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Buscando a Martí

Roberto Albellar afirma que su vida cambió al interpretar al Apóstol de Cuba. «Es una responsabilidad muy grande, lo sientes en la calle con las personas», confiesa el actor

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

MORÓN, Ciego de Ávila.— Martí apareció en Morón bajo una noche de estrellas. Ocurrió en la tertulia número 175 de Estoy Poniendo la Hamaca, uno de los tantos espacios que protagonizan los escritores Larry Morales y Lina Leiva con su equipo de la filial de la Fundación Nicolás Guillén en Ciego de Ávila. Algunos conocían del secreto y hasta se lo murmuraron a alguna persona.

La Hamaca, como ya se le dice en familia, consiste en sentar a un invitado y entrevistarlo. Médicos; escritores como Miguel Barnet, los Tigres avileños de la pelota, historiadores, hasta personas comunes han transitado por allí para contar una historia inédita de sus vidas en las noches reservadas para al menos un sábado de cada mes.

Pero esta ocasión guardaba algo de especial. «¿Cuándo sale?», susurró alguien en la última fila. Uno de los invitados, el escritor e investigador Tomás Diez Acosta, autor del libro El Bloqueo: el asedio económico más prolongado de la historia, había concluido sus respuestas.

En el escenario, varios actores del Grupo Teatro Primero ocuparon sus lugares y empezaron a declamar versos del Apóstol con las estrofas de la canción compuesta por Polo Montañez. Por un momento el público perdió la noción del tiempo. Transcurrieron los minutos, y cuando solo quedaban los acordes de las guitarras, justo en ese momento, apareció José Martí.

Todo comenzó en Liberación

Mejor dicho: el actor Roberto Albellar Hernández. La aclamación fue inevitable, sobre todo al recitar la carta de despedida al Ismaelillo y decir: «Tu José Martí». Su carta de presentación en grande fue con el serial Duaba, la odisea del honor. Luego ha seguido una cadena de presentaciones que le confirmaron dos cosas: la inmensa responsabilidad asumida y la necesidad de conocer al ser humano existente en Martí.

«Después de estudiar la personalidad del Maestro —dice Albellar—, de apoyarme en una labor de equipo con varios compañeros, incluido un sicólogo, me he preguntado si de verdad conocemos la vida del Apóstol. En las películas y en la televisión lo ponen como una persona de andar suave, como en cámara lenta.

«No digo que él no actuara de ese modo; pero Martí se movía rápido, con decisión; sobre todo en los preparativos de la guerra. Y eso es interesante. ¿Cómo una persona tan ocupada tenía tiempo y era capaz de descubrir las cosas pequeñas de la vida? Por eso mi desconcierto con la cámara lenta. Algún día quisiera interpretarlo de otra manera en un audiovisual, y acercarnos a toda la gama de matices de su vida».

Acompañado de su esposa, Olga Lidia Rodríguez López, Albellar viajó a Ciego de Ávila invitado a la Primera Jornada Desde un amigo sincero, organizada por Luis Giraldo Alfonso Hera, joven actor del grupo Teatro Primero, con el auspicio del Consejo Provincial de las Artes Escénicas.

Durante más de una semana visitaron lugares distintos y siempre constataron la conmoción telúrica cuando el actor aparecía en el personaje de Martí. Para Albellar estos trajines de andarín resultan normales, incluso el grupo que dirige en San José de Las Lajas tiene un nombre de trashumante: Andar Teatro.

—Se le nota la pasión por las tablas, pero antes de la actuación, usted trabajó de mecánico óptico. ¿Por qué primero mecánico y no actor?

—Eso fue muy jovencito. Empecé a trabajar en la Empresa Militar Industrial Liberación y mi función era arreglar los aparatos ópticos de los equipos de artillería. Era un trabajo muy riguroso, de mucho detalle.

—¿Cómo la actuación desplazó al mecánico?

—Allí mismo, en Liberación. En la empresa existía un grupo de artistas aficionados. Como siempre tuve inquietud por actuar, me uní enseguida y hasta el día de hoy el bichito de la actuación no se ha ido. Integré varias agrupaciones de teatro hasta que hice los exámenes y obtuve la calificación de primer nivel como actor.

—¿En su familia nadie antes se había interesado por el teatro?

—Nadie, aunque mi familia siempre ha sido respetuosa de la cultura y comentaba mucho las cosas que veía en la televisión. Como yo compartía con ellos, empecé a crear una empatía con los actores de seriales policiacos. Otro que me impactó fue Enrique Arredondo (Bernabé), uno de los grandes comediantes cubanos. Tanto que a veces intenté imitarlo; creo que por ahí surgió la pasión de actuar.

