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La inmensidad probada de los héroes

Este 24 de Febrero, en el día en que los cubanos de 1895 se juntaron para reiniciar la lucha por la independencia, se cumplió por fin con lo decretado por la Asamblea Nacional del Poder Popular el 29 de diciembre de 2001, al nombrar a los Cinco como Héroes de la República de Cuba

Autor:

Nyliam Vázquez García

Otra vez Gerardo, Ramón, Fernando, Antonio y René tuvieron que hacer un esfuerzo colosal. De la mano de las mujeres de sus vidas llegaron al salón. Madres y esposas los sostenían nuevamente y, a no ser por los gestos de un día con el que seguro soñaron, parecía que los Cinco tenían bajo control las posibles emociones, que se advertían telúricas.

Este 24 de Febrero, en el día en que los cubanos de 1895 se juntaron para reiniciar la lucha por la independencia, se cumplió por fin con lo decretado por la Asamblea Nacional del Poder Popular el 29 de diciembre de 2001, al nombrarlos Héroes de la República de Cuba. Entonces ya eran los héroes, pero llegaron aún más inmensos este martes al Palacio de Convenciones. Si para aquella decisión se tenía la certeza más absoluta del material de que estaban hechos, la prueba mayor estaba por venir.

Todo cuanto ocurrió entre el arresto en septiembre de 1998 y la noticia en la Asamblea fue suficiente para la decisión: estuvo entre los argumentos el valioso trabajo que evitó más víctimas en la escalada terrorista de la década de 1990, la certeza de que su única misión era salvar vidas tanto cubanas como estadounidenses, pero sobre todo, estuvo su decisión de no rendirse, de no ceder a las presiones en las más difíciles circunstancias, de ir a juicio para decir su verdad, por más acuerdos que les propusieron.

Una vez ascendidos a la estrella limpia de los Héroes de la República de Cuba, los Cinco nos demostraron por más de una década desde distintas prisiones estadounidenses que eran héroes ciertos, esencialmente, por su calidad humana y por la coherencia, valentía y optimismo con la que se tatuaron en el alma nacional.

Cuba Libre sufrió con ellos. La cotidianeidad terrible de saberlos privados del abrazo de los suyos nos hizo guardarles abrazos. Ellos fueron adentrándose en nuestros hogares y nos fuimos en familia a la batalla de millones. Hacerlos volver era también necesario para completar la imagen de esos héroes que tenemos el privilegio de conocer antes que pasen a los libros.

Este 24 de febrero, colmado de tantos simbolismos, apenas se honró lo más puro de cuanto ocurrió durante 16 largos años.

Mientras sonreían o buscaban en la sala rostros conocidos, quizá se concentraban para lo que vendría después, en un intento de contener los nervios.

En carta de Gerardo para Adriana del 7 de enero de 2002, e incluida en el libro Retrato de una Ausencia, él le susurró con letra de molde todas las sensaciones vividas en 2001, aún en la prisión de Miami, cuando supo por la radio la noticia del título que se les había conferido.

«La emoción fue inmensa. No te voy a decir que lloré, “porque los hombres no lloran”, pero se me fueron las zapatillas de los conductos lagrimales. Me vinieron muchas cosas y muchas personas a la mente en esos momentos. Sobre todo pensé en nuestras heroínas y héroes, en las compañeras y compañeros que llevan con orgullo en sus pechos esa alta distinción y en el enorme honor y compromiso que conlleva estar junto a ellos…».

Cuando este 24 de febrero de 2015 cada uno de ellos se irguió en medio de tanta emoción para saludar marcialmente a Raúl, para abrazarlo, como seguro habrían querido abrazarnos a todos, otra vez dieron cuenta de su altura.

Y hubo mejillas de héroes pintadas del rojo intenso y lágrimas que saltaron todos los diques y besos esenciales allí, donde por fin recibieron la medalla, prendida desde antes con alfiler de cariños.

Raúl condecoró primero a Gerardo, quien justo un segundo antes le había hecho una seña a «su Reina» para que ella supiera que también estaba allí arriba, que la cinta tricolor a punto de atar su pecho era también de ella. Tampoco Adriana le quitaba los ojos a su hombre… lo besó tanto cuando llegó a su lado… Seguro habrá guardado para contarle a Gema el instante en que Raúl, tras terminar de colocar la medalla, dio dos palmadas suaves en el metal como diciendo: ¡Por fin!

Cada uno brilló a su manera. Ramón lucía gigante: allí estaba su Elizabeth para acomodarle la ceja derecha, el cabello, alisarle el traje, para esperarlo con un beso cuando bajó del escenario. Tony feliz, mimado por su madre, no pudo quedarse en su asiento cuando su hermano Gerardo terminó de hablar, saltó los protocolos y fue a entregarse en ese otro estrechón. No hizo falta ser sabio para interpretar cuánto se dijeron esos dos, otra vez convertidos en Cinco. Fernando bajó para repartir besos a las mujeres a su lado, para volver a sostener la cabeza de Magali, en ese acto de amor también con Mami. Mientras saludaba, René barría todos los ángulos con pupilas de aviador, buscando la sonrisa de Olguita hasta que se encontraron al final de la fila y se fundieron con el calor de esa medalla que forjaron juntos.

Para cuando los niños de La Colmenita hicieron lo que mejor saben hacer: jugar al teatro desde las esencias, ya todos los esfuerzos para atrapar emociones eran inútiles. Cada quien echó mano a lo que pudo para enjugar lágrimas mientras tenían en frente una  obra hermosa creada especialmente para hacerlos volver.

Otra vez inmensos, Gerardo, Ramón, Fernando, Antonio y René pronunciaron muchas veces la palabra «gracias». No necesitaban medallas o condecoraciones, pero la Patria que nos resumiera Eusebio quedó más calma al completar la entrega. Después del eco de la promesa cumplida de Fidel, las raíces fueron más profundas y más luminosos los luceros de los que hablaron los niños, esos pequeños que esta vez no tuvieron que apelar a fantasías: estaban inspirados en héroes de verdad.

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