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El humo que envuelve su dinero

Cada 31 de mayo, desde 1989, la Organización Mundial de la Salud incita a compartir 24 horas sin encender un cigarrillo en acto de reflexión colectiva en torno a un hábito que arranca vidas

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

Todas las mesas están ocupadas, salvo la de la esquina, desprovista de sillas. Buscamos una por aquí, otra por allá, y al acomodarnos para tomar el refresco y comer la pizza, la tos irrumpe tres veces seguidas, y al final, tomamos la decisión de abandonar el lugar. El cartel estaba en la pared, sí, estaba allí, con el logotipo y el mensaje escrito de NO FUMAR… Sin embargo, en cada una de las mesas, al menos un cigarro esparcía su humo en el local, cerrado y climatizado, y con niños dentro.

El irrespeto a la legislación era evidente, como también sucede —y he sido testigo— en las áreas de un policlínico o de un hospital, cuando un médico o una enfermera «olvida» la Resolución 130/2000, que prohíbe el acto de fumar o de mantener encendido cualquier derivado del tabaco al personal que labora en el Sistema Nacional de Salud.

Como fumadora pasiva me enervo varias veces al día, cuando aquel muchacho no respeta mi espacio y lanza bocanadas de humo a mi lado en el taxi, o cuando aquella mujer no toma en cuenta que una madre carga a su bebé en el asiento posterior al suyo en la guagua y los obliga a respirar el humo de su cigarro, o también cuando la dependienta me sirve, sin guantes y sin pinzas, dejando el cabo que fumaba en el borde del mostrador.

Anhelo un mecanismo legal más eficiente, que exija el cumplimiento de lo establecido en los distintos ámbitos sociales y permita que no padezcamos las consecuencias de este hábito, de manera indirecta, quienes no agredimos nuestra salud con su práctica.

Y si me preguntan, realmente aspiro a un boom de sensatez, a que se dispare el resorte de la prudencia y el buen juicio, y que todo aquel que, ¿sin darse cuenta?, está en la lista potencial de las más de 13 000 muertes que ocurren en el país anualmente y de las seis millones a nivel mundial, por causas relacionadas con el consumo de tabaco, se tome un tiempo para pensar y decida cambiar su vida.

Dos cubanos fallecen cada hora por consumo de tabaco en el país, y dos cubanos cada 12 horas por exposición al humo de tabaco ajeno. Los daños producidos en el organismo por este vicio, a corto y largo plazo, son aplastantes, y de reiterarlos, corro el riesgo de que el lector abandone la lectura de este comentario porque «es más de lo mismo».

Entonces hay que hablar de los gastos. Sí, de los dineros. ¿Cuántos fumadores han reflexionado en torno a las pérdidas económicas generadas por este hábito? Si no les interesa ya pensar en las enfermedades y padecimientos que causa, «porque de algo siempre hay que morirse», ¿cuántos sacan cuentas y analizan el dinero que, luego de trabajar un mes, destinan a quemar?

Además de los gastos habituales para cubrir las necesidades básicas individuales y familiares, un fumador que consuma una cajetilla al día, está destinando más del 40 por ciento de su salario, como promedio, a carbonizar su salud. Es un dinero que no se invierte en alimentación, en prácticas recreativas, en comodidades…

Continúo con las matemáticas: ¿cuánto puede costarle al país el tratamiento de un niño que nace bajo los efectos de haber convivido durante su desarrollo fetal con una madre fumadora? ¿Cuántos gastos representan en nuestros servicios de salud los casi 5 000 enfermos de cáncer de pulmón a causa del tabaquismo diagnosticados anualmente en Cuba, que también hacen colapsar a una familia entera? Consta en estadísticas que los fumadores ingresan en las instituciones médicas cuatro veces más que los que no lo son y provocan, por consiguiente, más gastos.

¿Cómo traducir en números las discapacidades, la pérdida de la productividad laboral, las ausencias laborales y escolares, la jubilación anticipada, situaciones ocasionadas por las enfermedades asociadas al tabaquismo?

Fumar es una decisión personal, por supuesto. Si los peligros de este vicio para su salud no le amedrentan, al menos respete que los demás no queremos someternos a ellos. Tampoco olvide que, mientras el aumento salarial que usted anhela llega, está derrochando el dinero que tiene, y que la economía de su país también padece. ¿Ya sacó sus cuentas?

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