Los postizos no funcionan

Para entrevistar a Albellar, primero se debió esperar el final de las fotos y preguntas del público. Al iniciar la conversación, Roberto respiraba agitado. Aún vestía como Martí y solo cuando pasaron unos minutos la respiración se hizo imperceptible. «¿Cuesta mucho desprenderse del personaje?», se le pregunta. Albellar niega con la cabeza: «Es una cuestión de tiempo, como lo es también incorporarlo. Al final me quito el vestuario. Al lavarme se cae el tinte del pelo y el bigote, y vuelvo a ser yo».

—¿Cómo usted llegó al personaje de José Martí? ¿Alguien se lo recomendó o fue pura intuición?

—Yo no me parezco al Apóstol. Quien me vea sin el maquillaje no encontrará ninguna similitud. Lo que pasa es que tengo la frente ancha y mis amigos decían: «Tú tienes la frente de Martí». Un día, en estos trajines del teatro, lo tomé en serio. Empecé a improvisar y dije: «¿Por qué no?». En la película Martí, el ojo del canario interpreté el papel de un capataz y me dejé la barba.

«Cuando terminé la filmación le di unas indicaciones al maquillista y enseguida noté los efectos. Camino a mi casa, la gente miraba en la calle; los vecinos preguntaban: «¿Eh, y eso...?, ¿estás en un papel?» «Más o menos», respondía. Confirmé que la interpretación funcionaba, podía ser creíble para las personas.

—¿Qué vino después?

—Estudiar, preguntar hasta el cansancio. Era importante conocer los detalles de su personalidad: la forma de caminar, de pararse, llevar la ropa, investigar por qué gesticulaba de una manera y no de otra. Un dato interesante fue que muchas veces Martí se sentaba en el borde de los asientos. La razón se encuentra en las secuelas de la operación hecha después del presidio. Parece que siempre sufrió molestias, de ahí el modo de sentarse.

—¿En algún momento falló la interpretación?

—Llegar a la caracterización fue un proceso. Una vez lo interpreté en un acto en el Memorial José Martí y unos amigos, que estaban ahí también para analizar la actuación, me alertaron: «Roberto, debes dejarte el bigote. El postizo no funciona».

—La prueba de fuego, ¿cuál fue? ¿Duaba?

—No, el último Congreso de los periodistas. Allí interpreté una obra mía, llamada Café con el maestro. Su esencia, como todo lo que hago con la interpretación, es acercar a Martí al público. Que lo sientan como alguien vivo al lado de ellos. Por eso me paseaba entre los delegados, les daba la mano. Era un público muy exigente y yo estaba tenso. Después vino la ovación y la periodista Arleen Rodríguez Derivet confesó: «Usted me ha dejado muy emocionada».

—Interpretar a Martí le debe haber cambiado un poco la vida.

—Bastante, es una responsabilidad que crece a medida que uno se aproxima a su personalidad.

—Al andar por la calle con ese bigote y el peinado, aun cuando no esté trabajando, ¿no teme que lo confundan con alguien que busca la atención a toda costa? ¿Que lo miren como un excéntrico, por ejemplo?

—No le temo porque estoy claro de la razón por la cual interpreto al Apóstol. Lo hago por respeto, no por fama. Y en mí no hay dudas: yo soy Roberto Albellar, un actor que tiene bien claro el peso del Maestro para Cuba.

—¿Y nadie le ha exigido algo como si usted fuera Martí?

—¡Ah!, eso sí. Una vez, antes de comenzar una obra, me encontraba en un comedor con este maquillaje aunque vestido con pulóver y short. Al terminar de comer, llevé los platos caminando a mi manera, no como el Maestro; y una mujer me increpó: «Oiga, Martí no anda ni se viste así». «Es que yo no soy Martí, compañera —respondí—; yo soy un actor que va a interpretarlo».

—Si usted fuera a compilar esas anécdotas en un libro, ¿cuáles no dejaría fuera?

—Bueno, no apartaría, por ejemplo, cuando al terminar una actuación en una escuela, un niñito se me abrazó a las piernas y dijo: «Gracias por devolvernos la Patria». Me quedé vacío, no sabía qué hacer; pero la que nunca apartaría ocurrió en una actividad de la UJC. Tania, mi hija menor, estaba allí. Empecé a actuar y pasaron los minutos. De pronto sentí que el ambiente se electrizó y algunos empezaron a llorar. Pensé: hice algo mal; respiré para no perder la concentración y continué.

Sentado en la hamaca y entrevistado por el escritor Larry Morales, Roberto Albellar develó interioridades de su trabajo actoral. Foto: Luis Raúl Muñoz.

«Después Tania me contó. Entre el público había un ex agente de la Seguridad del Estado, que tenía a su familia fuera de Cuba. Él estaba muy atento y cuando empiezo a hablar del amor, de la familia y el deber con la Patria, el hombre empezó a llorar y con él los demás. Luego vino el aplauso; pero yo no lo veo para mí. Creo que la ovación es para la vigencia del pensamiento martiano. Porque yo he confirmado algo con las actuaciones. Este pueblo, a pesar de las dificultades, no se ha olvidado de José Martí».

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