante, de las cooperativas no agropecuarias, sean de la naturaleza que sean, el pueblo espera más y mejores productos o servicios, más cercanía, menos burocracia, y, sobre todo, precios más adecuados a los bolsillos.

El mismo Decreto-Ley No. 305, del 15 de noviembre de 2012, que estableció «con carácter experimental las normas que regulan la constitución, funcionamiento y extinción de cooperativas en sectores no agropecuarios», lo fija.

En su artículo 2.1 legisla que el objetivo general de estas «es la producción de bienes y la prestación de servicios mediante la gestión colectiva, para la satisfacción del interés social y el de los socios». Más adelante, en el artículo 4, inciso f, subraya que entre sus principios está «desarrollar sus actividades sin ánimo especulativo».

Compromiso social y nada de especulación. Eso es lo que la ciudadanía quiere y espera de las CNoA, en especial de las que se ocupan de la venta de productos agropecuarios.

Se quieren bienes y servicios de calidad, en cantidad y a precios solidarios para el cubano que anda «más a pie»: el que no tiene ningún negocito por cuenta propia, el que no recibe remesas, el que no trabaja en los sectores emergentes de la economía, al que no le cae nada extra ni en los «días de reyes», porque especialistas del Centro de Estudios de la Economía Cubana afirman que cerca del 80 por ciento de los haberes de una familia de ingresos medios/bajos en Cuba se gasta en alimentos.

Nudo gordiano

El tema de los altos precios y los bajos ingresos se ha vuelto lugar común en la prensa. No es el espíritu de los reporteros seguir con la misma cantaleta, pero es necesario asentar puntos de partida, que son «verdad de Perogrullo», todo el mundo lo sabe, mas no por eso dejan de ser verdad.

La respuesta real a los precios de las tarimas está en la producción agropecuaria. En el campo. Y la solución a los ingresos, al menos la de los salarios, está en la productividad en todos los sectores de la economía.

Es un asunto estructural —objetivo— que afecta toda la cadena de producción, distribución, comercialización y consumo. Es nuestro nudo gordiano. Y como la parábola de Alejandro Magno, si no se deshace, no habrá manera de conquistar al consumidor.

Dura es la tarea de las CNoA que manejan agromercados. Están en el ojo del huracán. No depende de ellas, pero ¿cuándo despegará definitivamente el agro para satisfacer la creciente demanda de la población? Parece que demorará un poco todavía.

Sobre el sector pesan las mismas dificultades que atenazan al resto de la economía. Tensiones financieras, presiones externas. Restricciones y limitaciones propias. Inercias...

Es un mosaico de obstáculos reales y subjetivos que gravitan con tal fuerza que a veces parece imposible despegar. Una parte se ha ido resolviendo con energía y paciencia, pero esto requiere no solo de tiempo, sino también del imprescindible cambio de mentalidad, tanto dentro de determinadas instituciones como por parte de los mismos productores.

La furia de los elementos

No solo de cosas del «hombre» van los aún insuficientes volúmenes productivos del sector agropecuario cubano. Estas son las fundamentales; sin embargo, también estamos a expensas de los elementos. Al público cubano no le gusta mucho que se toque el tema. «Otra justificación más», dirán no pocos.

Quiérase o no, empero, es una verdad tan grande como el Sol. Está ahí, en el surco y en las tarimas. El ejemplo más reciente y contundente, al menos con números claros para demostrarlo, fue el paso del huracán Sandy, el 25 de noviembre de 2012.

Santiago de Cuba y Holguín fueron los territorios más afectados. Además de las millonarias pérdidas que el meteoro provocó de inmediato en la agricultura, sus consecuencias se verían con suma nitidez en los resultados productivos del primer trimestre de 2013, según revela la publicación Sector agropecuario. Indicadores seleccionados. Enero-marzo de 2013, de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI).

