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Los nuevos rostros de las aulas cubanas

Más de 21 000 estudiantes están matriculados en las escuelas pedagógicas del país, una fuerza docente que permitirá reforzar las especialidades de Preescolar, Primaria y Especial

Autor:

Margarita Barrios

La escuela primaria es fundamental, es la base de todas las enseñanzas. Esa máxima de las ciencias pedagógicas se fundamenta en varias razones. Allí los niños y niñas aprenden a leer y escribir, por lo tanto la ortografía y la caligrafía, así como el pensamiento lógico matemático tienen sus raíces.

Otros elementos como la disciplina, el estudio individual, el hábito de lectura, la formación vocacional y principios éticos y patrióticos resultan también fundamentales en los aprendizajes tempranos.

De ahí, la importancia de contar con la cantidad de maestros primarios que se necesitan —porque un aula muy cargada de alumnos nunca es un buen escenario docente— y también que estén bien formados ética y profesionalmente, para que con su ejemplo y sapiencia puedan trazar el buen camino de cada estudiante.

Uno de los cambios fundamentales que realizó el Ministerio de Educación, como parte del proceso de perfeccionamiento del sistema nacional de enseñanza en la formación de docentes, fue retomar la experiencia de las Escuelas Formadoras de Maestros, que tuvieron gran tradición y se fundaron en los años 70. Ahora asumen el nombre de Escuelas Pedagógicas.

Con un plan de estudios de cuatro años, a partir de graduados de Secundaria Básica, el curso está dirigido a formar un maestro con la preparación necesaria para asumir esas enseñanzas, sin renunciar a la continuidad de estudios en las universidades pedagógicas.

Su diploma de graduados los avala como que han alcanzado el nivel medio superior, o sea, equivalente al bachillerato.

Han transcurrido cinco cursos escolares desde que el país reabrió las Escuelas Pedagógicas. Un total de 4 500 jóvenes recibieron en el pasado mes de julio sus diplomas de graduados de nivel medio superior en Educación, en las especialidades de Preescolar, Primaria y Especial. Hoy más de 21 000 estudiantes están matriculados en los 23 centros de ese tipo en el país.

Enseñar a los más pequeños

Maybelis Peraza Pérez tenía definida su vocación desde pequeña. Siempre le gustó ser maestra, y enseñar a los más pequeños. Por eso, cuando llegó a su escuela secundaria básica la oportunidad de entrar en la Escuela Pedagógica no lo pensó dos veces. Y la vocación le venía por una influencia cercana: su mamá y sus tías son profesoras.

Sin embargo, Yaismara Pérez Beltrán no tuvo esa misma suerte. Cuando decidió inclinarse por los estudios pedagógicos, su familia no estaba de acuerdo. Claro que con el paso del tiempo, cuando vieron su desenvolvimiento como alumna y la calidad del centro escolar, la opinión cambió.

«Ahora que estoy en cuarto año, miro hacia atrás, y comprendo que ha sido una experiencia muy buena. Cuando estoy en contacto con los niños, durante las prácticas preprofesionales, y me siento capaz de enseñarlos, educarlos, conducirlos por lo bueno que tiene ser cubano, me siento muy feliz. Esta escuela es lo mejor que me pudo pasar, hay que estudiar mucho, pero vale la pena».

«Lo más bonito que tiene esta carrera es el amor a los niños», dice sonriente Yaismara, quien también terminará los estudios este año. «Y voy a seguir adelante, haré la licenciatura, posiblemente en Psicología infantil, porque aunque prefiero la especialidad de Primaria, la Enseñanza Especial también me atrae mucho».

El amor y el gusto por los niños pequeños fue la motivación para que Micelis de la Caridad Quintana Noverol se inclinara por la Escuela Pedagógica. «Tuve una maestra en la escuela primaria, Danay, a la cual siempre quise imitar. Era tan buena con los alumnos… creo que ese ejemplo fue decisorio para mí, y también las orientaciones del director de mi secundaria básica, el profe Mayrel, quien siempre nos hablaba con orgullo y emoción de la hermosa tarea de educar».

Los varones no abundan mucho entre los que matriculan la Escuela Pedagógica, sin embargo Dimitri Gómez Cardoso, asegura que eso es un mito, sin fundamento alguno, pues los hombres también pueden irradiar amor, ternura y paciencia para tratar con los más pequeños.

«Mi papá y mi padrastro son maestros, de ahí que me haya acercado desde temprano a esta profesión», argumentó. «Al principio pensé que sería difícil, pero en mis prácticas preprofesionales comprendí que con cariño, conversando con los alumnos, educándolos de la manera más correcta, se pueden sacar muy buenos frutos y prepararlos para la vida».

«Para mí, asegura Micelis, la práctica preprofesional fue una revelación. Al principio los padres te miran con un poco de temor, porque te ven muy jovencita. Pero yo fui a una escuela de mi barrio, y las personas me reconocían, eso fue bueno porque me sentí como en casa, ayudando al desarrollo de mi comunidad», subrayó.

Los cuatro terminarán este año su carrera y comenzarán su vida profesional. Continuar estudiando, convertirse en licenciados y hasta en doctores, está en los planes de estos jóvenes que han aprendido, desde temprano, que enseñar es multiplicar en otros lo que un día aprendimos, y un deber con la humanidad.

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