La producción de viandas en Santiago llegó apenas al 27,7 por ciento de lo cosechado en igual fecha de 2012, mientras que Holguín obtuvo alrededor de la mitad de lo cultivado entonces. En la plantación más vulnerable a los ciclones, el plátano, las cifras serían peores. En Santiago apenas se cogieron 2 300 toneladas, el 8,7 por ciento de lo recogido entre enero y marzo de 2012, y en Holguín 3 600 toneladas, el 23,3 por ciento de lo cosechado en el trimestre de referencia.

El que quiera negar que Sandy tuviera la mayor parte de la culpa, que lo haga. Pero bueno, los ciclones son lo consabido. En esta temporada el archipiélago está sufriendo irregularidades climáticas menos espectaculares, pero igual de dañinas.

No hemos tenido invierno. Cuando las cuentas se saquen, ya veremos sus repercusiones físicas, demostrables en números. Aunque ya lo estamos sintiendo, en las tarimas y en los bolsillos. Lo más revelador está en el tomate. Pocos y casi verdes se les puede encontrar en los agromercados de La Habana.

Mucho se podrá debatir sobre las causas de los astronómicos precios mantenidos al tomate desde diciembre, cuando se suponía que empezara el descenso de su precio hasta llegar al mínimo con los picos de cosecha en marzo y abril.

¿Especulación? Sí. Pero lo principal, según referencias recolectadas, es que las lluvias extemporáneas y las altas temperaturas han golpeado al cultivo. El tiempo no ha favorecido las plantaciones en este ciclo productivo, el más importante para el país. Y el tomate no será la única víctima. No son buenos los augurios para la papa y otras siembras.

Las trampas de «elementos»

El cambio climático es irreversible. Se ceba en nuestras tierras. Hay que seguir preparándose para mitigar sus efectos. Pero también tenemos una plaga que está golpeando con igual fuerza: la especulación y la usura con los productos del agro.

El tomate está salpicado con esto. No obstante, lo que está pasando con él es demostrativo de las cuestiones objetivas que impactan en la producción. Pero si de especulación y precios abusivos se trata, entonces sacudamos la mata del aguacate.

En 2013 la fruta se vendió en la capital a lo largo de seis meses y más. Hubo a «troche y moche». Durante el pico de cosecha, en los mercados estatales se pudo comprar la libra en una «bagatela» —verdes, para dejarlos madurar en la casa.

Sin embargo, en la esquina, donde los menos previsores tenemos que acudir con rapidez para garantizar la ensalada de la tarde, el aguacate maduro nunca bajó de diez pesos —y más. Solo los pequeños se transaban a cinco pesos. ¡Y hubo aguacate! Grandes y bonitos, solo que nunca cayeron de precio.

De los vendedores que pululan por nuestras calles y mercados y nunca bajan los precios, la población dice que prefieren dejar podrir la mercancía y botarla antes que ponerla a la baja o en liquidación. Algo de eso hay, aunque no es exacto.

Quienes hacen esto, que no son todos, pero tampoco son pocos, no botan lo que se les va a echar a perder. Se lo tiran a los puercos. Sancocho. Y no es un chiste, y mucho menos una pérdida. Un puerco gordo —sea del mismo vendedor o de un amigo con el que comparte la cría— es tan lucrativo y ganancioso, quizá más, que diez sacos de boniato vendidos a 150 pesos cada uno.

Son disímiles las maneras y argucias que los especuladores de los productos agropecuarios se han agenciado para mantener los precios monopólicos que han impuesto.

¿Solo cuando las grandes producciones saturen los mercados y cubran todos los destinos —incluida la alimentación animal— estas prácticas cederán? ¿Mientras tanto estamos obligados a ser rehenes de los puercos? No debiera. Tenemos que apurarnos.

Aclaración de los autores: Por error nuestro, en la parte III de esta serie, en un primer momento se dice que el arrendamiento en el agromercado El Mónaco es de seis pesos por metro cuadrado, cuando en realidad son ocho pesos, como se dice ocho párrafos más adelante.

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